En el mes de la Patria, los tambores resuenan por todos lados y las antorchas van y vienen pero, ¿cuántas de estas personas que se sacrifican en los desfiles y las carreras conocen los prolegómenos y los sucesos de 1821?
Mariano Picón Salas, escritor y ensayista venezolano y uno de los más preclaros humanistas latinoamericanos dijo en 1941: «La historia de la cultura hispanoamericana en su integridad y complejidad, en aquella como alta intuición poética que reclama toda historia para ser algo más que un amasijo de datos ordenados cronológicamente, aún está por escribirse, y no es mucha vanidad reclamar en este campo de estudios un modesto sitio de rastreador».
Harta razón tuvo Mariano Picón Salas. Yo recuerdo que en los años sesenta y setenta del siglo pasado, los cursos atinentes a geografía e historia se dividían precisamente en esas dos disciplinas y de cierta manera, se profundizaba en ellas. Y, aunque la historia que nos enseñaban no pasaba de ser una cronología de gestas militares, la capacidad de estímulo del maestro nos permitía rastrear un poco más allá de los contenidos programáticos. Hoy, muchas personas que se encargan de servir tales cursos no conocen los entuertos de nuestra dizque independencia y siguen replicando conocimientos (¿?) inflamados de patrio ardimiento.
Los antecedentes, procesos inmediatos y sucesos de 1821 deben ser desmitificados. Por mucho que nos duela porque la mayoría son vergonzosos. Entre ellos: La pérdida de Comitán y Tuxla Gutiérrez por parte de Guatemala —cuando Agustín de Iturbide se proclamó Emperador de México y dichos territorios se adhirieron al efímero imperio—; los líos de los criollos que no querían tributar pero tampoco querían perder el mando y su hegemonía en el comercio; la emancipación propiamente dicha que comienza con dos hechos ajenos a Guatemala (Pronunciamiento de Riego y Promulgación del Plan de Iguala); los bretes entre los grupos constitucionalistas conformados por la clase media ilustrada y el bando de los conservadores; y la conformación subsecuente de los partidos Liberal y Conservador conocidos en sus inicios como Los Cacos y Los Bacos. Todos esos hechos no son precisamente para enorgullecernos.
En ese maremágnum, los grupos sociolingüísticos devenidos de la civilización maya no tuvieron ni pito que tocar. Pero en la actualidad, el grueso de la tropa que marcha bajo el sol o la lluvia para celebrarlo sí es indígena. Y quienes pasan horas y horas corriendo en las carreteras portando antorchas son en su mayoría indígenas. Indudablemente, en ese quehacer hay un verdadero deseo —intrínseco e intangible— de ser libres, y ese hilo conductor habría que aprovechar: Se celebra algo emancipador aunque no se sepa a cabalidad qué ni cómo fue. Es tiempo entonces de honrar los Acuerdos de Paz e incluir entre los contenidos programáticos de los cursos pertinentes la verdadera historia de Guatemala. Muy particularmente, la relativa al conflicto armado interno sin olvidar sus causas remotas.
Sin el pleno conocimiento de nuestra historia, los guatemaltecos jamás tendremos una completa capacidad de discernimiento y la lógica del mal nos llevará siempre por el camino de la ignorancia y la estupidez. Es insultativo que en algunas escuelas aún se enseñe que Tecún Umán no distinguía un caballo de un español. Tecún Umán debiera ser una imago y como tal, darle el lugar que se merece más allá de una efigie en el desaparecido billete de cincuenta centavos.
Nuestra historia debe darse a conocer tal cual, con sus luces y sus sombras. Más sombras que luces porque pocos sabemos de barbaridades como que, Francisco de la Cueva, antes de ser Teniente de Gobernador de Pedro de Alvarado fue su Teniente de Ahorcar. Tal título tenía y lo cumplía a cabalidad.
¿Queremos salir de la sordina? Estimulemos a nuestros hijos para que busquen «modestos sitios de rastreadores». La escuela no lo hará.
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