De los millones que somos, pocas personas, sin embargo, parecen sentirse conmovidas por estos hechos. Pocas han manifestado su solidaridad con las mujeres afectadas. Pocas se han sensibilizado ante una realidad apabullante, que en verdad nos afecta a todos como ciudadanos de este país.
Escucho y leo sobre los testimonios de las mujeres. Son voces desgarradoras y desesperadas que emergen desde un idioma que no entiendo. Porque, aunque pertenecemos a la misma república, ellas hablan en su idioma materno, el q’eqchi’, y no pueden comunicarse en la lengua oficial de Guatemala. Y yo tampoco conozco su idioma. Primera gran cuestión para ponernos a reflexionar sobre las enormes disparidades que abundan en nuestro medio.
Y aquí es donde entran otras enormes contradicciones que, si las vemos, están relacionadas unas con otras. Al principio y al final todas nos llevan a vivir situaciones como las que hoy estamos enfrentando.
Para empezar, veo —y los hechos así lo demuestran— que este es un país en donde muchos justifican lo injustificable, toleran lo intolerable: crímenes de guerra, violaciones a los derechos humanos, asesinatos masivos (léase genocidio), etc. En aras de defender «patria, libertad y propiedad privada» siguen manipulando argumentos desde religiosos hasta cotidianos e inverosímiles para tratar de engañar a los incautos sobre por qué no importa lo que les pasó a estas mujeres. Porque, si finalmente sí es cierto lo que cuentan, «es porque se lo buscaron». Otros más perversos dicen que «están haciendo un montaje» solo para perjudicar a los buenos militares acusados, a esos héroes que «solo cumplieron con su deber». Mucha tela que cortar en este sentido.
Por otro lado, viene aquí una cuestión más que subyace en el juicio Sepur Zarco: se trata de mujeres indígenas, pobres, rurales. Sus vidas y sus muertes, así como los abusos que contra ellas pueden y pudieron haberse cometido, poco importan al guatemalteco de clase media promedio para arriba, que solo se ha sensibilizado parcialmente cuando de dinero y corrupción se trata. ¿Por qué? Porque en el imaginario colectivo predominan hasta la médula prejuicios racistas y de clase. Como sociedad, tal parece que viviéramos en una época dinosáurico-medieval.
Todavía más: finalmente las víctimas de violencia sexual del juicio Sepur Zarco son solo mujeres. Simple y llanamente. Sus cuerpos, como el de las mujeres en general (y esta es la opinión tanto de una gran mayoría de hombres como de muchas mujeres), siguen considerándose cuerpos que no tienen el suficiente valor como para arriesgar algo por su causa, que no merecen estima ni cuidado. Son cuerpos de los que puede hacerse uso sin restricción y sin castigo. Son cuerpos que no importa esclavizar ni humillar, que no importa maltratar ni torturar ni violentar hasta su más preciada intimidad.
Esta es una parte del verdadero rostro que se esconde en muchos guatemaltecos y que al final no puede dejar de manifestarse porque, además, se creen dueños de la verdad absoluta.
Ese es un rostro tenebroso que da miedo por la facilidad con que, si no existe, se genera: es perverso, insensible, dogmático y oscuro.
¿Cuándo y cómo empezaremos a ver a nuestros conciudadanos, especialmente si son mujeres vulnerables y por lo tanto víctimas de injusticias, con humanidad y empatía?
Por mi lado, yo me siento una de ellas.
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