Percibo el silencio con ruidos de fondo a los que no presto atención, mirando a un punto indefinido de la cortina. Me concentro en la arruga, en la mota de polvo flotando en mi insignificancia. Reacciono poco después y repaso algún episodio del día. Críticamente reconozco que podía haberlo hecho mejor.
No se puede estar esperando el fin de semana como liberación de la maldad de la rutina. No se puede aspirar a la realización de los planes como evasión catártica del polvo de los zapatos. Vos me entendés. Salir a la calle y danzar en coreografía un baile de cuya impostura sabemos. Saludamos y concluimos con el «hasta luego» esperando no volverlos a ver. Otras noches hay más silencio cuando aturdido orino procurando no hacer ruido y pienso en la vida después de mí, en el silencio total, en la ausencia cierta, en la estupidez de la muerte o en la vejez del cincuentón al que todavía no lo duele nada, no le falla nada, del que aguanta la jornada con las energías en reserva sabiendo que llegará hasta donde haga falta, siempre con la pregunta por qué.
Es lo que hay, lo que toca.
Las formas y fórmulas hacen creer que todo es normal. Radios y televisoras entrevistando a señores mayores, a calvos con botones a punto de reventar hablando de futuro, de escuelas, de maras, de muerte, a señoras con sus tintes y sus sacos sastres abrazando a niños, ambos con cara de asco. Tu presidente, dicen. A ninguno de ellos le importás vos, solo su ego, su recorte de periódico, sus minutos de fama tercermundista, que los miren de reojo mientras comen carne asada con chirmolito y saludan inclinando la cabeza a cuanto intento de ciudadano pasa frente a ellos.
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Luego están los otros, tus diputados, los que saben que quedarán, los dueños de los partidos, de grandes y pesadas camionetas blindadas, los que ponen y quitan, los que tocan puertas y se las tocan, los que piden favores, los que pagan favores, los que mandan a eliminar el problema, los que se peinan para atrás con fijador. Esos, naturalmente, no piensan en vos ni en tu patética familia luchando junta para seguir adelante, para hacer frente a lo que hay, a lo que toca. El Estado es de ellos. El poder soy yo, dicen y sonríen. Piensan en ellos y en la teoría del desborde, en atiborrarse y sacudir sus migajas para los de abajo. Es su presupuesto de ingresos y egresos de la nación. Babean lascivos excitados con el olor rancio del billete encaletado, de la cuenta cifrada mientras llaman a gritos al pobre diablo testaferro que se arriesga como perro faldero por su hueso y que sabe que el vientecillo del poder que pasa muy junto no es de él, pero como que fuera. Trabaja para el señor diputado. Algún día llegará. Así empezaron muchos: o hijos del poder o esclavos del poder.
Después están otros, los que ponen y quitan, los que dan y después piden, los dueños, los que hacen morir tu esperanza y provocan que siempre estés mirando hacia fuera, planeando salidas, preparando a tus hijos para que limpien el polvo de sus zapatos, cuando por fin salgan de este potrero árido y lleno de plásticos malolientes. Esos que no dicen «el poder soy yo» porque no hace falta. El poder son ellos, es de ellos, dueños de haciendas y de vidas, lejanos dioses míticos con sus intrigas y venganzas que a ellos divierten y que nosotros sufrimos porque es lo que hay, lo que toca.
También están los alfiles, los que saben sus movimientos y a lo que juegan, los necesarios pero prescindibles. Si no son ellos, serán otros, piensan. Es lo que hay, lo que toca, y lo toman, aceptan el reto y sonríen desde sus oficinas de jueces, abogados, dueños de medios, constructores, alcaldes, cocodes, líderes comunitarios, oenegés, sindicalistas, fundaciones oscuras, pastores gritones con trajes de lana y mancuernillas de oro que secuestran conciencias y razones. La máquina aniquiladora de esperanza tiene muchas piezas.
Regreso agotado de mis cavilaciones cuando el polvo como meteoritos apocalípticos se posa en el sillón y me sorprendo oyendo a Spinetta cantando sobre la necesidad impostergable de la belleza. Cierro los ojos y escucho concentrado. Porque es lo que hay, lo que me toca.
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