Hablamos del eticista, algo tan nuevo que hasta el diccionario del procesador de palabras se altera de nervios y lo marca como error. Siguiendo por la vereda, descubrimos que ni siquiera existe una definición generalmente aceptada. Pero es bueno que estemos bien informados por si nos cruzamos con alguien que se dedique a eso o lo sienta su vocación.
Empecemos por la definición de ética. A los ciudadanos de a pie quizá nos cueste comprender las definiciones existentes por cuanto para algunos se trata de una rama de la filosofía y para otros de una ciencia por sí misma o de una extremidad de la moral. Así pues, para fines prácticos, digamos que se trata del eterno dilema entre el comportamiento que está bien y el que está mal. O sea, viene a ser como el angelito y el diablito que se posan en nuestro hombro cuando enfrentamos algún dilema.
Levantando muebles y papeles por la Internet, encontré algunas descripciones del trabajo de un eticista. Para algunos se trata de alguien cuyos juicios y códigos en ética obtienen la confianza de una comunidad y que llega a ser un ejemplo para ella. Otra fuente dice que se trata de una persona que se especializa o escribe sobre ética o que está dedicada a los principios de esta. Y aquí otra: es la persona que promociona un conjunto particular de principios sobre hacer el bien o el mal. Y, ya que nos metimos a esto, una más: se trata de una persona que estudia sistemáticamente los valores y cómo estos informan acciones, decisiones y prácticas.
El asunto va tan en serio que hasta el diario The New York Times y muchos otros tienen eticistas de planta. Revisando material, veremos que el eticista viene a ser lo que antes llamábamos consejero (como la señora Rina Montalvo), a quien los lectores dirigían cartas presentando dilemas y buscando consejo.
Un caso considerado por un eticista de moda se refiere a una dama que solicita un empleo en una empresa de la competencia y que durante la entrevista se entera de que ambas empresas trabajan discretamente en un producto similar. El dilema es: ¿le cuento a mi empresa actual que la competencia sacará el producto dos meses antes o me quedo callada? El experto en el bien y el mal le recomienda que comparta con su actual empleador la información confidencial que recibió de la competencia.
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De lo anterior surge la parte más seria de este artículo, ya que la ética es un asunto personal que genera la más infame de las confusiones, la que destruye familias, amistades, relaciones, comunidades y hasta sociedades: no hay que confundir lo que es bueno con lo que nos conviene. Cada persona tiene un conjunto de valores que determinan su comportamiento. Hay quienes piensan que tirar bolsas de basura en el patio del vecino es aceptable si eso les ahorra gastos o esfuerzos. Hay quienes piensan que robar en la empresa está bien porque, de todas formas, alguien más lo hará. Y podemos gastar mares de tinta poniendo ejemplos. El bien o el mal dependerá de nuestros valores, y por encima de ellos viene la moral (los acuerdos sociales) o la ley.
Una corriente de pensamiento dice que, además, como techo para discernir entre el bien y el mal se encuentran los derechos humanos. Que no extrañe que algunas ideologías digan que estos atentan contra el ejercicio de la libertad. El dilema ético quizá esté entre privilegiar el individualismo (con su confusión entre lo bueno y lo que nos conviene) o el interés social.
El eticismo no debería existir como una especialidad, sino como una cultura. De ello depende la sobrevivencia de la especie. Asumir el eticismo como profesión compromete a quien hace de juez entre el bien y el mal y obliga a mantener un comportamiento tirando a la perfección. Vaya si no es riesgoso y hasta autodestructivo.
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