La ciudadanía decidirá entre una sociedad perfectible, abierta al mundo, cooperativa, líder en innovaciones, con un Gobierno fuerte, regidor del interés público, y una sociedad dividida, racista y xenófoba, aislada internacionalmente, todavía más privatizada y socavada en sus principios democráticos, lo cual podría acelerar el declive cultural de un país cada vez más marcado por incesantes inequidades socioeconómicas.
Por eso es que los estadounidenses se encuentran frente a la madre no de todas las batallas, como habría dicho Sadam Huséin en 1991 (aunque, durante toda la campaña, esa era la sensación de belicosidad irradiada por el candidato republicano Donald Trump), pero sí la de todas las elecciones presidenciales en su historia reciente.
Estas son las segundas elecciones presidenciales que comento desde la campaña electoral del 2012, en la que el presidente saliente, Barack Obama, obtuvo su segunda victoria histórica. En más de una década, desde que vivo en este país y observo de cerca varias elecciones locales y nacionales, la campaña ególatra de Trump ha evidenciado la rapidez con que se pueden erosionar instituciones de larga data y el peligro de cómo una democracia madura puede llegar a tropicalizarse, es decir, a convertirse en demagogia y autoritarismo, vacía de contenido y propuestas, tan parecida a las dinámicas de sociedades en transición democrática y supuesto fortalecimiento de instituciones político-partidarias (como el caso de América Latina).
Allá en junio, cuando la senadora Hillary Clinton estaba a punto de convertirse en la nominada oficial del Partido Demócrata, esbocé cinco razones por las cuales a ella debería tocarle ser la (primera mujer) presidenta de este país. Algunas de esas razones tenían que ver con encuestas que le eran favorables hace cinco meses y con el hecho de que posee habilidades de tecnócrata y estadista de las que carece su oponente. En unas elecciones en las cuales hubiese primado la razón y el criterio ciudadanos, no me apartaría mucho de mi pronóstico. Pero hoy admito que en aquel entonces era muy difícil conocer el nivel de populismo que habría de usar el candidato republicano para prever que los resultados serán más cerrados y la batalla por la presidencia más agria y aguerrida de lo que pensábamos.
Tal y como lo explicaba el año pasado, igual que Jimmy Morales en Guatemala, Trump es un ilusionista de la política. En realidad, es el resultado de décadas de agendas antigubernamentales, despolitización de la ciudadanía, ensanchamiento de las brechas del ingreso y achicamiento del Estado, lo cual ha creado las condiciones para convertir el espacio público en un espectáculo en el que imperan el individualismo, el éxito empresarial y la gratificación inmediata. Lo anterior, aunado a la desconfianza hacia las autoridades y las instituciones políticas.
A esto quisiera agregar dos consideraciones más para explicar el comportamiento electoral de una buena parte de los votantes y la seducción ejercida en ellos por Trump. Una, el análisis del escritor guatemalteco Mario Roberto Morales, quien habla de «intelicidio» para explicar cómo la sustitución de lo letrado por lo audiovisual (como estímulo consumista) implica «una atrofia de la capacidad analítica y sintética y de la de pensar con radicalidad, es decir, yendo a la raíz causal de los problemas»[1]. Y otra, en la misma línea, la aguda observación del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, quien atribuye el fracaso del sí a la paz en Colombia al triunfo de la politiquería, al trending topic de las redes sociales y a la mentira, en espera de que no suceda lo mismo con una eventual elección de Trump.
Así que, independientemente de los resultados de estas elecciones generales, tal parece que la próxima madre de todas las batallas tendrá que darse a nivel de la sociedad civil, robusteciendo los espacios de formación cívica y participación política de ciudadanos críticos capaces de analizar, cuestionar y cambiar un sistema que por sí mismo no resuelve sus problemas más apremiantes, sino produce anomalías muy difíciles de revertir.
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[1] Morales, M. R. (2014). Intelicidio, ilustración y cultura letrada. Guatemala: Editorial Universitaria, Universidad de San Carlos de Guatemala. Págs. 15-16.
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