Durante la campaña electoral, distinto es lo que acontece en los medios de comunicación de lo que sucede en nuestro entorno. En este me encuentro con personas que creen estar frente a un espectáculo televisivo, como si la cosa no fuese con ellos: «¿Ya se echaron a la señora?». Otros lo viven desde el escepticismo de siempre, pues, «quede quien quede, nada va a cambiar». Y, casi sin excepción, todos lo hacen refiriéndose a las ideologías.
Las ideologías, como cualquier otro concepto, son marcos de referencia utilizados para darle sentido a la complejidad que rodea nuestro espacio vital. Sin embargo, para poder utilizarlas, primero necesitamos entenderlas. Si no, corremos el riesgo de simplificar la inconmensurable realidad, en lugar de simplificar nuestro discurso, lo cual es deseable y práctico. Además, es necesario que hagan referencia más o menos al mismo contenido para no terminar hablando solos, escuchando nuestro propio eco.
En Guatemala ningún requisito se cumple. Las ideologías (derecha e izquierda) se utilizan como etiquetas atiborradas de contenido moral en las cuales las ideas son baladíes. Aquí, si mucho, se ideologizan los asuntos. Como cualquier otra etiqueta, las ideologías funcionan con imágenes fáciles de reconocer, que imbuyen emociones de todo tipo, las cuales, a su vez, dificultan la comprensión entre las personas. El empresario es tal y el campesino pascual. Además, todo depende de a quién preguntemos, es decir, no hay un tejido común de comprensión. Esto es causa de que en la política la verdad no importe, sino solo el poder.
En los ámbitos en los que me muevo, izquierda significa igualar a través de una injustificada distribución económica y estropear los incentivos del mercado, mientras que la derecha son los responsables del crecimiento económico, de la generación de empleo, los poseedores del talento, los promotores del progreso, etc. Ambas imágenes son equívocas y están incompletas.
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Seamos honestos. Los políticos no las entienden y usted tampoco. No estoy haciendo un juicio valorativo. Me limito a describir una lamentable realidad. Así pues, por favor, si estima su intelecto, no las utilice porque a quien lo están utilizando es a usted. Los que sí las entienden, por favor, dejen de utilizarlas mal sacando tajo del conflicto y aumentando el caos y la confusión en el ámbito político.
Yo mismo reconozco que la actualidad política me desborda, se me escapa. Cada vez entiendo menos lo que pasa. Paradójicamente, cada vez entiendo mejor las ideas. Eso muestra que ambas —ideas y política— lamentablemente ocurren en órdenes muy distintos.
Durante un debate en Sophos a finales de febrero me percaté de que las ideas de la izquierda y de la derecha democráticas tienen más puntos en común que diferencias. No digo que sus diferencias sean mínimas, sino que su convivencia no solo es deseable, sino también esperable. Lo que las diferencia es la escala de valores que priorizan. Una la libertad económica, la otra la igualdad social, pero no renuncian a ninguna. Además, son etiquetas incómodas, pues las diferencias entre las izquierdas y las derechas pueden ser abismales. Es decir, utilizar las palabras derecha o izquierda sin más es casi igual que malgastar saliva, que decir cosas vagas, que decir casi nada.
Por lo tanto, en política mejor hablemos de propuestas concretas, de acciones tangibles que todos podamos entender. Lo que necesitamos es un nuevo modelo de organización que las haga convivir, que busque el desarrollo humano (más allá del económico), que busque la libertad (más allá de la elección), que busque la justicia (sin igualar), pero sobre todo que salve el planeta. Se nos muere el planeta y nosotros con él. No hay nada más tangible, evidente y urgente que esto: salvar el planeta. Lo que nos falta es imaginar cómo hacerlo.
En el ámbito de las ideas no debemos abandonar las ideologías, pues dan coherencia y orden al pensamiento. Pero, si la política es confusa y cambiante, las ideas deben aspirar a clarificarla. Todo lo demás es pretender demasiado, es farsa. Clarificar no consiste en que «todo es ideológico» o en que «es imposible no tener ideología». Aplicar el bisturí con la intención de desvelar los intereses de la derecha equivale a vaciarla de su contenido fundamental, el político. Si el devenir de los tiempos exige abandonarlas, debemos revitalizarlas, hacer que funcionen como marcos verdaderos de comprensión y que todo el pasado contenido en ellas alumbre nuestro presente. Una comprensión más laxa del término terminaría por colocar las últimas letras en su epitafio.
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