Hace dos meses se conmemoró (o ese fue el esfuerzo de muchísimas personas conscientes) el día de la lucha por los derechos de la mujer. En un acto valiente, muchísimas personas se unieron para evitar que el 8 de marzo se limitara a la entrega de rosas para todas esas mujeres maravillosas de tu vida y más bien se invitara a la reivindicación de la lucha por una igualdad de género y a la reflexión sobre los avances en esta y su significado.
Todos vimos cómo en nuestra ágora virtual surgió una acalorada discusión cuando algunos quisieron desvirtuar y deslegitimar toda la marcha que diversos grupos llevaron a cabo en la ciudad de Guatemala a causa de un grafiti. Un acto aislado como ese (y seré clara en que no apruebo ni justifico, de ninguna manera, los daños a la propiedad privada o pública) se volvió la excusa perfecta para tachar a todas las mujeres que participaron de shucas, comunistas, feminazis y delincuentes y el mensaje central de reflexión y reivindicación de un robo ideológico del Día de la Mujer.
No voy a negar que, como en cualquier tema social, puedan existir organizaciones y colectivos organizados con una agenda. Esa es la causa primera para crearlas. Pero, si las etiquetas ideológicas van a hacer colapsar cualquier puente a un diálogo racional de respeto y con datos sobre la situación que afrontan las mujeres en Guatemala, honestamente no quiero hablar de ideologías. Si todos podemos aceptar que la lucha por el sufragio femenino puede ser defendido tanto por alguien de derecha como por alguien de izquierda, por alguien de arriba, de abajo o de cualquier otro lugar donde decidas sentarte, entonces tenemos que abrir nuestra mente a la posibilidad de que aún quedan pendientes muchísimos acuerdos esenciales para brindar más oportunidades y una mejor calidad de vida a las mujeres en Guatemala.
Hace un mes se filtró un video íntimo de una candidata. Me alegró mucho ver a tantos condenar el hecho de violar la privacidad de una persona. Sin embargo, el simple hecho de que a la fecha sea tan común ver estas prácticas nos muestra que ahí todavía hay una lucha estructural importante. Al menos en mi vida nunca he visto que se filtren videos sexuales de hombres con el mismo morbo (excepto si se trata de una infidelidad, pero nunca por el simple hecho de mostrar la sexualidad del hombre como ataque).
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Según el Observatorio en Salud Sexual y Reproductiva (OSAR), en el 2018 hubo un incremento en los embarazos de niñas de entre 10 y 14 años con relación al 2017. Un incremento de más de 600 niñas embarazadas. Dos mil ciento cincuenta y tres niñas menores de 14 años (de las que se tiene registro) fueron violadas y resultaron embarazadas en el 2018. Lo repito y hago énfasis porque, claro, con la deficiente educación sexual que tenemos en los establecimientos educativos, estoy segura de que la mayoría de las veces la única manera en que podemos llegar a percatarnos de que una niña fue violada es si efectivamente resulta embarazada (pueden revisar aquí más datos de OSAR de enero a junio del 2018).
Por mi parte, sé que soy una mujer dichosa en Guatemala. Soy afortunada porque tuve la suerte de tener familiares y papás que siempre me cuidaron y no me violaron. Tengo suerte porque solo una vez un supuesto amigo abusó de mí, pero al menos yo no estaba lo suficientemente consciente como para recordarlo y he logrado superarlo. La vida me sonríe porque, al menos cuando camino a paso rápido en el sótano de algún edificio, puedo calmar el palpitar de mi corazón una vez que entro a mi carro y echo llave. Me va bien porque al menos he logrado controlar ese miedo de salir de noche y pienso mil veces cada cosa que haré una vez que el reloj marca las ocho de la noche.
El punto es que soy consciente de que, al final, realmente sí podría llamarme suertuda en comparación con la mayoría de las mujeres de Guatemala. Pero hay algo profundamente perverso en ello.
Si tu ética hace que te ofendas por una mujer con una vida sexual activa, pero no porque hay miles de personas violentando su privacidad, estamos más alejados que un comunista y un anarcocapitalista. Si te levantas a manifestar contra el aborto, pero no actúas cuando ves que las cifras de embarazos en niñas menores de 14 años han aumentado, ¿dónde quedó la coherencia ética?
No, no quiero una rosa. Mientras existan tantas niñas y mujeres violadas y violentadas, no quiero ninguna rosa, como, estoy segura, ellas tampoco.
Quiero una reflexión real, una discusión honesta y acuerdos esenciales para que ninguna niña o mujer tenga miedo de existir.
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