Es muy común que la expresión se utilice con despecho en líos de amores. «No te merecía. Déjala ir y ya verás. Nadie sabe lo que tiene…». En ese caso, de lo que se trata es de levantar el sopapeado amor propio o de hacer más pequeña a la persona que nos deja o maltrata. En este caso, de lección de vida tiene muy poco.
También se utiliza como amenaza: para decir que, si alguien continúa con su proceder, terminará perdiendo.
Otro uso es sugerir resignación. «Aguanta porque no queda más. Nadie sabe lo que tiene…».
El uso más definitivo que podemos darle a la expresión es con nuestra preciosa nave, el planeta Tierra, donde todos somos pasajeros (en el doble sentido de la palabra). Si la perdemos, ni tiempo habrá para utilizar la expresión como sentencia de castigo.
Un viejo, conocido mío, opina que lo que hace falta en el mundo es una buena guerra, es decir, una que acabe con un par de billones de vidas y nos haga cambiar el deseo de un envidiable estatus social para apantallar a familiares y vecinos por una sopa caliente.
Pero no seamos fatalistas.
De lo que se trata en este caso es más simple de resolver, voluntad de por medio. Dicen que todos, en algún momento de nuestra vida, necesitamos de un médico. De un sastre, de una abogada, de una arquitecta o de muchas otras cosas que precisamos ocasionalmente.
Lo que requerimos cada día, aparte de oxígeno para respirar y agua, es comida. Al menos tres veces al día.
Y sucede que toda la comida tiene el mismo origen: los agricultores o campesinos.
Esas personas sufren muchos prejuicios. Utilizamos su profesión para ofender o denigrar: se comporta como campesino, ¡ay con el campesinado! Pero resulta que sin estas personas, sean obreros asalariados del campo o productoras por cuenta propia, no tendríamos comida en la mesa.
Y sucede que ni siquiera tienen su día. Hay para todo lo demás. Los castigamos clasificándolos como trabajadores no calificados y pagándoles en consecuencia.
Hay que intentar cultivar la tierra para darnos cuenta de que ser campesino no es fácil. Se requiere fortaleza física, capacidad para trabajar muchas horas bajo el sol. Quizá por eso lo llamen trabajo no calificado: porque solo se toma nota del esfuerzo físico.
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Pero resulta que eso va más allá. Hay una gran cantidad de conocimientos que deben tenerse para practicar la agricultura. Y muchos profesionales (con salarios en consecuencia) carecen de ellos.
Hay que conocer la tierra, comprender los ciclos de la luna y el comportamiento de los animales (cosa reservada para científicos especializados). Hay que reconocer variaciones tonales del verde y otros colores para saber si una planta está enferma o si un fruto está listo para ser cortado.
El papel de la mujer como productora de alimentos está ganando importancia a gran velocidad, ya que los hombres emigran para buscar el sustento familiar y ellas deben quedarse a cargo de las parcelas familiares. Con ello aumenta sustancialmente su carga de trabajo, que puede llegar a 11 horas diarias o más. Y lo mismo sucede con los niños.
También tenemos el fenómeno de la migración rural-urbana. En la Europa de la actualidad no es más una sorpresa encontrar otrora pueblos agrícolas convertidos en pueblos fantasmas. Y donde queda agricultura, la mano de obra es muy cara por escasa.
Entre tanto, los barrancos, las riberas de los ríos y los cerros erosionados continúan poblándose con gente que vive sin electricidad y llegó atraída por las luces de la gran ciudad.
Quedan sin poder producir alimentos y sin encontrar empleos en actividades que no dominan, pues son profesionales de la producción de alimentos, no patojos chispudos con la alta aspiración de ganar un salario mínimo.
Se acaban los campesinos. Espere a conocer los resultados del censo de población y haga cálculos. Al menos la próxima vez que vaya al mercado deje de regatear porque así le enseñaron. Invito a dejar ideas sobre la dignificación campesina en la sección de comentarios.
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