Dos años han sido suficientes para que a nivel mundial los líderes políticos se hayan desnudado y las élites oligárquicas hayan mostrado —y no pocos saciado— sus insanos deseos. Dejaron de lucir las uñas y los dientes postizos para mostrar, acompañados de rugidos, sus garras y sus colmillos.
Nada nuevo en cuanto la política y la economía mundial. Pero, con los pies puestos en nuestra tierra, este fenómeno también nos ha permitido conocer las bondades o las maldades del vecino, las verdades o las mentiras y las torpezas de nuestros gobernantes, la abnegación o la perversidad de quienes hayan tenido que ser actores en el manejo de la crisis pandémica, y muy importante, reconocernos nosotros frente a un espejo, porque de repente, ni el rostro de nuestro corazón conocíamos.
El antropólogo Carlos Cabarrús Pellecer, S.J., explica los dos rostros del corazón de la persona humana (con relación a quién soy y qué sentido tiene mi vida) de la siguiente manera[1]: «Ignacio captó los entresijos —las cosas ocultas— de las personas. En palabras más cercanas diríamos que lo que revela la experiencia personal implica, por una parte, una realidad golpeada, herida, vulnerada, pero también, por otra, un potencial, unas fuerzas, un “pozo” de posibilidades, un conjunto de fuerzas positivas. Es decir, que toda persona está movida en su actuación por una mezcla de esas dos partes de su corazón: la herida y el pozo. ¡Y estos son los dos rostros del corazón de la persona humana…!».
En la teoría de Cabarrús, las heridas que se traen desde la infancia marcan la conducta futura de la persona desde una realidad que está en el inconsciente. Puede conocerse esta realidad mediante diversas metodologías (psicoanálisis, ejercicios de discernimiento, introspección, etcétera) pero, durante un estado de crisis, esa realidad aflora con todas sus consecuencias. Venga del sustrato que él llama «un pozo de posibilidades» o de la realidad vulnerada en una etapa de inocencia.
Conviene hacer notar que hace una diferencia entre el inconsciente definido por Segismund Freud y el concepto suyo. Dice Cabarrús[2]: «Cuando hablamos de inconsciente no lo hacemos usando el concepto estrictamente Freudiano de sus inicios —y como se entiende con frecuencia en la actualidad— sino como algo de lo que no somos conscientes, pero está ahí y está ahí actuando en positivo y negativo».
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Dos años han sido suficientes no solo para conocer quiénes y cómo son nuestros líderes y nuestras élites sino también para saber de nosotros, de los rostros de nuestro corazón. Y si por acaso aún no nos hemos dado cuenta, vale la pena que analicemos: ¿cuál ha sido nuestra actitud durante el lapso de marzo 2020 a marzo 2022? Doy posibilidades sencillas de discernir. Con relación a las necesidades de los demás: «fui solidario con mi prójimo o fui mezquino hasta con mis familiares». Con relación a los dones que Dios me dio: «me puse al servicio de los demás o me encuevé al abrigo de enfermedades o comorbilidades falsas». Cuando empezaba la vacunación: «esperé el momento asignado para vacunarme o fui roñoso utilizando influencias para “pasar primero” sin importar el estado de vulnerabilidad en el que dejé a quienes precisaban de la inmunización antes que yo». En orden a la adquisición de la canasta básica durante los confinamientos: «fui racional al comprar mis alimentos o acaparé hasta el papel higiénico en las tiendas y supermercados». Finalmente: «fui mosca o fui abeja obrera».
Para mejor entender la metáfora de la mosca y de la abeja cito otra vez a Carlos Cabarrús[3]: «Darte cuenta si eres “mosca” o eres “abeja obrera” te da pistas para comprender desde qué lado del corazón vives de ordinario. Las moscas están en el estiércol, en lo más sucio, y lo llevan a donde debe haber mayor limpieza… Las abejas obreras extraen lo mejor de las flores, y además producen la miel que es un alimento nutritivo y un remedio fundamental para los demás».
Un juicioso raciocinio nos proveerá las respuestas. Por favor, si algunas nos espantan aprovechemos que aún estamos en el inicio del tercer año, de aproximadamente cinco que durará la pandemia (conste, va en descenso), para enderezar el rumbo. Los seres humanos no somos perfectos, pero sí somos aptos para buscar la perfección, aunque no la alcancemos de manera plena.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
[1] Cabarrús, Carlos. (2006). La danza de los íntimos deseos. Siendo persona en plenitud. Bilbao: Desclée de brouwer. P. 16-17.
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