El fin del democratismo ingenuo es el de alcanzar la “modernidad” y el “desarrollo”. Por lo menos así lo dicen públicamente. Consideran que el único ideal a seguir por los pueblos del mundo es el camino recorrido por los países europeos. Entre más blanca y al norte la población del país, mejor, más democrática (si no miremos las constantes referencias hechas a los países escandinavos). Esto significa que la modernidad blanca, “estilo europeo” es, no solo lo más apetecible para el resto del mundo, sino un destino inevitable que todos estamos obligados alcanzar. ¿Esperarán que nos blanqueemos algún día?, ¿esperan que nos “civilicemos” en la idílica “modernidad” boreal?
Al parecer olvidan la diferencia colonial (especialmente sus problemas no resueltos del colonialismo) que hace radicalmente diferente a Guatemala de esos perfectos países del norte. Pierden de vista el raigambre de imposición de modelos políticos, inscrito en las formas universalistas de pensamiento (como la misma democracia liberal) que han acompañado el proyecto ilustrado de estas latitudes. Sus gurús (ver a Kimlicka, por ejemplo), argumentan sin empacho que hoy es más apetecible “convencer” a los subalternos del tercer mundo de las bondades de la democracia liberalcon estímulos económicos, que a la fuerza.
Han desarrollado una variedad de estrategias sofisticadas de sometimiento y dominación, al tiempo que lo disfrazan todo de democratización: sus especies se representan en planteamientos como el de la igualdad, la representatividad, la integración, pasando por los del mestizaje, el hibridismo y la interculturalidad, llegando hasta los multiculturalismos de la diferencia. En alguna medida, han dado la justificación ideológica que necesitaban las capas medias de supuestos “subyugados” y/o pequeñas burguesías acomodadas a las “bondades” de la modernidad de conquista.
Confunden, exotismo con subalternidad, ley con realidad, norma con proceso. Para ellos es más importante conocer la teoría que la historia y creen que un análisis político adecuado es aquel que saca las variables correctas de las normas: quieren adecuar el mundo real al mundo de la fantasía. Para ellos es ideológico hablar de historia, mientras que consideran objetivo especular sobre el deber ser del sistema político. Hablan de la nación y del Estado como realidades inconclusas, perfectibles desde el horizonte de la blanca Europa. Recurren también a frasecillas célebres: “vivimos en un Estado fallido”, “si el Estado realmente hiciera lo que tiene que hacer” o “si los partidos realmente intermediaran con el pueblo”.
Aunque desmayen y peguen el grito al cielo por la dureza de los genocidios y las matanzas desmesuradas “del pasado”, se niegan a ver que es su misma matriz política moderna la que ha guiado modelos de Estado como el nacional socialista, el fascista, el comunista soviético, la dictadura latinoamericana y el militarismo “democrático” neoliberal. Creen que las muertes masivas son solamente un suceso mediático de los campos de concentración (en blanco y negro) y que nuestro verdadero problema es el de la inclusión del subalterno a la cultura política dominante.
A pesar de recibir a diario toneladas de información que dan la evidencia necesaria para saber que la “política democrática” liberal es solo una mercenaria que se vende al mejor postor, consideran que el papel del Estado es el de “defender” y “representar” a los ciudadanos. “¡Si realmente fuéramos sujetos políticos!”, dicen en otra frasecilla célebre. Admiten el absurdo del sistema de partidos políticos, pero se rasgan las vestiduras cuando algún listo propone no votar.
En términos de escritura, los liberales/democráticos consideran que una columna de opinión sirve para llevar a cabo un debate público y formar “ciudadanía”. En ella, los argumentos deberían ser puestos unos ante otros, procurando que el que sea “mejor” expuesto y razonado prevalecerá en el consenso. Consideran que el fin del opinionismo público es el de informar sobre la deliberación nacional y mundial, en torno de aspectos de relevancia política, social y económica: olvidan que en los medios, el mejor argumento es el que tiene mejor publicista y más recursos de campaña. La aspiración es la de mejorar la participación ciudadana por medio del incremento de la sociedad de comunicación. “¡Hay que hacer que los otros se comuniquen como yo (que tengo pisto, poder, etc.) digo que tienen que hacerlo!”.
La falsa conciencia ilustrada es, según Sloterdijk, una forma de conciencia sobre la cual la modernidad ha trabajado con éxito al mismo tiempo que en vano. Ese es su marchamo de seguridad, podría decirse. Es una forma de conciencia que ya no se siente afectada por ningún tipo de crítica de la ideología, puesto que su falsedad se encuentra amortiguada de antemano por la desvergüenza. Por ello, esa es otra forma de cinismo, aparentemente menos dura, que la que analizamos el artículo pasado. Ante la implacabilidad de la historia, ¿serán el democratismo ingenuo, e incluso el utopismo socialista, formas ilustradas de falsa conciencia? Ahí se las dejo pues…
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