La ciencia y la tecnología, positivistas y eurocéntricas, fueron puestas a prueba con la pandemia y no la superaron. Porque es la aplicación de esos conocimientos al modelo económico y productivo la causante del surgimiento y rápido desarrollo del virus, que, a través de las redes que interconectan al mundo globalizado, se propagó con la misma rapidez del clic virtual que nos pone en sintonía al instante con lo que acontece en el ámbito más lejano.
La supremacía humana, apalancada en principios religiosos cristianos, sobrepuesta a la naturaleza, que encontró su nicho justificativo en el colonialismo y que se erigió como universal, fue desmantelada por una nanovida infinitamente pequeña: el virus, imperceptible a nuestros sentidos pero avasallador en sus efectos. La soberbia humana se vino a pique. Los conocimientos son más limitados de lo que creímos.
Sin embargo, en Guatemala, los pocos conocimientos y prácticas que existen se orientan a perpetuar un modelo económico depredador que atenta contra la vida y son puestos al servicio de la economía, y no al revés. Son conocimientos que se focalizan en el centro y que dejan a la periferia en el umbral de la ignorancia y, por lo tanto, de la dominación colonial. La pandemia, como pretexto, vino a exacerbar ese modelo, que acumuló más ganancias. Hospitales privados, medicamentos, instalaciones, préstamos, etcétera, propiciaron mayor riqueza en las élites y más desigualdad en el pueblo.
Las acciones que han tomado —y seguirán tomando— el Gobierno y las demás instancias del Estado se orientan a proteger los privilegios de siempre. Y a abandonar a los de siempre, al pueblo, que, como planteó hace 50 años la filosofía de la liberación, es «el bloque social de los oprimidos en las naciones […] en fin, la población periférica nacional negada desde la centralidad de las capitales o regiones capitalistas privilegiadas en los mismos países dependientes».
En ese sentido, la educación y la salud seguirán siendo las esferas más olvidadas por el sistema colonial imperante, máxime en las comunidades y áreas rurales, adonde no llegó la educación en línea y donde los maestros del sistema oficial nunca hicieron una acción relevante para revertir el abandono. A pesar de estar a tiempo los sueldos, los bonos y demás privilegios de los pactos colectivos. Estos no quedaron en suspenso, como la educación.
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La futura normalidad no será diferente a la precariedad educativa que arrastramos desde hace siglos. Al contrario, será más precaria y deficiente, con las consecuencias dramáticas en la vida de la niñez pobre urbana y rural, que durante un año no recibió ningún tipo de conocimiento.
Al igual que la desnutrición, la falta de educación en los primeros años de vida de los niños repercutirá en su vida de adultos: débiles biológicamente, vacíos de conocimientos, con escaso pensamiento crítico y, en consecuencia, con una débil ciudadanía para entender la realidad y cambiarla. Abundará la mano de obra barata, que por cualquier monto trabajará para los que controlan el capital y los medios de producción. Seguirá la manipulación política a favor de la clase politiquera, aumentará el número de migrantes para desgracia de las comunidades y seguirán aumentando las remesas para bendición de las élites coloniales y de su modelo económico concentrador de riqueza.
Ante ello, la única esperanza es el pueblo, como se definió arriba. Dice la filosofía de la liberación: «El pueblo entendido de esta manera amplia es, entonces, el sujeto de la liberación». Pero para ello hay que recrear no solo la comunidad rural, sino también la urbana, asumiendo tareas olvidadas, como cuando las municipalidades y las comunidades educaban a sus niños. La autodeterminación es clave ante el abandono del Estado.
Dice Enrique Dussel: «¡Debemos actuar de tal manera que nuestras acciones e instituciones permitan la existencia de la vida en el planeta Tierra para siempre, perpetuamente! La vida perpetua es el postulado ecológico-político fundamental. Así, la economía se transforma en un subsistema de la ecología, poniéndose al servicio de la vida, y no la vida al servicio de la economía».
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