Esas fisonomías se han enseñoreado en nuestro país, y sus irracionalidades van más allá de la tortura, los asesinatos, los secuestros, las acusaciones falsas, los sambenitos político-partidistas y la violencia practicada sobre los seres humanos.
Sus raíces están cimbradas en las mismas causas históricas que provocaron las guerras internas de Nicaragua, Guatemala y El Salvador: la situación agraria y la marginación económica, el sometimiento y la segregación de los pueblos originarios, y las dictaduras y los autoritarismos. Todas ellas han generado pobreza, pobreza extrema y el nulo acceso de las masas poblacionales a la educación.
Para desgracia nuestra, en Guatemala la situación se volvió tragicómica porque esas expresiones visibles del mal nos convirtieron en un constante hazmerreír del mundo. Nuestro país se volvió una especie de Macondo donde el grotesco presidente espeta a diestra y siniestra sandeces como «que se persiga el delito, pero no a las personas», «se atrapan aviones con camiones», «se captura cerca de un centenar de terroristas de ISIS y se les envía de vuelta a su país» y «solo tenemos el 3 % de desempleo».
En Honduras, esas dictaduras y esos autoritarismos concentraron todo el poder en pocas personas sin respeto a lo legal e institucional, y esa constante provocó hambre y miseria, que a su vez desencadenaron una masiva migración hacia Estados Unidos que, como bien dijo el embajador de Estados Unidos en Guatemala, está destinada a fracasar en cuanto a sus objetivos. Mas la cauda de frustración será pavorosa. Ha de saberse que no son mil ni dos mil personas las que están migrando hacia el norte. A la fecha de hoy se considera que son unos cinco mil hondureños los que van en busca de un mejor futuro.
Quizá sean las dos primeras estrofas de la canción Abajo, de Luis Enrique Mejía Godoy, las que mejor retraten esa inicua situación: «Abajo, donde no crece ni la esperanza y el perro come en el mismo plato y el indio sufre por el maltrato del terrateniente. Abajo, donde la huella de aquel abuelo que tanto quiso dejarnos algo ya se ha borrado y el chilamate murió reseco».
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Y como si toda esa abominación fuera falsa, algunos politiqueros de Guatemala, durante el paso de la caravana hondureña por nuestro país, acusaron a los migrantes de invasores y de terroristas y llamaron a repudiarlos y a expulsarlos o a aplicarles el rigor de la ley.
Irónicamente, esos politiqueros constantemente invocan el nombre de Dios en sus discursos. Así, pareciera que han olvidado o que nunca supieron del segundo mandamiento bíblico, que reza: «No tomarás el nombre de Dios en vano». E ignoran una cita del libro del Deuteronomio (27, 19) que les va como anillo al dedo y que textualmente dice: «Maldito el que pervierta el derecho del forastero, del huérfano y de la viuda».
En vía contraria, la población guatemalteca hizo oídos sordos a los llamados de esos mequetrefes y ha puesto en práctica un verdadero evangelio de la ternura para con los migrantes. Se ha hecho una con los caminantes. Tal fue el caso de ese mototaxista de Esquipulas que, al ver las raídas sandalias de un joven hondureño, se quitó sus zapatos y sus calcetines y se los regaló.
Vale la pena recordar entonces que el evangelio de la ternura es «norma normans de la Iglesia, [que] expresa esa verdad esencial: Jesús no revela un dios de violencia, sino de ternura, el rostro de un amor que perdona y reconcilia consigo, que se entrega por amor, que se hace don, acogida, abrazo…».
Tanto necesitan ellos de comida como de un abrazo y una humana acogida. He allí una manera muy cristiana de hacerles frente a los rostros del mal. Por descontado, sin dejar de lado la denuncia que anuncia una vida mejor.
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