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Un agitador, incorporado a la marcha antimigrantes, insulta a los policías municipales dispuestos en cordón para proteger el acceso al albergue de los migrantes / Simone Dalmasso

El origen del odio

De lo que alegaba una mujer se pasa a establecer una tesis: los centroamericanos rechazan los frijoles, son desagradecidos, tienen que marcharse de México.
Simone Dalmasso
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El origen del odio

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Con información de: Alejandro García
Historia completa Temas clave

Fake news y racismo institucional son la gasolina que incendia la xenofobia. El domingo 18 de noviembre, un pequeño grupo de tijuanenses y norteamericanos marcharon coreando consignas contra los migrantes centroamericanos. Anunciaron más acciones, pero tienen poco margen de actuación. Habrá que ver si el fenómeno crece en caso de que la situación en Tijuana se pudra.

“La gente buena es bienvenida. Esos cabrones, les das un pinche taco y te dicen que los frijoles son para puercos. ¿Qué es eso, cabrón? Yo he durado semanas comiendo frijoles. Y a veces, ni eso. Soy trabajador, tengo mi familia, tengo mis hijos, tengo que proteger a mi familia, mi tranquilidad”. Ramiro Rosales pasa la cuarentena y habla a gritos. Pelo rapado, playera de tirantes, cuerpo tatuado. Camina rápido, en la cabeza de la marcha antimigrante celebrada en Tijuana el domingo 18 de noviembre. No han dado las once de la mañana y ya avanza, paso ligero, tono agresivo, consignas patrióticas.

“No a la invasión”, se escucha a su alrededor, entre banderas mexicanas.

“Ojalá que no haya violencia, pero estoy preparado para lo que sea. No quiero que se mueva mi sistema de vida. Es parcial, pero hay tranquilidad. Esa gente no viene en buen plan. ¿Qué es lo que no entienden ustedes?”, dice, sin apartar la vista del frente.

“¡Viva México!”, gritan los manifestantes.

Tras Rosales, que va el primero de la marcha, caminan unas 300 personas. También hay muchos periodistas. Hay que dar dos pasos hacia atrás para dimensionar el alcance de esta protesta. Tampoco son tantos. Hacen ruido, pero hay gente paseando, los mira y se da la vuelta. Entre los que manifiestan hay tipos rapados con pinta de ultraderechistas y uniformes militares (con playeras de un grupo denominado DefenSSores 1911, con referencia explícita a las SS nazis), unos pocos hombres que cubren su rostro con máscara o pañuelo, familias de clase media, media alta, que residen en Las Playas, una de las zonas exclusivas de Tijuana, gente con apariencia de gringo y que se expresa en inglés. “Hay grupos norteamericanos”, confirma Francisco Castillo Fraga, subdirector de Tránsito de la Policía Municipal.

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Aquí están los manifestantes del odio y han asomado la cabeza en Tijuana.

Son los que dicen no tener nada contra los migrantes, pero exigen su deportación en juicio sumarísimo; los que les llaman delincuentes e inventan delitos que imputarles; los que exigen que entren de forma legal, pero ignoran que este era el único camino para alcanzar de forma segura la frontera de Estados Unidos; los que tienen miedo de hombres, mujeres y niños exhaustos, hambrientos, pobres y enfermos; los que llaman pandilleros a las víctimas de las pandillas; los que no se dieron cuenta de que “ejército de los derrotados” solo era una metáfora.

Esta es la minúscula semilla del fascismo, del odio al diferente, del pisar al que está por debajo.

Este grupo, pequeño pero ruidoso, intenta sembrar odio en Tijuana, una ciudad migrante y orgullosa. Una ciudad levantada por migrantes, iguales, igualitos, a los que ahora ellos quieren echar a patadas.

Al borde del mediodía, los descontentos con los pobres caminan hacia las inmediaciones del albergue, donde cientos de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños descansan, asustados. Chocarán con la barrera de antimotines, gritarán consignas atroces, delirantes, xenófobas, y se marcharán por donde han venido, sin dejar heridos.

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Hay que observar en perspectiva las expresiones de odio.

En el área metropolitana de Tijuana residen casi dos millones de personas.

A la manifestación antimigrantes acudieron unas 300 personas.

La idea de que el éxodo centroamericano genera violencia, que sus integrantes son desagradecidos o que suponen un problema para los mexicanos no solo la comparten los 300 manifestantes. La sospecha se ha extendido a través de una red de noticias falsas y videos descontextualizados. Existe un caldo de cultivo para que, si la situación en Tijuana se pudre, la próxima vez los 300 xenófobos se conviertan en 3,000.

