El punto de reunión sería un edificio abandonado. Tenía un parqueo enorme y ahí, nadie esperaría vernos. Llegué primero. Es más: pensé que nadie más llegaría. Me habían dado uno de esos autos que tenía cara de patrulla por todos lados. Mi vecino me lo dijo cuando lo llevé a casa para esperar la hora del operativo. Una y otra vez: ese tu carro parece patrulla vos, mientras esbozaba una risa bastante ridícula.
Fumaba sentado al costado cuando aparecieron las primeras patrullas. Eran los de narcóticos. Llevaban a los perros. Descendieron con los animales, para que se estiraran. Empezaron a cargar sus escopetas. Llegaban más patrullas. De último los investigadores, que de inmediato se acercaron a mí.
Como llevaban un carro sin insignias, el plan era mandarlos primero al punto del operativo para que se introdujeran y controlaran que no hubiese escapes ni escondites a nuestro arribo. Así que de ...
Fumaba sentado al costado cuando aparecieron las primeras patrullas. Eran los de narcóticos. Llevaban a los perros. Descendieron con los animales, para que se estiraran. Empezaron a cargar sus escopetas. Llegaban más patrullas. De último los investigadores, que de inmediato se acercaron a mí.
Como llevaban un carro sin insignias, el plan era mandarlos primero al punto del operativo para que se introdujeran y controlaran que no hubiese escapes ni escondites a nuestro arribo. Así que de inmediato nos dejaron.
Los demás policías se formaron y los jefes se acercaron a hablarme. Siempre llevan un secretario que anota lo acordado. Es como una reunión de oficina con armas largas colgadas en la espalda. Todos las llevan menos yo. Aprendí que hablar en estos términos requiere claridad, serenidad y firmeza. Y así nos organizamos, mientras los perros nos veían al lado de las patrullas.
Eran las once de la noche. Era la hora exacta de irnos de fiesta. Salimos en la caravana, primero atravesando el centro, como un gusano que se desarticula en cada esquina, cuya cabeza, era mi auto, un pick up verde, viejo, que dos meses después pararía estrellado en la mitad de la carretera a México.
Salimos del centro y tomamos el Periférico. De inmediato se nos acercaron los taxis. Esas aves de mal agüero. Los taxistas nos siguen, porque dentro del gremio, hay socios del crimen. Cuando ven una caravana policial su labor es seguirla como carroñeros y llamar a los sitios donde creen que vamos, para alertarlos. Hablé con los policías y antes de tomar la intersección de la otra avenida, les ordené que detuvieran a los taxis que nos seguían desde dos kilómetros atrás.
Llamé a los investigadores. Todo en orden. El sitio estaba lleno. Era enorme. “No lo va a creer, Julio, hoy es el día de Maximón y esto está abarrotado, hay hasta marimba”
Aceleré. Una patrulla encendió la sirena. El concierto había dado inicio.
Llegamos. De inmediato los policías tomaron las esquinas, la calle, las salidas, otro grupo se acercó a mí y de inmediato entramos al lugar: un bar de mala muerte de tres niveles desde donde se planificaban asesinatos, robos y se trataban adolescentes, prostituyéndolas.
Apestaba. Había pino regado por doquier. La primera planta era un salón enorme, lleno de borrachos con erecciones. Gritaban. La marimba dejó de tocar. Una mujer gorda bailaba sobre una tarima, en el tubo. Llevaba un vestido transparente. Abajo no llevaba nada y se le miraba iluminada por las luces violetas y fucsias del sitio.
Los policías tomaron el control. Hablamos con el encargado, era un tipo enorme que tenía cara de empezarse a quebrar. Los agentes que tenía dentro me dijeron donde habían metido a las mujeres. “Tienen dos niñas”, dijo uno y me condujo por entre los borrachos hasta unas pequeñas gradas que nos llevaron a una segunda planta.
Lo primero que encontramos ahí fue un baño con el piso negro y húmedo. El servicio estaba roto y había vómitos y orines por todos lados. Pedimos permiso para registrar. El encargado accedió y llamamos a una mujer policía. Me puse los guantes de látex y abrimos la primera habitación.
Adentro apenas se podía respirar. Era un olor mezcla de sudor, secreciones, humo de cigarro y mariguana. La mujer policía comenzó a tener arcadas. Le dije que respirara, y luego le recordé su deber: tenía que seguir buscando conmigo.
Encontramos cientos de condones usados tirados debajo de la cama. Todos los focos del interior de las habitaciones estaban pintados de rojo. Apenas se miraba dentro. Usábamos linternas. Seguimos habitación tras habitación hasta llegar a una, donde tenían un enorme altar a Maximón, lleno de botellas de alcohol y cigarros. Flores que empezaban a morir.
