Cuando se habla de promover la equidad mediante acciones afirmativas, pareciera que los diputados estuvieran escuchando un discurso en marciano. Simplemente no entienden. Y si algo entienden, se hacen de la vista gorda, a tal grado que escarbaron argumentos hasta el fondo del barril del machismo para sustentar sus posiciones de machos retrógrados y jurásicos.
Las estadísticas sobre población general y empadronada indican que más de la mitad de la población somos mujeres. No obstante, ni en las direcciones políticas de los partidos ni en la legislatura ni en la gestión gubernamental se ve reflejada esa proporción en las posiciones dirigentes. Como máximo habría un 20 % en posiciones medias, en tanto que en el Congreso ni siquiera se llega a esa cifra. Es decir, no es representativa de la conformación social.
Y la forma como se integran las ofertas electorales así lo determina, de manera que quien afirma que no hay mujeres porque no fueron electas miente descaradamente por cuanto, al momento de establecer las planillas, las mujeres suelen estar en casillas que no garantizan llegar. De ahí que se plantee la obligada oferta paritaria en igualdad de condiciones. No hacerlo es violentar el principio constitucional que establece la igualdad de derechos, la cual debería ser estimulada, precisamente por medio de legislación que la promueva.
Las argumentaciones esgrimidas por diputados, por líderes políticos y, más preocupante aún, por ciudadanos que se expresaron en los medios son dignas de generar alarma. Hubo quien afirmó que las mujeres han de pedir permiso a sus esposos para trabajar, aseveración que es expresión no solo de machismo misógino, sino también de ignorancia absoluta. Dicha expresión da por sentado que todas las mujeres están casadas o, lo que sería peor, que aquellas que no lo están no son mujeres o ni siquiera son personas. Y quienes lo están son propiedad de alguien a quien incluso para trabajar fuera de casa han de pedirle permiso.
Que el Congreso ignorase precisamente el 8 de marzo, la demanda social de estimular la participación política de las mujeres por medio de la paridad, le quita la máscara. Muchos diputados jugaron con discursos políticamente correctos, pero a la hora de rajar ocotes, como dicen las abuelas, votaron según su única conciencia: la de reproductores del sistema de exclusión, corrupción y racismo.
Esta legislatura, por lo tanto, ha mostrado con creces que es más, mucho más de lo mismo. Es un Legislativo que se nutre de tránsfugas, es decir, congresistas que venden su curul al mejor postor. De esa suerte, un partido oficial, como cuando Jorge Serrano Elías ganó la presidencia, que llega sin bancada, solo necesita una chequera floja para incrementar su bloque. Es también un Congreso que sirve de soporte a la impunidad y a la corrupción, pues tampoco está dispuesto a incluir las reformas a la LEPP que le representen cambios reales al sistema de partidos políticos que sigue sosteniendo el estado de cosas actual.
Y como guinda en el pastel de lo impresentable de estos representantes en la asamblea, se muestra su discurso cargado de machismo, autoritarismo y atraso político y social. De ese modo, aunque por el momento abusan de su poder e imponen un esquema excluyente, de igual forma suscriben la nota de defunción de su sistema jurásico. Son nada más y nada menos que los fundadores del país de la misoginia.
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