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Tijuana es ciudad de acogida y migración y dejarse seducir por el discurso del odio sería rebelarse contra su propia naturaleza.

Sin embargo, su situación es complicada. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, cerca del 60 % de los tijuanenses vive en situación de pobreza. Además, el índice de asesinatos está disparado. Los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública señalan que Tijuana tiene una tasa de homicidios de 125 muertes violentas por cada 100.000 habitantes. Esto le convierte en la quinta ciudad más violenta de México, un país que se desangra desde 2006, cuando el entonces presidente, Felipe Calderón, inició la “guerra contra el narcotráfico”.

En Guatemala, Honduras y El Salvador se mata mucho, muchísimo. Según estos datos, en Tijuana se mata todavía más.

El discurso del odio crece en lugares en los que sus ciudadanos se sienten desamparados.

“A México le gustan los frijoles”

“En Facebook hay publicados videos donde se quejan de los frijoles, de que los ponen a barrer. ¡Por todo se quejan! Se quejan más que un mexicano. No se me hace algo justo”. Lizbet Jiménez se encuentra en la manifestación del domingo contra los migrantes centroamericanos. Exhibe un cartel en el que puede leerse “A México le gustan los frijoles”.

Esta rebelión del frijol es la parte más absurda de la reacción chovinista.

El origen está en una nota publicada en Deutsche Welle. En ella, Miriam Celaya, de Honduras, se queja de la alimentación, dice que es “comida para chancho”. El video se hace viral. Y de lo que alegaba una mujer en un momento determinado se pasa a establecer una tesis: los centroamericanos rechazan los frijoles, son desagradecidos, tienen que marcharse de México.

La mujer se arrepiente de sus palabras. Ahora, en el campo de refugiados instalado en la unidad Benito Juárez de Tijuana, le hacen bullying y le condenan al destierro. Le acusan de haber encendido los ánimos en contra de su comunidad. Otra vez, linchar al más débil. Al que se equivoca. No hay grupo inmaculado y aquí todo el mundo ha sufrido mucho.

El frijol es parte de la dieta básica en Centroamérica. En Honduras se utiliza, por ejemplo, para la baleada, uno de los platos más conocidos de la gastronomía catracha. Pero eso a Lizbet Jiménez le preocupa poco. Lo que le molesta, dice, es que se quejen. Prefiere a los migrantes silenciosos. Los pobres que no molestan, los que aceptan su pobreza con resignación, sin levantar la cabeza. Mejor los haitianos, asegura, que se integraron sin problemas.

También ella tuvo que integrarse. Llegó de Guerrero a Tijuana hace 15 años. Pero ella es mexicana. Y otro cartel a su lado dice “los mexicanos primero”.

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Los mexicanos, primero. America first. Arriba los frijoles.

México y el trumpismo norteamericano en una glorieta de Tijuana.

La lista de agravios que enarbolan los pocos mexicanos que odian es extensa y se basa en medias verdades, abiertas mentiras o descontextualizaciones como el caso de Miriam Celaya. No solo la compran los manifestantes. Se están convirtiendo en frases hechas en casi cualquier conversación en Tijuana o Mexicali. Dicen que entraron en México de forma violenta, obviando que los que trataron de cruzar el puente Rodolfo Robles de forma legal están ahora confinados en Chiapas o deportados. 

Aseguran que se han producido asaltos, sin prueba alguna que lo sustente. Según la secretaría de Seguridad Pública de Tijuana, en la última semana fueron arrestados 57 integrantes de la caravana. Solo uno lo fue por robo. Sustrajo un pantalón en una tienda. Va a ser deportado. El resto, o fumaron mota o bebieron alcohol en la calle. Faltas menores que se utilizan para limpiar los alrededores del albergue y justificar deportaciones.

Hablan de “invasión” por el video de un centroamericano, uno solo, que asegura que 30,000 compatriotas “tomarán” Tijuana y “acribillarán” a quienes se opongan a su presencia. Ni en todas las caravanas se llega a esta cifra de caminantes, pero hay decenas de páginas webs que repiten cifras adulteradas como munición para los racistas.

No es que estos hombres y mujeres antimigrantes sean más crédulos que el resto. Es otra cosa. Tienen fe. Creen en lo que quieren creer. Noticias como la del frijol o el hondureño que promete “acribillar” tijuanenses solo confirman la idea que ya traían de casa. Creerían cualquier teoría o supuesta noticia que lo reforzase.

Donald Trump ha colocado su pequeña pica en el Flandes tijuanense.

