Ante una plétora de académicos, literatos y personas amantes de la cultura (como solo en Quetzaltenango he visto) don Daniel Matul Morales, Doctor en Mediación Pedagógica por la Universidad De La Salle, de San José, Costa Rica y postdoctorado en Epistemología por la Universidad de La Habana, Cuba, sentó cátedra acerca del diálogo ancestral de la cosmología maya con nuestra cosmogénesis actual. Su obra, más allá de sus alcances históricos, filosóficos y literarios, es un reflejo de su estatura académica.
Esos momentos de ágora académica y literaria aún los estoy disfrutando, pero, entre uno y otro paladeo todavía trato de encontrar la razón por la cual, su bondad creo más que mis capacidades, lo impelió a escogerme para acompañar al doctor Oscar Azmitia Barranco, ex Rector de la Universidad De La Salle, en la palestra de los comentaristas de la obra. Como si no fuera suficiente, la obra está prologada nada más ni nada menos que por el teólogo y ecologista Leonardo Boff.
Yo acepté su petición con solemnidad y respeto porque soy partidario de un principio muy de nuestra cosmovisión maya q’eqchi’ que reza: «Quien no acepta un don es porque no lo merece» y, en un instante de atrevimiento, titulé mi glosa texto: Apostillas a Plenitud de vida. Pensamiento maya, del doctor Daniel Matul Morales. La razón la explico a continuación.
Desde que Umberto Eco publicó en 1984 su Apostillas a El nombre de la rosa, el concepto de la palabra apostilla cambió radicalmente al ser utilizado en literatura. Pasó de significar una nota colocada al margen de una página o una precisión añadida a un discurso, a una acotación hermenéutica o una exégesis tanto-cuanto esa acotación se refiere a una obra que da lugar a la iluminación del presente desde la interpretación del pasado para entrar en intelección de un futuro que nos desafía. No lo dijo Humberto Eco así de explícito, pero se intuye cuando hubo de construir toda una obra sobre su propia obra para dar paso a la intelección de un verso extraído del De contemptu mundo de Bernardo Morliacense, un monje benedictino del siglo XII que compuso variaciones sobre el tema del Ubi sunt.
No podía entonces adjetivar mis comentarios de otra manera. Menos, cuando académicos de la estatura de don Daniel Matul y Leonardo Boff lucen entrelazados para iluminar nuestro aquí y ahora. El ilustre Boff, responsable del prefacio, se refiere a la obra, desde el primer párrafo, así: «Trátase de un diálogo entre la ancestral cosmología maya con la contemporánea cosmogénesis que incorpora la mecánica cuántica, la nueva biología, en una palabra, las ciencias de la vida y de la Tierra. El autor se mueve con naturalidad por entre estas varias ramas de ciencia, confrontándose con lo que conoce de su propia cultura maya».
Es decir: trátase, también, de exégesis y hermenéutica.
Para dar a entender mejor el enfoque de mis apostillas tuve que ser claro con relación a quién soy y de dónde vengo. Porque nací y crecí en medio del mundo maya-q’eqchi’. Para mi fortuna, desde mis siete años de edad fui aceptado por mis compañeros q’eqchíes y ellos me sumergieron en aquellos conocimientos que para entonces se consideraban misterios y que hoy son parte de los pensa (plural de pensum) de estudios de las universidades más identificadas con la realidad de Mesoamérica. Lo demás vino por añadidura. Así, supe que un Aj Achik es el interpretador de los sueños (¿acaso no una de las mejores obras de Freud trata acerca de la interpretación de los sueños?). El Aj Kunanelab Mayab es el sanador, el que tiene el arte de curar (¿acaso no se nos enseña en las escuelas de medicina que la práctica médica en parte es científica y en parte es arte?). El Aj Tzité es un interpretador, es el especialista en la interpretación del tzité, un sistema oracular maya (¿acaso no la psicología y la psiquiatría buscan evidencia en la interpretación incluso de los gestos de las personas que buscan su sanación psíquica o espiritual?). Y que, el ajq'ij, es un científico contador e interpretador del tiempo y del espacio.
Desde el anterior contexto abordé la obra del doctor Matul quien, haciendo eco a nuestros antepasados e inmerso en la sinfonía de la vida, cierra su obra declarando acerca de la madre Tierra: «Nada nos duele más que, ver y sentir la violencia con que se le trata y el escarnio a que muchas veces se le somete… La Tierra es nuestra dignidad…».
Espero haber estado a la altura requerida.
Más de este autor