Sin embargo, creo que no debe ocultar temas más estructurales que subyacen a la desigualdad socioeconómica que caracteriza a nuestra sociedad. Para ilustrar esto, conviene mencionar algunos ejemplos.
Es común que en nuestro medio la gente organice colectas de dinero, víveres u otro tipo de bienes para la gente necesitada. Así, se colectan juguetes para los niños pobres durante la Navidad o frazadas y comida para las personas que duermen en la calle. Algo similar ocurre durante los desa...
Sin embargo, creo que no debe ocultar temas más estructurales que subyacen a la desigualdad socioeconómica que caracteriza a nuestra sociedad. Para ilustrar esto, conviene mencionar algunos ejemplos.
Es común que en nuestro medio la gente organice colectas de dinero, víveres u otro tipo de bienes para la gente necesitada. Así, se colectan juguetes para los niños pobres durante la Navidad o frazadas y comida para las personas que duermen en la calle. Algo similar ocurre durante los desastres naturales al colectar víveres para quienes han perdido sus casas y han sido evacuados. Como consecuencia, los benefactores suelen sentirse bien con la acción realizada, sea porque lo consideren un deber cristiano o por convicciones generales de tipo humanitario.
Sin embargo, el regalar dinero o bienes es criticado con furia si quien lo proporciona es el Gobierno, como lo ha mostrado, por ejemplo, el programa de transferencias monetarias condicionadas. De esa manera, lo que parece ser una política pública redistributiva (en una sociedad tan desigual como la nuestra) se ve empañada por el voluntarismo ocasional que, me temo, no parece cuestionar o alterar la estructura que provoca la pobreza y exclusión. En cambio, una política pública redistributiva nace del diagnóstico de la desigualdad y puede tener impactos positivos en el mediano y largo plazo, tal y como se ha visto en otros países latinoamericanos.
Otro ejemplo muy concreto fue la multitudinaria escalada al volcán de Agua realizada semanas atrás con la intención de crear conciencia sobre el problema de la violencia intrafamiliar. No cabe duda que fue un hecho que llamó la atención y fue cubierto por varios medios de comunicación. Fue impresionante ver a miles y miles de personas realizar la caminata y tratar de esa manera de provocar la reflexión sobre ese problema.
Por otra parte, dicho movimiento humano no estuvo libre de causar ciertos inconvenientes como extravío de algunas personas, destrucción –involuntaria o por descuido– de cultivos de humildes campesinos o cierto caos vial. Dejando estos inconvenientes por un lado, cabe preguntarse si esa acción es la más adecuada para abordar el problema y si ha modificado algo la conducta abusiva o criminal de los agresores. Yo al menos, no estoy convencido de que así sea y que este es un tema no tanto de la acción privada sino del papel del Estado en términos de prevención y sanción. Creo que una movilización de esa magnitud sería más efectiva, por ejemplo, para presionar al Congreso a asignar más recursos a las entidades públicas de seguridad y justicia o para aprobar alguna normativa sobre el tema.
No niego que el voluntarismo sea un gesto noble, motivado por buenas intenciones pero, como todo voluntarismo y, por definición, es voluntario y ocasional, es decir con limitado alcance espacial y temporal, fruto del entusiasmo y discreción del momento. Aunque no parezca ser políticamente correcto señalarlo, creo que el voluntarismo puede ser necesario pero no suficiente, sobre todo si no permite una reflexión crítica de las condiciones y causas de los problemas que se quieren revertir. Aún peor es cuando pueda convertirse en sucedáneo de la política pública o de la acción del Estado.
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