Se trataba del defensor de la Amazonía. Sí, del obispo poeta, del defensor de los pobres, del obispo del pueblo (como lo llamaba su grey). Del obispo emérito de São Félix do Araguaia desde 2005, en el estado de Mato Grosso, Brasil. Me refiero al prelado que transmitía su poesía mística en tuits como: «Siempre esperé tu paz. No te he negado, aunque negué el amor de muchos modos y zozobré teniéndote a mi lado. No pagaré mis deudas; no me cobres. Si no he sabido hallarte siempre en todos, nunca dejé de amarte en los más pobres».
Así de contemplativo era don Pedro Casaldáliga. Y a la vez así de objetivo, con los pies sobre la tierra.
La conmoción en algunos sectores eclesiales no fue poca. Fray Luis Miguel Otero, O. P., superior del centro Ak’kutan Fray Bartolomé de las Casas, escribió en su muro de Facebook: «Lo conocí en nuestra casa de Managua. Venía de visitar Nueva Segovia, allá por los años de la contra. Me impactó su exagerada sencillez y libertad. Ese mensaje recibí. En su porte, en sus opiniones, en su trato transpiraba sencillez y libertad evangélicas. Posiblemente hay que ser poeta para ser obispo con esas características. Hace años que lo perdimos. Ahora se nos fue. No logró cambiar el aparato eclesiástico más allá de su pequeño territorio, pero fue una gota de agua fresca y clara que emocionó a muchos. Podría ser una imagen para este proyecto de “conversión eclesial” del que hablamos».
Cuando fray Luis Miguel dice que «hace años que lo perdimos», se refiere a la enfermedad de Parkinson que afectó al prelado en la última etapa de su vida. Murió a los 92 años de edad.
Recordé entonces una explicación del padre Adolfo Nicolás, S. J. (refiriéndose a los profetas en nuestros días), citada por José Eizaguirre en un documento llamado Pasión por el Creador, las criaturas y la creación: «A lo mejor resulta difícil de captar, pero la Iglesia está ahora como estaba al final del Antiguo Testamento. Hubo una crisis de fe cuando el exilio, y tras esta crisis se terminaron los profetas. Cuando habla a la sociedad moderna, la Iglesia no puede hablar proféticamente porque no hay fe para recibir el mensaje profético. Tiene que hablar como habló el Espíritu en la última parte del Antiguo Testamento. La Iglesia tiene que hablar sapiencialmente. Hacen falta profetas dentro de la Iglesia, pero a la sociedad hay que ofrecerle sabiduría dándole mensajes que tengan sentido, que abran caminos, que ayuden a los jóvenes a ver que hay todo un camino de sabiduría que hay que seguir».
[frasepzp1]
Y también pensé en ese momento que con Casaldáliga se había extinguido también la última figura de los profetas actuales.
Para mi alivio, cinco días más tarde se difundió por las redes sociales el llamado moral que el cardenal Álvaro Ramazzini Imeri le hizo a la fiscal general Consuelo Porras. Cuando lo leí, encontré la tesitura digna de un profeta que les habla a quienes tienen fe y también instruye sapiencialmente. Y, aunque no dejé de pensar en la cita bíblica de Juan 1, 23, relacionada con «la voz que clama en el desierto», dormí tranquilo, con la certeza de que no todo estaba perdido.
Antes de dormir recordé las características indispensables que habría de tener un cardenal (según me dijo un sacerdote allá por 1969): «La primera se trataba (y se trata) de una fe inquebrantable sin importar los vendavales que le sobrevinieran a la persona elegida. La segunda atañía a mirar con esperanza incluso en los momentos más devastadores que pudiera sufrir aquella persona. La tercera, mirar con amor, particularmente a los desposeídos, a los segregados y a los pobres entre los pobres. Y la cuarta, hablar con la verdad y testimoniar la verdad».
Creo que esa última característica, la de hablar con la verdad, testimoniar con la verdad, denunciar y anunciar con la verdad, hace del obispo Ramazzini un profeta actual.
Así pues, en plena pandemia de covid-19, creo (de certeza, no de duda) que tenemos un renuevo y una continuidad profética en América Latina, si bien con un carácter y un estilo muy distintos.
¡Mucha falta nos hacía!
Más de este autor