El sábado 24, en una plataforma en Washington D. C., la capital de Estados Unidos, una joven de 19 años conmovió hasta las lágrimas a cientos de miles allí reunidos y a millones que la veían.
Emma González, sobreviviente de la masacre del 14 de febrero en la escuela secundaria Stoneman Douglas de Parkland, Florida, inició su discurso mencionando a sus 17 compañeros muertos por las balas. Menos de un minuto después de iniciar su discurso, guardó silencio: un silencio que resultó incómodo para la audiencia, que aplaudió por momentos o la vitoreó sin que ella lo rompiera. Las lágrimas corrían por su rostro, que se veía con muchos años de madurez encima, caída por la carga del dolor.
Una semana y dos días después, en una sala del 13er. nivel de la Torre de Tribunales de Guatemala, otra Emma imponía silencio con sus palabras. Emma Guadalupe Molina Theissen era vista y escuchada en una pantalla que reproducía su testimonio, ofrecido en 2011, sobre las torturas sufridas a manos de miembros del Ejército de Guatemala.
Emma Molina también derramó lágrimas, al grado de que por un momento interrumpió su declaración en la que describía los tormentos vividos. Ella indicó que, como militante de la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT), organización juvenil del proscrito por comunista Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), portaba documentos que fueron encontrados en un retén militar en la carretera Interamericana el 27 de septiembre de 1981. Al momento fue apresada y luego trasladada a la zona militar de Quetzaltenango, donde permaneció nueve horrorosos días. Durante ese período, además de haber sido sometida a privación de alimentos y de bebidas, fue violentada sexualmente por miembros de la tropa y torturada por oficiales militares.
La tragedia vivida por Emma González la hizo levantar la voz para reclamar en su país una legislación que imponga controles severos al uso y trasiego de armas de fuego. Las 17 vidas que fueron arrebatadas ese 14 de febrero se acumulan a los miles de personas que han sido asesinadas en atentados con armas de fuego en espacios de concentración social: iglesias, escuelas, universidades, centros comerciales…
El activismo de Emma González se dirige a enfrentar a la poderosa y multimillonaria Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), patrocinadora de políticos estadounidenses. Desde legisladores locales o nacionales hasta gobernantes han recibido fondos de la NRA, que de este modo se garantiza un contacto directo con el poder y el control de la normativa que permite la venta de armas de fuego sin mayor control.
Emma Molina fue apresada por primera vez cuando tenía 16 años y era dirigente estudiantil de educación media. Cinco años después, con apenas 21 años de edad, vive la detención ilegal y las torturas que le infligen miembros del Ejército de Guatemala. Al fugarse de sus captores, quienes en venganza secuestran y desaparecen a su hermano Marco Antonio, un niño de apenas 14 años, Emma Molina se alza para vivir. Al ofrecer el testimonio de las atrocidades que vivió, reitera esa decisión que hoy se convierte en su propia afirmación: «He decidido vivir».
Al levantar su voz por la vida y contra las armas de fuego, Emma González también se levanta para vivir. Al movilizar la llamada Marcha por Nuestras Vidas y alcanzar la participación de cientos de miles, al igual que Emma Molina con su decisión, Emma González también se levanta por la vida.
Así, separadas geográfica y generacionalmente, dos mujeres encarnan el afán por vivir y resignificar la vida. Con décadas de distancia entre ambas experiencias dolorosas que las marcaron a una y a otra siendo jóvenes, Emma y Emma encarnan, de esta forma, la memoria por la vida.
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