Le hago un sinfín de preguntas. Mientras, él cierra los ojos para encontrar las respuestas, como intentando pescarlas en un océano infinito de memorias. Permanece en silencio hasta que encuentra lo que quiero averiguar. Abre sus ojos azules y, con una sonrisa, relata su historia. Su cabeza permanece recostada sobre uno de sus puños.
Recién acaba de publicar su primer libro: En la silla de Morfeo. Una historia narrada con sencillez y con el humor característico del autor. Me encuentro sentada en un sillón de la casa de Alan, pero no es por su primera publicación. Estoy aquí por él. Porque, sin conocerlo, su alegría por la vida y su tenacidad por sacar lo mejor de ella, me han llenado de curiosidad. Y aquí estoy, frente a este hombre que mide casi los dos metros, que sonríe con la mirada y que, en ocasiones, tira el hombro para atrás soltando una carcajada.
A sus 26 años, Alan fue encontrado flotando boca abajo en una piscina. Su hermano y sus amigos pensaron que se trataba de una broma. No fue así. Aunque Alan no guarda un recuerdo claro de lo que sucedió, se cree que dio un salto para caer de clavado al agua, resbalándose con el borde de la piscina e impactando al caer.
El diagnóstico médico llegaría unos días después: lesión medular con fractura en las cervicales cinco y seis. Más que un diagnóstico, la posibilidad a permanecer el resto de sus días sin movilidad del cuello para abajo y, peor aún, a depender de otros para hacer las cosas simples de la vida.
Han transcurrido casi seis años desde aquel día en el que Alan fue rescatado de esa piscina, mientras el Sol brillaba a sus anchas y las olas del mar reventaban sobre la arena negra. Desde entonces, el trayecto de su rehabilitación ha sido acompañado por la fuerza de su madre, la serenidad de su padre, la amistad de sus hermanos y la belleza genuina de la mujer que quiere. Su esfuerzo y tenacidad, tan grandes como su estatura, se reflejan en sus logros: hoy, aunque permanece con una lesión medular que paraliza la mayoría de su cuerpo, puede mover la cabeza, los hombros y los brazos.
“Esto me habría pasado en cualquier lugar del mundo —me dice pausando para tomar un trago de agua— porque era lo que me tocaba vivir. En esas noches de insomnio durante mi recuperación, en las que me mantenía despierto por miedo o ansiedad, comprendí que si lograba inspirar a los demás, habría cumplido mi misión”. Es así como Alan escribe su historia, dejando al descubierto la resiliencia de su espíritu, a pesar de la angustia arrasadora y la nostalgia recurrente que se desprende de su texto.
Desde los ojos de Alan, la vida es una montaña rusa, con caídas y empinadas. A Dios lo encuentra en la furia del mar, en la belleza de un atardecer, en la nobleza de los animales y en la bondad que lleva cada uno de sus actos. El amor lo descubre en su familia, que es su principio y su fin, y en ella, esa mujer con la que comparte su alegría. La resignación la vive, aceptando que su condición tan solo es el reflejo de una limitación física, pero, jamás, un impedimento sobre su voluntad de vivir e inspirar a los demás.
Cuando sacaron a Alan del agua no había evidencia de algún rasguño o herida en su cuerpo. Sin embargo, había dejado de respirar. Pero se aferró a la vida, tomó la oportunidad y respiró con la fuerza de la primera vez —o la última— y volvió a nacer.
-En la silla de Morfeo, de Alan Tenenbaum, se encuentra a la venta en varios puntos de Ciudad de Guatemala.
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