¿Qué vemos? ¿Qué nos gusta?
Nos mostramos a través de una foto que resalte nuestros labios, curvas, ojos, “personalidad” o incluso inteligencia: el look nerd también vende. ¿Pero qué vendemos? ¿Qué ganamos? Si con un like no aumenta nuestra cuenta bancaria. Y eso también es violencia. Trataré de explicarme.
Fotos, fotos, más fotos que pueden ser tomadas por otros o por nosotros mismos a nosotros mismos (las llamadas selfies), en este escenario: ¿Qué nos motiva a inmortalizarnos obsesivamente frente al espejo? ¿A acumular retazos de nuestros cuerpos en poses planificadas? ¿A derrochar horas en la autosesión-sugestión? ¿Para qué? ¿Para quién? Para que el espejo nos devuelva un te amo, te acepto, sos bonita, estás rica en forma de eco. No sé. Yo también soy víctima y victimario. Solo hablo en voz alta.
Esos pensamientos caminaron por mi mente durante la Mesa de Comunicación Mesoamericana del Congreso de Estudios Mesoamericanos. En donde una mexicana, Linda, explicó la relación entre las selfies, la construcción de nuestra identidad (¿quiénes somos?) y la resistencia. Es decir: nuestras luchas contra moldes externos que nos etiquetan con una u otra marca de identidad: vos sos maya, ladino, pobre, burgués, mujer, hombre, joven, viejo por tus características físicas, formas de vestir, sexo, zona en donde vivís, lo que consumís etc. ¿Quién lo dice? ¿Acaso nosotros no somos los artistas de nuestra propia identidad? ¿Por qué nos tenemos que remitir a una u otra categoría rígida: camisas de fuerzas?
Linda nos mostró diferentes selfies de mexicanas que ya había visto en diversos cuerpos de centroamericanas: la misma imagen, las mismas poses. Cuando fue el momento oportuno pregunté dónde había quedado la resistencia en su exposición. Pues las selfies pueden analizarse en cuanto la internalización de los deseos del mercado en nuestras propias mentes y cuerpos (he aquí lo violento: somos mercancías encarnadas, como una coca-cola: personas-producto), donde lo masculino y lo femenino, lo indígena y lo ladino, lo pobre y lo burgués, la juventud y la adultez toman formas preestablecidas con un valor (precio) desigual para y en el mercado. Pero con otros lentes, podemos ver fisuras, grietas, rupturas entre los pigmentos de esas mismas fotos, es decir: luchas ante lo normal: no queremos ser mercancías, ni ser autodenominados desde categorías rígidas y externas (ventanas de liberación).
Esperé a Linda para platicar con ella. Venía acompañada por sociólogos reconocidos del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, de la Universidad Benemérita de Puebla: Sergio Tishler y Fernando Matamoros. Nos fuimos a tomar un café y el tema de la Resistencia, con “R” mayúscula, fisuras para recordar a John Holloway y la imagen endulzó o amargó nuestros cafés. Se nos pasó la hora. Ya no había actividades académicas. Lo que estaba programado era una noche artística en el Centro Cultural SOMA.
Pedimos un par de cervezas y bajamos al sótano del lugar. El Colectivo SOPA, desparramó su líquido. Manchas psicodélicas sobre la pared y tres gritos poéticos. La voz robótica de Manuel Tzoc Bucup y sus palabras carnívoras me poseyeron. ¿Porqué? Porque él/ella es una fisura: un poeta indígena que para alarma de los folkloristas grita:
(…) yo travestido
minifalda de cuero-medias de malla-
plataformas de cristal y luces
por eso escribo
mis labios rosa
por eso escribo
mis gafas de papel celofán
por eso escribo
mi corazón hecho trizas
y más solitario que nunca.
¿Qué dirían los marxistas ortodoxos de Manuel?
La división entre burguesía, proletariado, incluso con la innovación de la clase media no es suficiente para entender su posición en el mundo. La revolución o contrahegemonía vista como conciencia de clase y lucha de clases se queda corta para comprender su resistencia. ¿Qué dirían los fundamentalistas religiosos de Manuel? Ya sabemos. Por eso hablo en nombre de la ética humana y no de la moral violenta que nos divide en buenos y malos. ¿Qué dirían los tradicionalistas que miran la identidad como parcelas separadas? Mujer u hombre, maya o no maya, opresor con pisto y oprimido sin pisto, patojo tonto y adulto inteligente, etc.
Creo que necesitamos otras formas para repensarnos y resentirnos, y entonces vernos a los ojos sin reglas medidoras que nos asfixian, culpan, violentan y juzgan mutuamente sin mucha reflexión y con un exceso de estigmas.
En este sentido, los alaridos del corazón hecho trizas de Manuel nos muestran que todos somos mosaicos de una sociedad esquizofrénica: reproductores de un sistema hegemónico que nos moldea pero que moldeamos: también nos rebelamos. Persona-múltiple, en contradicción tácita o manifiesta dentro de nosotros mismos: escucháte. ¿Qué haremos para resistir(nos), fracturar(nos), liberar(nos), transformar(nos) desde el reconocimiento de nuestra humanidad ancha, profunda, compleja, sensible, violenta…?
Se me fue la hora en SOMA. Nada extraño. Me voy.
8am, Casa Irbagüen. Poco a poco van llegando los ponentes de mi mesa “Educación alternativa y sus rostros”: la Comunidad Normalista de Occidente, los estudiantes de Fe y Alegría y Los Patojos: sueños e ideas en la acción. Centros escolares públicos y privados van llenando el espacio. Nos sentamos, abrimos el micrófono y…
(Continuará.)
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