Las críticas a la falta de objetividad de mi artículo Opus Dark: mejor vírgenes blancas que putas oscuras, están en lo correcto: no es, ni quiero que sea, “objetivo” desde un sentido tradicional. No soy una adepta a paradigmas epistemológicos positivistas, occidentales, eurocentristas y coloniales, creo más bien que el conocimiento debe de situarse. Resaltar el cuerpo que enuncia, que siente y no sólo que piensa e investiga a la sociedad como un objeto de estudio pasivo, sino que como un sujeto de estudio del que se forma parte. En otras palabras no creo en la investigación en ciencias sociales que deslinda al investigador de lo investigado pues como personas construidas en interacción social, somos la sociedad encarnada: soy –somos– un producto social. La ventana desde la que vemos al mundo importa: el conocimiento no es neutral… no soy gris.
El motivo para escribir el breve artículo no fue depresión, intentos de suicidio, insomnio, rupturas amorosas o no sé qué otros clichés hollywoodenses o de televisa, sino que esa curiosidad que me llevó de la mano a mi pasado para comprender mi presente; a sabiendas de que al adentrar en mí, encuentro las fuerzas macro sociales, culturales, ideológicas y económicas que me construyeron. La imagen que proyecto en el espejo sería diferente si yo no hubiera estudiado en Centros Escolares del Opus Dei desde los 5 hasta los 15 años. Pero mi historia personal se difumina o se mimetiza al explicar que tanto mi yo como la institución educativa mencionada son construcciones en donde la historia social de Guatemala se materializa trascendiendo lo meramente psicológico o individual. El estudio de la cotidianeidad y del cuerpo (el propio cuerpo) como producto social es relevante para comprender cómo lo macro-social colma de sentido y de alma política a lo micro-social, es decir, a nosotros mismos. Es por esto que aseguro que lo cotidiano es político.
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Otra aclaración: sí, es un escrito “cargado emocionalmente”.
Tampoco creo en la investigación “racional-masculina”, creo en la importancia de lo “emocional-femenino” y en romper sus falsas dicotomías “científicas”; pero más que ser un simple ejercicio de catarsis, mi objetivo era ir más allá y rozar las estructuras sociales que configuraron dichas experiencias personales y sus porqués y paraqués en un país como Guatemala. ¿A quiénes y a qué beneficia la existencia de centros escolares y subjetividades feminizadas como estas?, ¿por qué molesta tanto que una mujer se separe de sus marcos ideológicos?
Pero ojo, la crítica no iba a las emociones en general, sino que a mi “negativismo” u “oscuridad” que sólo se pudo explicar como “desviación mental”….
Oda a lo “Blanco-superior”
“Me gusta profundamente España y cada vez me identifico más con ella porque todo es blanco; sus pueblos son blancos, su gente blanca, huelen a blanco y no a carbón y leña como nuestros pueblos de indios” (Casaús, 2007, p. 192; énfasis mío).
La pigmentocracia como diría una buena amiga es una de las reglas fundacionales en la Guatemala contemporánea o neocolonial y por ende en nuestras formas de pensar el mundo: lo Blanco-bueno, lo Negro-malo.
Esta dicotomía la vemos desde las brujas oscuras y princesas blancas de Disney, los malos y los buenos en Hollywood, el miedo a la noche; hasta en el análisis histórico de la esclavitud de los “negros”, la colonización de América; como en las vallas publicitarias donde aún reina una visión europeizada de belleza, las negras que logran triunfar en el show business son las que poseen rasgos blancos. En nuestro país dicha desigualdad dicotómica se edifica desde la conquista hasta dibujar un entramado de raíces, algunas invisibles, en continuo movimiento e hibridez que habitan y afectan nuestros cuerpos…
En un primer momento como colonizadores, señores feudales y luego del conflicto armado, como grandes empresarios e incluso presidentes del país, las élites guatemaltecas cimentadas en ideas biológicas, fisiológicas, psicológicas y culturales han creado y trasmitido desde diversos medios, uno de los principales es la educación, una ideología de superioridad a la sociedad guatemalteca que ha sobrevivido hasta la actualidad, donde lo blanco desde un sentido estético, político e incluso filosófico es mejor: es lo bueno.
Marta Casaús lo deja claro en su libro Guatemala, linaje y racismo al exponer frases textuales extraídas de las entrevistas realizadas a ciertos miembros de familias “notables”, entre los que figuran los Castillo y Aycinena. Una de las preguntas realizadas por Casaús para este estudio fue: “¿Considera usted que existen diferencias entre el indígena y el no indígena? En caso afirmativo enumere las diferencias.” (p. 196). Algunos contestaron:
“La vida de un sujeto está programada por sus genes, los genes determinan su conducta y desarrollo. La transmisión genética de los indios es de una raza inferior. Los genes de la raza blanca son superiores y esa raza produjo grandes inventos y artistas, la otra no ha creado nada”. Hombre, abogado y pertenece a la Real Academia Española. Se considera Blanco (p. 198).
