Biden y Harris serán los nuevos ocupantes de la Casa Blanca en enero. Casi se escucha el suspiro de alivio global: por un pelo de rana nos libramos de Trump, a leguas el peor presidente jamás de la unión del norte.
La realidad es más brutal: pierde Trump, pero hay poco de que aliviarse. Persiste todo lo que él ha implicado. Entiendo a los empresarios del carbón o del petróleo que lo apoyaron: a corto plazo tenían todo que ganar con él aunque legaran un infierno medioambiental a sus propios hijos. Entiendo también a los operadores republicanos: llevan décadas manipulando la definición de distritos y las reglas electorales en el sur de Estados Unidos y beneficiándose del anacrónico Colegio Electoral para ganar aun cuando pierden. Pero incluso sin ellos hubo un 48 % de votantes —espántese: casi la mitad— que vieron en Trump una buena opción, aun tras cuatro años de desgobierno patente.
A ese 48 % no le bastó que Trump aprovechara las ventajas del poder para negociar tratos de beneficio personal ni que este se rodeara de gente corrupta al punto de ser enjuiciable. No le bastó que rehusara divulgar sus declaraciones de impuestos, pues apenas tributa, ni que estuviera hasta el cuello en deudas que esperaba cubrir con las ventajas de su puesto. No le alcanzó su connivencia con Putin para malograr su propio sistema político. No le bastaron el virulento racismo, el desprecio de la integridad familiar de los migrantes latinos, el insulto a los soldados muertos en combate ni la cosificación brutal de las mujeres. No le bastó que Trump insultara su inteligencia menospreciando la ciencia que a él lo ayudó a sanar cuando por imprudencia propia se contagió de covid-19 ni que denostara a los mejores científicos en su gobierno. No le bastó que renunciara de la Organización Mundial de la Salud en medio de la peor crisis de salud en 100 años, como lo hizo también del Acuerdo de París cuando más obvia se hace la crisis climática. Y no le bastó que la incompetencia trumpiana haya permitido hasta aquí entre 130,000 y 210,000 muertes innecesarias en la pandemia. Igual votó por él.
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Así que Trump quizá comienza a ser cosa del pasado, y ojalá las únicas noticias que en el futuro tengamos de él sean sobre demandas judiciales en su contra. Pero los votantes de Trump siguen allí. Aparentemente carecen de las capacidades críticas para procesar información política y económica cuyas implicaciones vayan un centímetro más allá de su percepción o su interés más inmediatos, con lo cual se vuelven insensatos y hasta autodestructivos al elegir. Allí siguen, ahora desilusionados, listos para votar en elecciones de medio término, apenas en dos años, no ya más adelante.
Y, por supuesto, allí siguen también los habilitadores de Trump. Los intereses económicos, claro, que irónicamente resultan los más honestos. Pero también los líderes republicanos que convirtieron su partido en un culto a la personalidad. Y siguen allí los pusilánimes que prefirieron la disciplina partidaria (y, claro, conservar su distrito) antes que denunciar tal aberración. Sigue allí la prensa sectaria, que tiene décadas inflamando resentimientos ante la creciente complejidad de una sociedad diversa, global y desigual.
Terminan cuatro años que subrayan que siempre es más fácil romper que construir. Que, una vez roto algo, es imposible desromperlo y que, aunque se repare, quedarán visibles las fracturas. Biden pide «dejar atrás las rencillas y la retórica hostil» tras el fin de la campaña. Pero integrar a Estados Unidos, que hoy prácticamente contiene dos naciones, no será fácil ni breve. Nada de lo que exige —bajar el tono del discurso tóxico en medios y redes sociales, reformar el sistema electoral, ampliar la equidad económica, abordar el racismo e innovar extensamente con tecnologías ambientales y energéticas, contando apenas las más obvias— da frutos a corto plazo.
Y todo, sin considerar el asunto innombrable. Apenas un manojo de líderes republicanos ha roto filas con Trump para felicitar a Biden. Para recomponer su sociedad, el demócrata tendrá que hacer socios de quienes insisten en verlo como enemigo antes que como contrincante o neutralizarlos por completo. No hay mapa de ruta para volver de este despeñadero. Mucha sabiduría y fuerza para Joe Biden y para Kamala Harris, su compañera de fórmula. Las necesitarán como nunca antes.
* Léelo también en inglés.
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