Hace unos días se capturó a varios implicados en una red de trata de personas, que se dedicaban a reclutar mujeres jóvenes, en su mayoría menores de edad en la Costa Sur, para luego ofrecerlas por catálogo a quienes estuvieran dispuestos a pagar. Por catálogo. Como que fueran implementos de cocina. Como un objeto cualquiera, por cuotas que van desde Q600 hasta Q2,000, recibían a una muchacha. Hay celulares más caros que eso. Pero para quienes se dedican a la trata, las personas son mercancía, son intercambiables y hasta desechables. No me imagino quienes son los tipos que han pagado por ellas, pero espero que se averigüe, porque ellos también merecen un castigo. El ser cliente de este tipo de redes es grave, porque además de las graves violaciones de los derechos de las muchachas, están perpetuando su existencia.
El revuelo mediático en este caso, se debió a que uno de los implicados es hijo de un magistrado. Si no lo fuera, ¿qué? ¿Se le daría la misma importancia? No sería mejor preguntarnos, ¿quiénes son las víctimas? ¿Quiénes son esas niñas que fueron engañadas para luego ser vendidas como objetos? No puedo evitar pensar que pasará con ellas al terminar todo el proceso, los trámites y el escándalo. Regresarán a la misma situación, a un pueblo de la Costa Sur, donde todo parece morir lentamente, para ser, probablemente mal vistas y luego seguir una vida de carencias. Son niñas que deberían estar estudiando, soñando, queriendo y siendo queridas.
Es duro, pero debemos enfrentar la realidad: la trata de personas es un reflejo más de las desigualdades existentes. Guatemala es un país de origen, tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a la trata con fines de explotación sexual y trabajo forzoso. En la región centroamericana existen varias redes de trata de personas y cerca del 90% de las víctimas son mujeres. Sin embargo, es aún difícil calcular cuántas personas son víctimas de trata, ya que no existen datos realmente rigurosos al respecto. Empezando porque hay cientos de casos que pasan y terminan sin ser nunca reportados. El país es el perfecto caldo de cultivo para este tipo de actividades. La extrema pobreza, violencia o falta de acceso a servicios básicos repercuten gravemente en las personas, sobre todo en los jóvenes, que buscan escapar de la situación de precariedad en que se encuentran y son presa fácil de otros que aparecen, ofreciendo el Sol, la Luna y las estrellas. En el caso de estas mujeres jóvenes, las engañan con promesas de “amor” y de estabilidad, promesas de una ciudad glamorosa y una vida próspera. En otros casos, que duelen aún más, las propias familias de las muchachas las “venden” para tener un ingreso extra. Y luego, aún hay quien piensa “¿Por qué no simplemente se escapan?” como que fuera una película, donde con una cuchara se puede escapar. La combinación de miedo, humillación y violencia por los traficantes, así como la incertidumbre de qué pasaría después, pone a las víctimas en una situación de enorme vulnerabilidad y, sin ayuda externa, casi ninguna es capaz de huir.
Al final del día, lo crucial no es si el tipo era hijo de tal o cual, sino que aún persisten situaciones que permiten que la trata florezca en el país. Si dejamos a nuestra gente sin educación, sin empleo, con la desesperación en la punta de los dedos, viendo nada más que nubes en el futuro, no podemos decir “¡no puede ser!” cuando algo así sucede. Si aún permitimos que la juventud esté desesperada, sin ver una salida, unas palabras bonitas pueden ser suficientes.
Mi más grande repudio a quienes promueven, integran y obtienen beneficios de un negocio criminal basado en abusar de la necesidad de otras personas. Sean quienes sean.
Más de este autor