“Las diferencias se manifiestan en todo, pero sobre todo en su sangre india. Yo abriría las puertas a europeos para que se mezclaran y mejoraran la raza, pues esta raza es peor a la de antes”. Hombre de 56 años, ingeniero civil. Con grado de Doctorado en los Estados Unidos. Se considera Blanco (p. 198).
Estas aseveraciones me dejan con una gran duda, pues a pesar de los títulos académicos, cuentas bancarias, claridad de la piel de los entrevistados y etiquetas de “cultos”, parecieran ser más ignorantes y violentos que aquellos a quienes critican. Entonces, ¿para qué sirve la educación en Guatemala? ¿Para fundamentar la violencia histórica y el culto a lo que Ellos llaman bueno? Es de esta cuenta, más que por locura de la mala, que me cuestioné el porqué de mis experiencias en Campoalegre, no “las bonitas” sino las “oscuras”, por incomprensibles. Lamentablemente no fueron traumas los que me motivaron a escribir el artículo y publicarlo; fue la pinche “normalidad chapina” desde un colegio elitista, religioso fundamentalista para mujeres… desde un lugar “privilegiado”… La supuesta luz en la oscuridad a imagen y semejanza de un tipo de Virgen María…
Pero en este mundo bipolar lo que no es blanco es negro, putrefacto, abyecto, lo opuesto a ese retrato femenino inmaculado e inalcanzable: la puerta rosa pequeña. Cualquier opinión contraria a la de Ellas es un error, una estupidez, símbolo de insalubridad mental, una perversión menstrual.
Muestra de este baile entre las llamadas sombras y luces son las críticas a mi artículo, en las que se dejó escuchar la conformación histórico-social de un Gran Otro o Gran Otra; un sonido dominante que repite consignas desde diferentes gargantas. Gran Otra que se muestra como defensora de la “pureza”, “normalidad”, de lo supuestamente “superior”…
Que me agarren confesada
La Gran Voz me acusa de ser una mujer amargada que no ha superado sus traumas de infancia por lo que siembra odio en los corazones de los guatemaltecos. Una mujer “mala” por criticar a una institución educativa y religiosa “buena”, que sólo pretende hacer el “bien” al prójimo. Una mujer que por su estupidez publica odios que debí haber trabajado sola, en vez de acusar públicamente a un excelente colegio por mi desgraciada vida: cada quien es responsable por sí mismo. Mujer-niña débil que no tuvo la actitud correcta para soportar el bullying “normal” que se da en todos los colegios: ¡No sólo en Campoalegre! ¡Nadie es culpable por cómo te sentís, sólo vos misma! Mujer enferma mental que necesita buscar ayuda psicológica para algún día (ojalá) ser feliz y tener paz en su corazón. Mujer envidiosa que desea perder su libertad y vivir rodeada de guardaespaldas. Mujer inepta que no sabe lo que dice, escribe de la chingada. Mujer comunista que no valora el trabajo que los papás empresarios brindan “de buena fe” a la población guatemalteca. Mujer resentida y ciega incapaz de ver que Guatemala no necesita más odio, lo que preciso yo es olvidar el pasado, seguir adelante y callar para no cosechar y reproducir más rencores: concepciones lineales del tiempo, pero la historia es, a su vez, presente.
Soy una mujer de mala vida. Soy, en sus ojos, una Puta Oscura.
Mi hipótesis quedó probada.
Como en los tiempos de Guerra, una opinión contraria que atenta contra el statu quo es objeto no de debate teórico sino que de devaluación personal de quien escribe o se expresa: el enemigo interno.
Quien escribe está loca, no tiene solvencia moral para apoyar lo que dice. Necesita ayuda psicológica, su mente desvaría. Vive alienada en una burbuja con el agravante de ser tonta. Es tan poca cosa que hasta la asociamos con los comunistas resentidos: su voz no vale. Algunos comentarios en Plaza Pública o en correos personales se cuestionan sobre “la vida que estoy llevando”, comparándome con el éxito profesional de mis ex compañeras de Colegio. ¿Alguien que se atreve a criticar a su colegio debe ser una mala mujer? ¿Acaso la crítica se asocia con una vida maldita? ¿A qué se refieren con esta dicotomía: buena/mala vida, buena/mala mujer? Moralismos interiorizados, dicotomías superior-inferior…
Me llama la atención que me encasillaran inmediatamente como una persona con problemas mentales por haber sido objeto del famoso “bullying” (se nota que ya es un slogan bien posicionado). En primer lugar en el artículo me refiero a otras personas a las que violentaban, incluso en el primer ejemplo yo soy la Blanca Opresora. Más bien la intención del artículo es repensar y resentir los roles que todos y todas hemos desempeñado en nuestras instituciones educativas y que ejercemos en nuestras vidas cotidianas como opresores-oprimidos o victimas-victimarios. No soy santa ni puta, soy simultáneamente como todos y todas ángel-demonio, con los ovarios de ver mi imagen-penumbra en el espejo y reflexionar sobre eso que llamamos transformación: la podredumbre como la esperanza atraviesa nuestros cuerpos… Aceptar esta doble moral o bipolaridad “oculta”, me parece más un signo de sanidad mental y de valentía psíquica que de demencia.
