La tormenta Eta está afectando a toda la región nororiental de Guatemala. Las fotografías que nos llegan desde muchos lugares de nuestro país son dantescas. Y las imágenes que tenemos frente a nosotros, en una dimensión real, no son para menos. Durante mis 66 años de vida, pocas veces he visto un desastre semejante.
A tenor del análisis histórico de las calamidades que hemos sufrido desde la mitad del siglo pasado, no pocas veces he dicho en mis artículos que a los guatemaltecos los desastres nos cierran vuelta. No hemos terminado de recuperarnos de uno cuando ya nos golpeó el siguiente. Y esta vez nos viene como anillo al dedo el conocido refrán: «Sobre llovido, mojado».
Sobre llovido, mojado, pues, estando en una meseta de la pandemia de covid-19, nos alcanzó la segunda ola. Y en Verapaz un frente frío y lluvioso que nos azotó desde el lunes 2 de noviembre se traslapó con la tormenta Eta, que no por degradada dejó de ser letal con relación a su descarga hídrica.
Como un signo de esperanza conocimos, entre unas y otras calamidades, un llamado que los obispos del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal de Guatemala hicieron a cuatro sectores de la sociedad guatemalteca el 30 de octubre. Se trata de un documento titulado Cuídense los unos a los otros (Hebreos 12, 15), dirigido a las autoridades nacionales y locales; a los sectores sociales de producción, de comercio, de espectáculos, de cultura y religiosos; a las familias, y a la población en general. Fue escrito como un eco del mensaje del papa en su última encíclica (Fratelli Tutti), mediante la cual nos llama a ser todos hermanos.
El documento fue escrito ante la necesidad del ejercicio de la fraternidad y del cuidado de unos a otros ante la segunda ola de covid-19, pero, a los afectados por Eta, el mensaje vino a fortificarnos no solo frente a los embates de la pandemia, sino también frente a la acometida de dicha borrasca.
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Transcribo literalmente el llamado a la población. Más que un requerimiento, parece haber sido una voz profética lanzada ante las calamidades que nos sobrevenían. «A la población en general, a plantearse en la cotidianidad la pregunta del Señor: “¿Dónde está tu hermano?” (Gen 4, 9), con la cual se nos hace responsables de la salud integral y del bien de nuestro prójimo y se nos invita a la solidaridad para con los afectados por las consecuencias económicas mundiales y nacionales de la pandemia, teniendo presente la Palabra del Señor Jesús: “Lo que hicieron a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron” (cf. Mt 25, 40)».
¿Por qué hago esta reflexión? La razón es una. Así como nunca antes habíamos tenido inundaciones tan severas (solo comparables con los desbordamientos provocados por el huracán Fifí en 1974 y el Mitch en 1998), nunca antes habíamos visto tanta solidaridad entre nosotros los altaverapacenses. Genera alegría y esperanza —en medio del terror y la angustia— leer los mensajes (en redes sociales) de muchas personas ofreciendo apoyo inmediato y efectivo, no solo afectivo. Como ejemplos, no son pocos los dueños de transporte pesado que han puesto a las órdenes de los necesitados sus unidades de carga a fin de evacuar los enseres de sus casas, no son pocos los dueños de hoteles que han abierto las puertas de sus hospedajes a manera de albergues sin costo alguno, no son pocas las iglesias que han abierto sus puertas para constituirse en centros de refugio, no son pocos los ciudadanos que se han organizado a manera de brigadas para ponerse al servicio de las personas más vulnerables. Y no son pocos los miembros del personal de salud que, más allá de sus labores habituales, en medio de la pandemia de covid-19, están atendiendo a los damnificados en los centros de resguardo.
Creo (de certeza, y no de duda) que esta vez sí supimos hallar a nuestro hermano. Lo encontramos (sin distingo de credos, ideologías, procedencia étnica u otro) en las personas más pobres y necesitadas. Y este ejercicio de la otredad viene a ser, en medio de la desgracia, un signo de esperanza.
A los señores obispos de la Conferencia Episcopal de Guatemala, mi agradecimiento por hacernos llegar sus mensajes tan alentadores en momentos de suma crisis. Fueron como había que ser: breves, precisos y concisos.
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