“Primero nuestros pobres”

“He mirado en videos que viene gente agresiva. Dicen que el 70 % son varones que vienen agresivos, que no han recibido la ayuda de una manera adecuada. Exigen que les den pizzas, sodas. Aquí en México hay necesidades. Tenemos a los hermanos de Nayarit, que fueron invadidos por una tormenta. Aquí hay colonias muy pobres en Tijuana que merecen ser urbanizadas. (Enrique) Peña Nieto es un incompetente. Este es el sexenio más violento en México, y en Tijuana el año más sangriento”, dice César de León, de 25 años y propietario de una empresa de publicidad. Él es uno de los participantes en la marcha contra la presencia de migrantes convocada el domingo a través de grupos de Whatsapp y Facebook. En estos grupos se lanzan proclamas racistas y se amenaza con salir a cazar migrantes. Por suerte, ha quedado en eso, en mensajes bravucones.

“Debían llegar con orden, como llegaron los haitianos. Ellos son muy distintos. ¿Por qué no se van a Juárez o a Chihuahua? ¿Por qué llegan? Tenemos demasiados problemas. No es rechazo a la migración, sino a esta avalancha”, dice Olivia Velásquez, de 48 años y fabricantes de muebles.

“Entraron como búfalos e irrumpieron en nuestro país con violencia. Causaron daños, fueron agresivos, son malagradecidos porque se les brindó un techo, no lo quieren, quieren determinada comida, determinada bebida, quieren cocacolas. Han agredido a los tijuanenses”, dice Guadalupe de Anda, de 63 años, que “nació en Tijuana, morirá en Tijuana y está dispuesta a luchar por Tijuana”.

“Hay demasiados delitos que se cometieron contra la soberanía mexicana. No solo se está invadiendo el territorio nacional, hemos tenido amenazas de ser acribillados y de ser superados en número. Hablan de 30,000 hondureños, hablamos del tema de integridad territorial”, dice Deyanira Meléndez Hinojosa, de 54 años, investigadora universitaria y que pide que el Ejército actúe inmediatamente para detener y deportar al éxodo centroamericano. Días después me envía un mensaje con una noticia en la que presuntos miembros el Cartel Jalisco Nueva Generación, uno de los que opera en Tijuana, da un ultimátum a los centroamericanos para abandonar el municipio. Ella se quejaba del crimen, pero parece desando de que sus criminales ataquen a los de fuera.

El miércoles, esta misma mujer anuncia que inicia una huelga de hambre exigiendo el retorno asistido de todos los migrantes. ¿Hasta cuándo? “Hasta que se resuelva”, dice.

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Hay una proclama que resume la posición de los participantes en la protesta del domingo: “Primero nuestros pobres”. Repetimos. “Pri-me-ro-nues-tros-po-bres”.

Quien dice eso no sufre necesidad. Se ubica fuera de la miseria, en el grupo de los pudientes, ajeno a quien sufre penurias. Primero, mis pobres. Los de mi propiedad. Los míos. Esos que puedo tener controlados y con los que practico mi caridad cuando tengo a bien aliviar un ratito su carencia. Los que mantienen el statu quo. Ellos, pobres. Yo, en el otro lado. Como Dios manda.

Quizás algo que enfade a este pequeño grupo de tijuanenses y estadounidenses que odian es que los migrantes hayan salido de la clandestinidad. Quizás estos centroamericanos estaban mejor calladitos, en manos del coyote, jugándose la vida, desaparecidos, esclavizados, asesinados.

Cuando alguien comienza una frase diciendo “no soy racista, pero...” a punto de lanzar una proclama racista.

En el albergue los migrantes están recluidos y un tipo, tras las rejas, dice que ya tenían suficiente violencia en Honduras. Los que odian no ven ni escuchan ni les importa que este tipo que parece encerrado en una cárcel con un cartel en el que agradece el apoyo a México.

Un wannabe castrense

“Como los migrantes no están armados, vamos a estar con pistolas de paintball, cartuchos de sal y balas de goma para repeler las agresiones, porque son personas muy violentas, muy agresivas. Hay manera para entrar a México con su documentación legal”. Iván Riebelling es uno de los tipos que ha adquirido notoriedad en este rebrote ultra. Es un hombre musculoso, pelo rapado, ropa militar. Camina como mando entre tropas xenófobas. Se presenta como presidente y fundador de algo que ha bautizado pomposamente como “Cuerpos Diplomáticos de los Derechos Humanos”. Lleva una placa de metal colgada del cuello con este nombre. En Amazon, por 87 quetzales, puedes comprar tu propia insignia policial. Seguro que si desembolsas algo más puedes crear una identificación a tu medida. No parece que Riebelling estuviese contento con su credibilidad. En algún momento de su rocambolesca carrera como parte del Cuerpo Diplomático de los Derechos Humanos, incluyó en sus documentos el logo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Es un tipo particular, este Riebelling, que se ha puesto al mando de las tropas xenófobas sin que nadie le haya llamado. No es uno de los convocantes de la protesta. Tampoco tiene gente detrás, más allá de su imagen de militar. Pero queda bien a cámara, se presenta como autodefensa y dice que va a organizar retenes en el exterior de Tijuana. Tiene su minuto de gloria.

