La documentación histórica de las pandemias ha demostrado que ese fenómeno se presenta, durante una peste de alcance mundial, a manera de triadas. Sus elementos, en orden de aparecimiento, son: la enfermedad que se disemina, una o varias guerras que afectan a muchos países y la corrupción de las élites gobernantes. La letalidad de cada elemento es similar.
Si se estudian las pandemias documentadas se encontrará que el vínculo particular de sus triadas fue: la ignorancia (muy representada por los fanatismos y las intransigencias), el aprovechamiento de las élites para acaparar todo el poder político y económico (aprovechando la crisis) y, omnipresente en la humanidad —casi como una característica, pero sobre aumentada durante las calamidades—, la corrupción rampante que en nuestro país es endémica desde la llegada de los ibéricos a finales del siglo XV.
Cotejemos dos sucesos similares con 2,350 años de diferencia.
El primero concierne a la Peste de Atenas. Sucedió —según autores varios—, paralela a la Guerra del Peloponeso (aproximadamente en el año 430 a.C.). En ese conflicto se enfrentaron Esparta y Atenas, cada ciudad con sus propias alianzas geopolíticas y militares. De acuerdo con la sintomatología que aquejó a unos y a otros la causa pudo haber sido la enfermedad que ya en la era microbiológica se conoció como fiebre tifoidea.
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El segundo fue la peste mal llamada Pandemia de Gripe Española. Dicho sea, no comenzó en España ni fue aquel país el responsable de la diseminación del virus. Según Sandra Pulido, redactora en Gaceta Médica[1]: «Aunque algunos investigadores afirman que empezó en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley (EE.UU.) el 4 de marzo de 1918». La misma autora destaca que «Tras registrarse los primeros casos en Europa la gripe pasó a España. Un país neutral en la I Guerra Mundial que no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias a diferencia de los otros países centrados en el conflicto bélico».
Si usted, estimado lector, analiza los antecedentes, los hechos y las consecuencias de cada una de esas calamidades encontrará la ignorancia de gran parte de las masas poblacionales, el aprovechamiento de las élites y la corrupción rampante (de los listos y aprovechados que nunca faltan) como base y fundamento de todas las desgracias sucedidas en medio de la enfermedad y de la guerra.
La pandemia de COVID19 está teniendo el mismo comportamiento: enfermedad, guerra (Rusia y Ucrania) y la corrupción de las élites dominantes.
En Guatemala parece haber sentado reales la ignorancia (con sus fanáticos y sus intransigentes) y la corrupción de las élites.
Vamos a las demostraciones.
De la ignorancia, sus fanáticos y sus intransigentes: ¿cuántas personas conoce usted que fallecieron, estuvieron graves o fueron acometidas de manera moderada por el virus del SARS-CoV-2 por haber sido negacionistas de la pandemia o no haberse querido vacunar? Yo sé de dos líderes religiosos, tres profesionales y cuatro personas de ocupaciones diversas que fueron alcanzados por la enfermedad a causa de esas razones. De nueve, cinco fallecieron y dos tienen serias consecuencias que se avizoran como secuelas a largo plazo.
De la corrupción de las élites: ¿hay algún resultado en las investigaciones relacionadas con el affaire de las vacunas rusas? ¿Por qué se distribuyó ivermectina en los kits de medicamentos que proveía el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social durante los primeros meses de la pandemia? ¿Quiénes y por qué han promovido la violencia contra el personal de salud que llega a vacunar a las aldeas?
Dejo a su criterio indagar sobre aquellos casos de aprovechamiento de la crisis. En las tres representaciones de nuestro Estado (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) encontrará suficiente material para investigar.
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