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Pero una vez más me enfrento a visiones reduccionistas sobre locura, cualquier voz a contracorriente es un síntoma de insalubridad mental. Más bien como psicóloga, estoy atentando conscientemente contra esas visiones ideológicas de “normalidad”: lo anormal es el estado “natural” en el que vivimos. Mi artículo es en ese sentido “normal” y esperable, callar sería en ese caso un síntoma de alienación. En este escenario es relevante reflexionar, como me decía un colega porqué discursos políticamente correctos, como los escritos por muchas adeptas al Opus Dei, son más violentos que uno políticamente incorrecto que intenta hacer que nos cuestionemos el estatus quo o las formas ideológicas hegemónicas sobre educación y femenidad. Pues desde la psicología social todos estamos locos por vivir y reproducir esta Guatemala, pero somos tanto sus villanos como sus posibles salvadores. El primer paso es que pongamos los dedos en nuestras propias llagas: pedagogía de la incomodidad…
Por lo demás, me acusan de no ver que esas violencias escolares o “bullying” son “normales”, y no pasan sólo en las instituciones del Opus Dei.
Me pregunto: ¿hubiera habido tanta controversia si el artículo fuera sobre un instituto de la zona “roja” 18, en donde ciertamente se reproducen y encarnan estas mismas violencias?
En este caso, todo estaría bien los “malos” siguen siendo los malos y los “buenos” los santos: la supuesta “normalidad” seguiría igual. Sin embargo, al famoso “bullying” no es “natural”, ni su solución una simple cuestión de campañas de positivismo, charlas de autoestima o escuela de padres que a muchos de mis colegas psicólogos clínicos o educativos les encargan realizar. No dudo que ayudan, pero es como comer dulces cuando se tiene infección en la garganta, se aminora el síntoma pero no la causa: la enfermedad persiste. Pero según logré comprobar, por las críticas a mi artículo, hablar sobre las raíces psicosociales e históricas del “bullying” y su epidemia generalizada (tanto en las capas altas como bajas o viceversa) es pecado Capital. Asociar la violencia escolar con el clasismo y el racismo en Guatemala es totalmente esperable, pero decir que estamos exentos de reproducirlo y que es “normal” , es en sí “anormal” para una Guatemala que desea la mentada Paz: paz que muchos de mis críticos desean que encuentre debido a mi supuesto desequilibrio mental. Más bien construyamos ese monosílabo luego de un temblor que derribe estos muros que no nos permiten ver nuestras profundidades viscerales compartidas.
Muchas de mis ex compañeras del Colegio expresaban su sorpresa ante mi artículo por haberme catalogado como una “niña feliz”, invisibilizando la capacidad que tenemos los seres humanos de reflexionar sobre nuestra propia historia y entender procesos antes incognoscibles por la edad, por el ambiente, por diversos mecanismos inconscientes, etc.
Re-sentirnos permite visualizar las contradicciones sociales inscritas en nuestros propios cuerpos, ya que como personas guardamos la historia colectiva: repito, somos lo social encarnado. Por lo que no podemos separarnos hipócritamente de los problemas “externos”, pues son simultáneamente “internos”, las fronteras se desdibujan. Abriendo la puerta a la recreación personal, ya no desde la psicología positiva light ingenua o libertaria: “todo es perfecto porque tú lo buscás”, sino que desde la aceptación de nuestro rol como reproductores de un sistema social injusto y oscuro, imaginándonos por eso mismo, como los creadores desde nuestra piel de procesos sociales nuevos. Es cuestión de ética. Es cuestión de sensibilidad. Es cuestión de valentía: a nadie nos gusta bajar a nuestros sótanos y cloacas y darnos cuenta que los fantasmas son reales, son sociales, históricos y tienen nuestro nombre. Es cuestión de ovarios.
En fin, el artículo incomodó pero ¿acaso podemos seguir caminando como autómatas sin temblores que nos hagan reflexionar sobre nuestro papel como asesinos sociales?
Considero necesario repensar nuestra escala de colores, adentrarnos en lo que hemos aprendido como “negativo”, “oscuro”, “sucio”, “inferior”, “erróneo” desde la familia, colegio, libros de texto de estudios sociales, universidad, trabajo, parejas, amigos, medios de comunicación, bla, bla, bla… Tal vez allí está la luz o una amalgama de colores para pintar o reconstruir de nuevo esta sociedad violenta que personificamos. Desde esta perspectiva: más oscuridad y menos luz… más profundidad y menos superficialidad… que salgan las Vírgenes Oscuras de sus cuevas de supuesta “anormalidad”.
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Una mujer se pone un velo
Un velo en el rostro
Impudicia del pie desnudo de la modelo
De la planchita y del rouge lancom
Una mujer se pone un velo
Una mujer elige y habla otra lengua
Elige y piensa otra lengua
Elige y usa otro apellido
Elige el apellido del varón que más le gusta
Inmundicia de mi nombre occidental
Que violó todos mis sueños de mujer
Una mujer se pone un velo
Que dice no
Que aprendió a decir no
Lo estabas pidiendo
A gritos
Deberías aprender
A decir NO
Sobrevivir a eso
Una mujer se puso un velo.
(Leonor Silvestri)
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