El año 2015 ha sido, sin duda, un año catalizador para transformaciones globales y nacionales. En el ámbito global confluyen procesos fundamentales. La ONU cumple 70 años y con ello se ha enfatizado su relevancia en un mundo cambiante y con nuevos retos. Es el año, además, en que se marca el cumplimiento del plazo que establecieron los países en la Declaración del Milenio (2000) para reducir la pobreza. Es un momento crucial para preguntarnos qué hemos logrado para el mundo y para Guatemala y, sobre todo, qué falta por hacer.
Tras 15 años constatamos que los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) representaron un esfuerzo global importante que produjo avances en las ocho metas establecidas, como por ejemplo la reducción sin precedentes de la pobreza extrema alrededor del mundo. No obstante, a las puertas de la Asamblea General de la ONU y de la adopción de los nuevos 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el balance muestra también que queda mucho por hacer. Aún se cuentan por millones las personas que viven en pobreza alrededor del mundo, al margen de los procesos de desarrollo humano. Fue precisamente de esa marginación de donde nació la ambición no solamente de multiplicar los esfuerzos para erradicar la pobreza extrema, sino de que la nueva agenda de desarrollo se construyera desde los anhelos y las visiones de los más marginados en la toma de decisiones.
De tal cuenta, Guatemala fue uno de los 50 países que participaron en el debate y la definición de la nueva agenda de desarrollo mediante la realización de consultas nacionales. En 2013 se realizaron 23 consultas con diferentes grupos, incluyendo a mujeres, pueblos indígenas, jóvenes, defensores del medio ambiente, empresarios, sindicatos y personas viviendo con VIH. Ese proceso puso de relieve que las guatemaltecas y los guatemaltecos anhelan un país más equitativo, que rompa con los graves indicadores de desigualdad arraigados en su historia y que brinde igualdad de oportunidades para todos. Los jóvenes anhelan empleos dignos, los pueblos indígenas reivindican el derecho de la tierra, y todas las personas reclaman más educación, salud, menos violencia y mayor transparencia en la rendición de cuentas.
Los acontecimientos nacionales muestran que la movilización rural y urbana de amplios sectores sociales ya está transformando el país. Es un momento oportuno para alimentar esa visión de país, esa Guatemala con la que sueñan los guatemaltecos y las guatemaltecas. La conversación global sobre la agenda de desarrollo brinda herramientas útiles para esa tarea. Por un lado, nos lleva a hacer un balance nacional sobre los resultados durante los últimos 15 años. Y por otro lado, orienta la reflexión actual hacia el ámbito del desarrollo humano, el objetivo último que debe servir de norte en la construcción de la agenda de país.
Aunque no existen actualizaciones en muchos indicadores, haciendo un balance general destacan los siguientes datos (PNUD). La reducción de la pobreza extrema ha sido insuficiente y se encuentra estancada desde cualquier enfoque de medición. Por ello podemos decir que Guatemala no alcanzará esta meta para finales de 2015. Más aún, la pobreza multidimensional se incrementó en cuatro puntos porcentuales y pasó del 59.5 % en 2006 al 62 % en 2011. La incidencia de las privaciones al desarrollo humano es aún más severa para los pueblos indígenas. El 83 % sufre de carencias en las tres dimensiones básicas (ingreso, educación y salud), en comparación con el 49 % de la población no indígena.
La tasa de mortalidad infantil ha disminuido significativamente en los últimos años en Guatemala, por lo que es muy probable que el país alcance la meta de 37 por cada mil nacidos vivos hacia el final del 2015, pasando de 110 en 1987 a 42 en 2009, el último dato disponible. Esto quiere decir que hoy en día mueren menos niños al nacer. Pero, al examinar qué calidad de vida tienen, este logro es muy infelizmente matizado: si bien la desnutrición global (peso) disminuyó del 21.8 % al 13.1 % entre 1995 y 2010[1], la desnutrición crónica (talla) continúa afectando a casi la mitad de los niños, por lo que la meta fijada de disminuir la desnutrición crónica en un 27.6 % es imposible de alcanzar hacia finales de 2015.
En cuanto a la paridad de género, se han reducido las desigualdades en la matriculación escolar entre niños y niñas. Sin embargo, en los últimos cuatro años cayó drásticamente la tasa de matriculación de educación primaria para ambos sexos, con lo cual el indicador se aleja de la meta de 100 % de cobertura[2]. En las dimensiones política y económica persisten brechas profundas: las mujeres cuentan con menos del 15 % de representación en el Congreso, y por cada dólar que percibe un hombre las mujeres perciben la mitad. Además, la disminución de la muerte materna ha sido lenta y poco perceptible[3].
La agenda de desarrollo sostenible debe acogerse con todas nuestras fuerzas y debe arrancar con paso firme y decidido. ¿Qué desarrollo queremos para Guatemala entre 2015 y 2030? Uno que revierta las adversidades de las metas no alcanzadas, que invierta en su gente sembrando condiciones para que estas realicen su potencial, que recoja los anhelos y sueños de una visión de país propia, donde se reconozca la diversidad de los pueblos que lo conforman, y que transforme y use la chispa encendida, con el mismo esmero, para erradicar la pobreza humana en todas sus formas.
[1] Este indicador muestra un crecimiento sostenido de 1.6 puntos porcentuales por año y actualmente se encuentra a 2.2 puntos porcentuales de alcanzar la meta.
[2] La tasa neta en 1991 de 71.6 % alcanzó un 95.8 % en 2010 y para 2014 cayó a 82 %.
[3] De 248 muertes por cada cien mil nacidos vivos en 1989, la tasa se redujo a 140 en 2007, lo cual sitúa al país a 78 puntos de alcanzar la meta de 62 para 2015.
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