Como si hiciese falta evidencia para desvelarlo —uno desvela solo aquello que antes permanecía oculto—, menciono que, mientras en Costa Rica se invierte el 7.4 % del presupuesto nacional en educación, en Guatemala el 2.8 % nos parece suficiente. Suficiente para tratar una normalidad tan precaria y desigual con su respectiva indiferencia que tiene consecuencias desastrosas. Según el informe PISA del 2018, «siete de cada diez estudiantes no alcanzaron el nivel básico» de lectura. Hablo de adolescentes que van a la escuela, están en clases, hacen las tareas, se gradúan y se incorporan (o intentan hacerlo) al mercado laboral. Y todo esto, sin llegar a comprender lo que leen. A ellos se les conoce como analfabetos funcionales.
A ellos también les ha fallado su país en muchos sentidos, y es probable que lo continúe haciendo en los próximos años. Sin embargo, como la comprensión lectora es una competencia que se puede mejorar sin tener que recurrir a ninguna instancia gubernamental, he pensado que valdría la pena escribir algo sobre ello.
¿Cómo puede ser que esto ocurra? Es probable que se deba a, entre otros factores, que la educación en general sigue estando focalizada más en los contenidos de la materia que en las competencias de aprendizaje, como la lectura y la escritura. Algunos profesores creerán de manera equivocada que son habilidades que deben trabajarse de preferencia en asignaturas como Lenguaje, y no en las de ellos. También habrá otros, los más optimistas, que creen que la lectura se irá desarrollando de manera gradual con el tiempo. El problema es que ambas visiones son equivocadas. La lectura es una competencia no solo básica y transversal —porque sin ella no podríamos continuar desarrollando procesos cognitivos superiores—, sino también fundamental para el desarrollo del pensamiento en general. Pero para adquirirla se requiere de una guía y de un acompañamiento. Aquí interviene incluso el profesor de Matemáticas, que en clase se percata de que algunos alumnos tuvieron problema comprendiendo las instrucciones.
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Se suele pensar de manera errónea que para saber leer es suficiente con decodificar las palabras. Ese es solo el primer paso. Para llegar a comprender los textos —hacerlos propios— es importante empezar por establecer un propósito de la lectura (¿por qué quiero leer esto?). Luego, inmersos en sus palabras, se deben ir identificando las ideas principales para luego parafrasearlas y sintetizarlas. Por último, el lector debe atreverse a ir más allá del texto haciendo inferencias o críticas, en las cuales establece una relación entre sus conocimientos previos y los recién adquiridos. Durante todo este proceso, nuestros esquemas mentales anteriores irán asimilando la nueva información, que a su vez tendrá consecuencias insospechadas en nosotros. Pero, sobre todo, lo más importante es lograr ser consciente del proceso de lectura, establecer qué partes del texto fueron complejas y por qué. A veces puede ser falta de vocabulario clave o de conocimientos previos lo que dificulte la comprensión. Pero lo importante es ir adquiriendo la conciencia de los procesos que intervienen y saber a qué estrategias se puede recurrir para vencer los obstáculos.
Produce estupor la increíble realidad de saber que tantos alumnos, tras varios años de estudio, no aprenden ni a leer ni a escribir y, por lo tanto, que muchos no serán capaces ni de pensar. Da miedo imaginar que entre tanto abogado, empresario y político habrá tanto analfabeto funcional. Porque, al final, muchos de ellos también son productos de un sistema educativo similar. Eso explicaría tantas cuestiones, como el hecho de que los diputados ahora se entretengan disputándose las oficinas en el Congreso. Pero al mismo tiempo abriría nuevas interrogantes.
¿Cómo puede ser que tengan la posibilidad de ocupar puestos de liderazgo? ¿Nuestros representantes son reflejo de lo que somos? ¿Se trata de un fracaso educativo o es que ya no importa saber leer y escribir, mucho menos pensar? ¿Será suficiente con aprender a ser el más vivo, el más inescrupuloso? ¿Estamos, acaso, ante la definitiva victoria del «especialista sin espíritu» de Weber, del «hombre de ciencia» de Ortega y Gasset, de las personas mediocres que solo aplican una técnica, sea cual sea?
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