“Ya empezaron con asaltos y robos a comercios. Empezaron a insultar a los mexicanos y a quemar la bandera. México es un país muy respetuoso con su bandera. Después de una acción, hay una reacción”, dice.

Nadie quemó banderas mexicanas, pero existen videos en los que aparecen presuntos centroamericanos quemando banderas mexicanas.

“Vamos a establecer autodefensas, que no estaban hasta ahora. Esperamos unas 5,000 personas, entre locales y foráneos”, asegura, antes de comenzar la marcha.

Según informaciones de la prensa local, Riebelling es un hombre con reiterados problemas con la ley, tanto en México como en Estados Unidos, de donde ha sido deportado.

Un mexicano devuelto por Estados Unidos convertido en el enemigo de migrantes centroamericanos que quieren emigrar irregularmente a Estados Unidos.

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El historial delictivo de este hombre es amplio: armas ilegales, amenazas a periodistas, acusaciones por secuestro y violación.

A pesar de todo, se presenta ante la marcha antiinmigrates como líder de orden, organizador de autodefensas, dispuesto a realizar arrestos ciudadanos y entregar a los centroamericanos al Instituto Nacional de Migración.

Son las 13.00 horas y la marcha se ha plantado ante el albergue. Hay un grupo que quiere la confrontación, la caza del diferente. Han chocado con la barrera de antimotines pero la cosa no ha pasado a más. Si uno viste como fascista y se comporta como fascista y lanza proclamas fascistas, ¿cómo puede ser clasificado?

Riebelling se pasea entre los suyos. Los que dice que son suyos. Medio centenar, algo más, de exaltados.

“Hay que empezar a detener esa fuente de migrantes, para que no tomen fuerza. Ellos van a atacarnos con palos y piedras. Nosotros no vamos a usar armas letales, las tenemos, pero no las vamos a usar”, dice.

“A mí me das una R-15”, responde una mujer, entrada en años, excitada.

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“Ellos ya tienen armas. Las traen desde allá. Entraron con armas porque es su herramienta de trabajo. Con esas ahora están capitalizándose, asaltando y robando”, reitera el hombretón musculado. Hace algo más de una hora me había dicho lo contrario, que los centroamericanos no llevan armas, pero ahora está crecido ante su tropa y tiene que presentar al “enemigo” como terrible amenaza.

“Hijos de su puta madre”, dice la señora.

Entre los que escuchan a Riebeling se encuentran Alexander Backman, un youtuber que asegura que puede predecir los sismos. Lleva gafete de prensa, pero grita a los policías como un manifestante más. Junto a él, Paloma Zuñiga, una activista mexicano-estadounidense, cuyo perfil en Facebook, Paloma for Trump, no deja lugar a la duda.

Todo esto es muy extraño.

“Estamos exigiendo, por parte de la ciudadanía, a las autoridades de migración, que hagan un censo y una deportación”, sigue Riebelling. “Lo que quieren es hacer desmanes. Siempre ayudamos a la primera caravana, con mujeres y niños (esta es la primera caravana, pero Riebelling lo ignora). En la segunda y la tercera vienen maleantes, Mara Salvatrucha, grupos radicales de otros países infiltrados. Vienen armados porque han estado asaltando y robando. Vamos a tomar mañana las casetas de cobro de Tecate, Rosarito, Playas de Tijuana y El Chaparral”, afirma.

Al día siguiente, nadie acudirá a estos puntos.

Veinticuatro horas después, el tipo vuelve a la carga. Se presenta, en un mensaje de Whatsapp y otro video de Twitter, como “comandante y jefe Cobra”. Cobra. Como la película de Sylvester Stallone. Como el líder de una organización terrorista del universo G.I.JOE, los muñequitos militares norteamericanos. Hace llamado “a formar parte de las autodefensas internacionales y defender a las familias tijuanenses”. Convoca, nuevamente, ante la caseta de Tecate.

Tampoco nadie, ni siquiera él mismo, aparece.

