En otros países, leyes similares han sido sancionadas luego de largos procesos de debate en la sociedad. En Estados Unidos, nueve estados y Washington D. C. tienen leyes que permiten esta opción para cierto tipo de situaciones. En Minnesota, hace un mes, la legislatura escuchó durante casi cuatro horas a ponentes y opositores de un proyecto de ley que haría legal este tipo de práctica médica. La propuesta no ha sido bien recibida por algunos sectores que aducen erróneamente, pero de forma muy persuasiva, que con esta ley se estaría incentivando acabar con la vida de personas con discapacidades severas o confiándoles a los galenos la decisión de segar una vida cuando la persona quizá podría seguir viviendo y contribuyendo a la sociedad.
Ahora bien, en sociedades con tantas carencias como la guatemalteca, antes de hablar de una muerte digna se esperaría que toda persona tuviera la oportunidad de vivir una vida digna. Y con ello quiero decir tener cubiertas sus necesidades mínimas (vivienda, salud, educación, recreo, alimentación, seguridad, etcétera), que le permitan desarrollarse de tal forma que pueda ser la propia arquitecta de su destino y ser libre para tomar decisiones que la faculten a vivir de la mejor manera posible. Estos son, grosso modo, la perspectiva de Amartya Sen y sus conceptos de desarrollo humano y de libertad.
Sabemos que el modelo de desarrollo imperante en Guatemala no ofrece este tipo de condiciones para grandes segmentos de la población que todavía subsisten con altos niveles de pobreza multidimensional, a la vez que casi el 60 % de los niños indígenas sufren de desnutrición crónica. Asimismo, un porcentaje alto de jóvenes carecen de oportunidades de empleo o se encuentran subempleados sin beneficios o protección social. Lo anterior, sin contar la violencia que todavía golpea a buena parte de la población. Así pues, una buena parte de los guatemaltecos se debaten entre la vida y la muerte (indignas) cotidianamente.
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Sin embargo —e independientemente de un mundo ideal donde todos y todas tuvieran asegurada una calidad de vida adecuada—, morir de forma digna también debería ser contemplado dentro de este paradigma en el que las personas sean conscientes de cómo (y tengan la libertad para) llevar a buen término su existencia frente a situaciones terminales debidamente diagnosticadas.
Uno de los principales proponentes de este concepto es el médico estadounidense Atul Gawande. En su libro Ser mortal, Gawande habla de cómo aproximarse a la vejez y de la cercanía de la muerte. Una de sus principales críticas es que los médicos están más concentrados en la enfermedad, y no en la vida, y que la sociedad se enfoca en extender la longevidad de las personas más que en su bienestar y autonomía.
El ejemplo más cercano que he vivido sobre el dilema de escoger entre prolongar la vida o decidir lo contrario es el de mi suegra, quien murió hace 13 años. Luego de un paro cardíaco masivo a sus 72 años, los médicos lograron operarla y estabilizarla con un tubo respiratorio. Pero su condición se deterioró en lo que la trasladaban entre distintos hospitales debido a restricciones del seguro médico. Para mantenerla viva se necesitaba una segunda operación del corazón muy intrusiva. Sin embargo, dados su edad, su cuadro clínico y la fragilidad de su corazón y sus arterias, la operación solo ofrecía posibilidades mínimas de sobrevivencia. Ante esta disyuntiva, mi suegra, con todo el uso de sus facultades, decidió no continuar con el tratamiento. Se le retiró el respirador artificial y se le ofreció una cura paliativa para asistirla en su muerte.
Este año, en el que he llegado a medio siglo de vida, tomo conciencia de mi envejecimiento y el de mis padres y de otros seres queridos. La muerte como final del trayecto se vuelve cada vez más palpable. Nada nos prepara para este irreversible destino, que no discrimina. Sin embargo, la muerte es parte de la vida y mientras más digna mejor. Leyes de este tipo son, pues, fundamentales: protegen y honran la valiente autonomía del paciente, así como la empatía de los familiares que velan por el mejor interés de su ser querido.
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