El 22 de agosto de 2021 escribí un artículo llamado En ruta a la Semana Trágica de 1920[1]. En el primer párrafo expuse: «Tres causas fueron los detonantes en aquella ocasión: el mal manejo de la pandemia de influenza por el gobierno del dictador Manuel Estrada Cabrera, el hartazgo de las capas medias con relación a las felonías del mandatario y el violento despertar de muchos segmentos urbanos empobrecidos, sumidos en la miseria intelectual y moral».
Si entonces advertí que esas causas parecían estar en un estado de repetición hoy tengo la certeza de ello. Los préstamos millonarios para enfrentar la pandemia (que nunca llegaron a beneficiar a la población), la cantidad de fallecidos que pudieron haberse evitado (los decesos superaron ya los 20 mil casos), la vacunación que no alcanzó las metas mínimas deseables (recordar el affaire de las vacunas rusas que parece habérselo tragado el silencio eterno) y la miseria humana reflejada en muchos funcionarios de Estado (plagiarios de tesis, impostores, procaces y vulgares) así lo indican.
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Los símiles son precisos. La pandemia de influenza llegó signada por los terremotos de 1917 y 1918. La pandemia de coronavirus fue antecedida por la erupción del volcán de Fuego el 3 de junio de 2018 y estuvo acompañada por la acometida de las tormentas Eta y Iota. Desastres todos magnificados por un implacable estado de corrupción, impunidad y deshonestidad cuya atmósfera alcanzó ya a los tres Organismos del Estado.
Los protagonistas de las tragedias —ubicados dentro del realismo mágico de la obra El señor presidente de Miguel Ángel Asturias— también están de vuelta. Allí anda «el favorito» Miguel Cara de Ángel (malo como satán), allí están los personajes del bar El Tus-tep (convertido hoy en el Tus-tepón, entiéndase Congreso de la República), allí está el policía Lucio Vásquez (que mata, con la frialdad del asesino nato, al Pelele) y el titiritero Don Benjamín. Estos dos se han reproducido a conveniencia. Ahora son muchos los orejas, los matones y los titiriteros.
A este momento, ¿ya hizo usted sus parangones? Creo que sí estimado lector.
Pero también están los protagonistas de la esperanza que, dicho sea, no aparecen en la novela de Asturias. Sí, está de regreso el obispo José Piñol y Batres, también el cardenal Rafael Merry del Val (su protector en El Vaticano), ni dudar de los franciscanos que acogieron al obispo Piñol para que pudiera predicar en su templo (sin estar sujeto a la jurisdicción de otros obispos) en contra de la tiranía de Estrada Cabrera, y el pueblo que, al principio confundido y amilanado, encontró en el prelado las luces que ayudaron a defenestrar la oscuridad.
Con relación a las semejanzas factuales trasladadas a este año, al momento de escribir este artículo (17 de noviembre de 2022), ignoro cuál irá a ser el colofón de los paros en las carreteras del occidente del país. Hubo y hay muchas personas afectadas injustamente. Y a tenor de los hechos, creo que son suficientes como para que el gobierno ponga sus barbas en remojo. Un estallido social (que comienza con manifestaciones masivas y luego se convierte en disturbios incontrolables al influjo de un detonante) no es lo mejor, ni para la población ni para el Estado. Soy de la opinión que la violencia debe ser la última, la ultimísima respuesta a un conflicto que, presuntamente, no puede ser solucionado. Y en el gobierno de la República radica la responsabilidad de evitarlo. Hasta ahora pareciera que los gobernantes han puesto por delante de los principios éticos y morales (que deben ostentar todos los funcionarios) sus propias pasiones (¡y vaya tipo de pasiones!). Por ello reitero, en el gobierno radica esa responsabilidad, porque un símil como el descuartizamiento del personaje identificado como Miguel Cara de Ángel en la novela de Miguel Ángel Asturias jamás puede ni podría ser bueno. No debemos olvidar que hace cien años el pueblo enfurecido lo provocó el día 15, durante la Semana Trágica sucedida entre el 8 y el 16 de abril de 1920[2].
A manera de cierre, consigno el final de mi artículo publicado en agosto del año pasado: «Ahora nuestra tarea es actuar apegados a derecho. Lejos de Miguel Cara de Ángel y cerca de José Piñol y Batres. Porque caminar de la negrura a la luz es un derecho inalienable»[3].
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