El investigador se acercó a una pared muy delgada y empezó a tocarla hasta que halló un corte. Empujó. Dentro estaban metidas dos adolescentes, delgadas, a penas vestidas y con el miedo apoderándose de ellas. Las sacamos de ahí. Llamé al equipo de rescate de la Procuraduría para que llegaran. A penas les hicimos unas preguntas. Sé que en ese instante, los malos éramos nosotros, las bestias que se la llevarían “presa”; que es lo que les dicen los tratantes.
Les expliqué qué pasaría con ellas, paso a paso, y por qué hacíamos lo que hacíamos. Ellas sólo me escucharon en silencio, como siempre. Es terrible mirar los ojos de alguien cuando las cosas buenas le parece que pasan demasiado lejos de ella.
La mujer policía se quedó resguardándolas. Encontramos otras gradas y subimos, el agente y yo, a una terraza. Estaba oscuro. Había cosas regadas. Al fondo, estaba una caseta donde asaban carne y tenían todavía algunas piezas en las brasas, carbonizándose. Escuchamos un ruido del lado izquierdo y unos toneles plásticos cayeron al piso. El agente apuntó con la linterna y desenfundó. Eran dos gigantescas ratas buscando alimentarse. Fuera de eso no había nada más.
Bajamos. Las chicas estaban abrigadas y listas para irse con el equipo de rescate. Los agentes habían registrado el sitio; encontraron un par de armas. Cinco clientes tenían órdenes de aprehensión pendientes, por robo, asesinato y extorsión. Las mujeres ahora esperaban sobre la tarima, algunas borrachas y otras gritando como histéricas, seguro por el síndrome de la abstención.
Se hicieron las detenciones por la prostitución de las niñas. Era la punta del iceberg, faltaban más miembros de esa banda. Se embaló toda la evidencia y estábamos dispuestos a marcharnos. Salí del sitio. Afuera había una venta de comida a la que los borrachos llegaban. Atendía una señora con su hija.
La muchacha era guapa y todos los borrachos que antes veían a la gorda bailar en la tarima, lo hacían afuera con la hija de la vendedora. Encendí un cigarro. Un agente se me acercó: “Lic, ¿sabe por qué huele tan mal? En estos bares para darse buena suerte, las mujeres se lavan sus partes y el agua que usan, la mezclan con ruda y la riegan por el piso. Me lo acaban de contar allá dentro”. Sonreí.
Acabábamos de entrar a un templo y lo habíamos desarmado. Era lo mejor que se puede hacer con una noche de viernes. El auto con las chicas se marchó y las vi despedirse de las otras mujeres. De cierta forma también habíamos deshecho esa familia. Pero qué va. A veces cumplir la ley es escoger de entre lo malo, lo menos doloroso.
Julio Roberto Prado
Autor
Julio Roberto Prado
/ Autor
Julio Roberto Prado. Guatemala, 1979. Tengo una pasión sostenida por la literatura y el derecho. Trabajo en lo segundo, porque las leyes me parecen una suerte de ficción. Trabajo desde el 2001 en el Ministerio Público. He investigado delitos sexuales cometidos contra niños, niñas y adolescentes. Formé parte de la Fiscalía Contra el Crimen Organizado, donde hice nuevos amigos. Tipos rudos, les diré. A partir de febrero del 2011, investigo Trata de Personas en una unidad recién formada por CICIG. Fanático de la plataforma blogger, también he publicado dos libros: rockstar! (Ed. Catafixia) y Satanás Cabalga mi Alma (Ed. Cultura). Siempre estoy escribiendo, incluso hasta cuando parece que bailo o que tiemblo y estas crónicas son las fotos polaroid que lo prueban.
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor. Plaza Pública ofrece este espacio como una contribución al debate inteligente y sosegado de los asuntos que nos afectan como sociedad. La publicación de un artículo no supone que el medio valide una argumentación o una opinión como cierta, ni que ratifique sus premisas de partida, las teorías en las que se apoya, o la verdad de las conclusiones. De acuerdo con la intención de favorecer el debate y el entendimiento de nuestra sociedad, ningún artículo que satisfaga esas especificaciones será descartado por su contenido ideológico. Plaza Pública no acepta columnas que hagan apología de la violencia o discriminen por motivos de raza, sexo o religión
Julio Roberto Prado
Autor
Julio Roberto Prado
/ Autor
Julio Roberto Prado. Guatemala, 1979. Tengo una pasión sostenida por la literatura y el derecho. Trabajo en lo segundo, porque las leyes me parecen una suerte de ficción. Trabajo desde el 2001 en el Ministerio Público. He investigado delitos sexuales cometidos contra niños, niñas y adolescentes. Formé parte de la Fiscalía Contra el Crimen Organizado, donde hice nuevos amigos. Tipos rudos, les diré. A partir de febrero del 2011, investigo Trata de Personas en una unidad recién formada por CICIG. Fanático de la plataforma blogger, también he publicado dos libros: rockstar! (Ed. Catafixia) y Satanás Cabalga mi Alma (Ed. Cultura). Siempre estoy escribiendo, incluso hasta cuando parece que bailo o que tiemblo y estas crónicas son las fotos polaroid que lo prueban.
Más de este autor