Esto hace que sea importante la capacidad de los jóvenes para realizar dicha tarea de reflexión crítica. Y es en este sentido en el cual se me solicitó leer y comentar algunas ideas del trabajo de tesis desarrollado por la licenciada Yohanna del Águila, quien desde una perspectiva feminista teoriza sobre cierta forma de ejercicio del poder político donde el sujeto o actor social políticamente relevante, con independencia de su identidad de género, se ve condicionado por el entorno en el cual despliega sus propias relaciones sociales presionando o constituyendo su identidad y deviniendo como sujeto sometido a esos mandatos sociales o políticos propios del poder que esgrime.
Para explicar mejor lo anterior, la autora introduce un término inédito: «transmasculinización», que, en palabras de ella, alude a la manera en la cual el modelo androcéntrico puede influir en las acciones de poder cuando es ejercido por las mujeres. Define así un proceso mental, en lo individual y en lo social, de un ser humano, que en este caso sería de género femenino. En la medida en que esta persona va ocupando cargos de poder, su manera de ejercerlo va adoptando formas y modelos masculinos.
Al escudriñar la tesis central de Del Águila, la idea sugerente y probablemente polémica es que hay una serie de relaciones de poder en las que nosotros adoptamos identidades autoconstitutivas del poder mismo y negamos nuestra propia identidad. Mientras leía este trabajo, inevitablemente vino a mi mente la obra de uno de los grandes artesanos de la lengua castellana y de la literatura universal: Federico García Lorca y su pieza teatral La casa de Bernarda Alba. Y quién mejor para entender estas relaciones entre poder e identidad que el genio granadino perseguido y asesinado por su militancia política y su identidad sexual.
Bernarda encarna el poder patriarcal mismo, clasista y autoritario. Su figura es el ligamen de sentido de todas las relaciones que atraviesan la sociedad rural andaluza de la primera mitad del siglo XX. Es la contralora de dicho poder. Su identidad y su condición de clase social se realizan en el ejercicio férreo de un poder brutal y abiertamente misógino, que demarca las distancias y naturaliza la desigualdad, así como las fronteras obligatorias sobre su entorno material y simbólico, la identidad de las mujeres que aparecen en la obra (tanto de sus hijas como de sus criadas), sus pensamientos, su sexualidad y sus afectos.
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Esta dialéctica entre el odio hacia la matriarca de los Alba y la identidad de estos personajes constituidos identitariamente a partir de ella y por ella en tanto poder nos muestra cómo el trabajo de la negatividad en un sentido hegeliano construye la hegemonía en ese microcosmos planteado por García Lorca donde todos los personajes son un algo en virtud de Bernarda. No solo las mujeres existen como sujetos a través de ella: su absoluto poder se hace patente en el control social y en la represión que sus hijas y criadas ejercen mutuamente en nombre de ese orden opresivo instaurado por su madre. La ruptura con el orden simbólico, como en toda tragedia, se expresa en la voluntad de vivir de su hija menor, Adela, quien in extremis se decide por una alternativa de vida mejor que la prisión a la cual la condena su madre, es decir, el suicidio.
En La casa de Bernarda Alba, como en tantos otros mundos de vida, no hay atisbos de sororidad ni de empatía: es la realidad del patriarcado descarnado tal cual. Pero trabajos como el de Del Águila nos permiten visibilizar la naturaleza no natural de dicho orden y, por ende, su posibilidad de cuestionamiento. Mientras tanto, ¿cuántas Bernardas conducen la sentencia de muerte de tantas Adelas en Guatemala en los puestos de decisión política, en los dispositivos de control social y político? Por ello, una de las conclusiones más importantes del trabajo de Del Águila es que no se trata únicamente de desplazar a los titulares tradicionales del poder (es decir, a los hombres), sino de cuestionar la constitución y naturaleza del poder mismo. Lo importante es que esta reflexión está siendo producida y conducida por jóvenes académicas. Ellas, como otros colectivos, tienen un rol en la creación de una razón disruptiva que genere un nuevo marco de comprensión y sentido común.
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