Vivíamos en la zona dos, unas calles detrás de la avenida Simeón Cañas. Nada nos daba más libertad, a mi hermano y a mí, que esas dos bicicletas. Nuestro plan era llegar desde mi casa hasta la Simeón Cañas y bicicletear toda la tarde con los niños del vecindario. Pero poco sabía de mis habilidades en la bici: al igual que en los deportes, serian escasas, por no decir nulas.
Jamás llegábamos a nuestro destino final. Antes de ello me somataba, dejando la piel de las rodillas como recuerdo en el asfalto. Intenté dos o tres semanas más, hasta que un día rodé sobre una pendiente empedrada. Eso bastó para ceder la bicicleta roja a mi hermano y dejar a un lado la fantasía de montarla como lo hacia él.
Llevaba unos 26 años de no recordar esa bicicleta. Si no fuera porque me encuentro conversando con Alfredo Maúl, el recuerdo continuaría perdido en algún capítulo de mi infancia.
Una conversación con él siempre deja una enseñanza. Arquitecto, ciudadano responsable, electricista y autodidacta en la preservación del medio ambiente. Es el responsable de dar vida a varios proyectos de impacto ambiental: G-22, Casa Semilla y Biciudad.
Me encuentro sentada en la mesa de comedor de su casa, mientras conversamos, se prepara un té cargado con miel. Por momentos olvido que estamos sentados frente a frente. Su voz, calmada y asertiva, me transporta a un inmenso auditorio. Lo escucho, mientras me da una cátedra que deja al descubierto su experiencia y la pasión que tiene por aquellos proyectos en los que participa y aporta. Todos encaminados a buscar la integración de la arquitectura con un ambiente que aprovecha, respetando los recursos naturales, además de buscar la recuperación de los espacios públicos.
A diario, Alfredo hace uso de los medios de transporte alternativos: llegar a su destino en bicicleta, caminando o haciendo uso del transporte colectivo es parte de su día a día, desde hace muchos años. Su meta es ser parte de una cultura que busque recuperar el uso de los espacios públicos de la Ciudad de Guatemala, que ama sin necesidad de que lo diga.
A diferencia de muchos y muchas, entre ellas yo, la delincuencia, la falta de seguridad vial, el clima, la ausencia de estacionamientos especiales o la simple pereza, no impiden que su medio de transporte principal sea la bicicleta. Creo que por eso, Alfredo se enorgullece tanto de nuestra ciudad. En ella encuentra una explosión de colores, una ráfaga de aromas, la sorpresa de lo cotidiano, el viento que acompaña al cuerpo, la calidez de una sonrisa y el tiempo que añeja la belleza de los árboles.
Para la mayoría que se conduce en vehículo propio, la idea de probar un método de transporte alternativo resulta casi imposible, por lo menos para mí. Mucho tiene que ver con la constante paranoia en la que vivimos, el temor a ser asaltados o agredidos. Pareciera que escondernos detrás de vidrios polarizados nos vende la ilusión de estar un poco más protegidos. Curioso, porque la mayoría de los asaltos que he sufrido han ocurrido mientras manejo.
Alfredo promueve el uso de las ciclovías, de las vías peatonales y la seguridad vial. Cree que son proyectos efectivos para la recuperación de los espacios públicos. Además, produce efectos directos en el usuario y en el desarrollo de la ciudad. Sin embargo, para que estos proyectos (ciclovías y vías peatonales) sean utilizados por un número masivo de usuarios, implica un proceso de varios años para poder apreciar sus resultados.
Si algo es admirable en él, es su congruencia. Es una de esas personas que vive la vida con base en los principios que enseña y transmite, alejándose de contradicciones y afirmando el peso de cada una de sus palabras a través de su práctica. No cabe duda de que inspira tanto, que he considerado en comprar una bicicleta.
Ya no será roja, sino celeste y tendrá un canasto blanco al frente en el que pueda llevar frutas, verduras y hasta un perro. Me aventuraré con mi hermano en la nueva ciclovía, esa que algún día nos llevará de nuevo a la Avenida Simeón Cañas.
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