Una heroína de barrio en medio de la xenofobia

En medio de conversaciones  xenófobas, cuando decenas de personas gritan “hondureños, no los queremos” y luego aseguran no ser racistas, aparece otra de esas heroínas que esta caravana nos ha regalado. Se llama Susana. Doña Susana. Doña Susana la heroína de la colonia Zona Norte, el barrio en el que se instala el albergue. Se trata de un territorio pobre y estigmatizado, con fama de peligroso. Se dice que aquí se ubican algunas de los puntos de venta de droga en la ciudad fronteriza que nunca duerme. También los prostíbulos. Los ricos no quieren a los pobres en sus playas de ricos. Así que los migrantes han sido instalados aquí, a pocos metros del muro que separa México de Estados Unidos, en una de las zonas, supuestamente, más peligrosas de Tijuana.

Aquí es donde vive doña Susana, que a las 15.00 horas está a punto de darnos una lección de vida.

Lleva rato observando a los manifestantes. No conoce a ninguno, así que no son de aquí, de donde es ella, del barrio en el que le saludan en los abarrotes. Uno puede decir que pertenece a un lugar cuando la señora de la tienda de toda la vida te fía la cuenta. Doña Susana es de la zona Norte de Tijuana.

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“Todos tenemos derecho a prosperar”, dice, tras plantarse ante la línea de antimotines.

Ella no es como los demás manifestantes. No mira a los policías, sino a los civiles que tiene delante. Les dice que no tienen derecho a tratar así a los migrantes. Les recuerda que muchos de sus hermanos también viajaron a Estados Unidos.

Se marcha, casi linchada, por el grupo de exaltados.

Ahí en la esquina les espera otra mujer. No quiere dar su nombre, dice que es chef y que su marido es salvadoreño. “Mis hijos, mitad mexicanos, mitad guanacos”, dice.

Es una mujer de piel oscura, malhabladota, muy directa.

“¿Cuántos de ellos pagan impuestos?”, dice a gritos. “Vivimos en una ciudad de violencia, da coraje por ver cómo tratan a los demás. Esta gente solo quiere pasar. Quiere una vida mejor. ¿Qué problema tienen?”

Ambas mujeres observan desafiantes al agresivo grupo que quiere golpear migrantes. Ese es su barrio. Que no vengan desde Playas a decirles quién es bienvenido.

Horas después tendrán un último gesto de grandeza, protegiendo a dos guatemaltecos que, despistados, casi son linchados por la turba de mexicanos que odian.

*  *  *

Estados Unidos cerró el puente de San Ysidro el lunes 19 de noviembre. Ocurrió durante dos horas, de madrugada, mientras reforzaba ese enorme despliegue de seguridad sinsentido. Pero generó intranquilidad en Tijuana, con una economía que depende del cruce fronterizo. Los carros que tienen problemas en el tránsito, tanto en el lado mexicano como en San Diego, en Estados Unidos, reciben una excusa: “es culpa de los migrantes”.

Así se siembra el racismo desde las instituciones.

Así se extiende la sospecha en una ciudad que vive de la frontera.

“No me atrevo a calificarles de migrantes. Son una bola de vagos y marihuanos”, dijo el alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, cuando los centroamericanos eran apenas unos cientos. En 2019 se celebran elecciones. Por primera vez, este miembro del derechista Partido de Acción Nacional podrá ser reelecto.

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Así es como se prende el odio al diferente.

“A la secretaría de Seguridad Pública de Tijuana, que inicie un padrón con individuas que exhiban estereotipos y topografías de tatuajes que los señalen como militantes de alguna pandilla de las ya identificadas públicamente”, pide el Comité Ciudadano de Seguridad Pública de Tijuana.

Así se generalizan los estereotipos y se convierten en base para la persecución.

Para solicitar asilo en Estados Unidos hay que esperar cerca de un mes. Cientos de personas se van a quedar en este cuello de botella. Tijuana es acogedora, pero hay funcionarios de migración que culpan a los migrantes de los embotellamientos en la frontera, un alcalde que alimenta los prejuicios racistas y grupos ultraderechistas que llegan desde San Diego. Habrá más videos, más fake news, imágenes sacadas de contexto y propaganda xenófoba. Como ha aparecido durante toda la caravana.

La diferencia es que la situación en Tijuana puede deteriorarse. Ya no hay otro lugar hacia el que caminar. El agua, cuando se estanca, se pudre. Los migrantes comienzan a impacientarse. Se escuchan rumores sobre posibles intentos de protestar ante el puente. Esa sería su perdición, si quieren ganarse el favor de los tijuanenses. Quienes alimentan las fake news y el discurso del odio lo están esperando. Da la sensación de que nadie lo hubiese previsto.

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