Después de todo, fue bajo el mandato de un presidente republicano, el general Dwight Eisenhower, cuando se perpetró una de las más infames intervenciones en la cintura de América. El derrocamiento de Árbenz sería el inicio de la mayor fisura política en la historia reciente del país, la cual carcomió su tejido social, aún frágil y vulnerable hoy.
Así, no debería sorprenderle a Pence, que tanto insiste en caminos «legales» (terrenales y divinos), que la violación de la soberanía guatema...
Después de todo, fue bajo el mandato de un presidente republicano, el general Dwight Eisenhower, cuando se perpetró una de las más infames intervenciones en la cintura de América. El derrocamiento de Árbenz sería el inicio de la mayor fisura política en la historia reciente del país, la cual carcomió su tejido social, aún frágil y vulnerable hoy.
Así, no debería sorprenderle a Pence, que tanto insiste en caminos «legales» (terrenales y divinos), que la violación de la soberanía guatemalteca con auspicios de su país hace más de seis décadas sea una de las razones por las que hoy tantos compatriotas desesperados huyen en éxodo hacia el anhelado Norte. No es exagerado decir que, sin aquella intervención que les abrió la puerta a regímenes violentos, fraudulentos, autoritarios, corruptos y expoliadores, Pence no habría visitado el país. Y de haberlo hecho, su razón habría sido muy distinta. De hecho, quizá sus homólogos lo habrían recibido, y no los presidentes, quienes a la par de Pence parecían una mala copia de títeres de repúblicas bananeras.
En principio, Pence llegó dentro del marco de apoyo a las víctimas de la erupción del volcán de Fuego hace un mes. Durante su alocución en la minicumbre desarrollada el pasado jueves junto a los tres mandatarios centroamericanos, el calculador vicepresidente, con cara de pocos amigos, se ufanó del modesto monto de un millón de dólares de apoyo al país. Para el vecino rico en la región, esto es una bicoca.
Sin embargo, fue en la crisis en la frontera sur en la que el vicemandatario centró su discurso, que enmarcó dentro de la estrategia de seguridad del país. Para aclarar, la crisis no es provocada por las familias inmigrantes que buscan asilo (el cual es protegido bajo derecho internacional), sino por la falta de suficientes jueces migratorios que puedan procesar ágilmente millares de peticiones de asilo en sus fronteras. En lugar de liberar fondos para actuar de forma expedita y evitar más embudos y familias en centros de detención, las prioridades de la actual administración (además de la construcción del muro) están más bien enfocadas en perseguir a los inmigrantes cual delincuentes y en deportarlos inmediatamente sin audiencia. O en prohibir la llegada de refugiados —particularmente de algunos países musulmanes—, como lo acaba de refrendar recientemente la Corte Suprema de Justicia.
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Pero, como sabemos, los valores y las prioridades de la política exterior estadounidense (sin importar el partido que gobierne) y los de la sociedad civil son muy distintos. Así, mientras Pence trataba ilusamente de aleccionar a los centroamericanos para disuadirlos de migrar y chicoteaba a sus anfitriones para que mantuvieran a sus ciudadanos en su lugar, en cientos de ciudades estadounidenses decenas de agrupaciones de la sociedad civil se organizaban en solidaridad con las familias centroamericanas para protestar contra las políticas migratorias draconianas de la administración Trump. Aunque el presidente ha dado marcha atrás a la política de tolerancia cero, la suerte de las familias y las posibles reunificaciones todavía no están claras.
En la ciudad donde vivo empezamos la protesta bajo un sol torrencial, con temperaturas arriba de los 30 grados y una molesta humedad. Pero eso no fue ningún disuasivo para que aproximadamente 7,000 personas camináramos, detuviéramos el servicio de transporte público y nos concentráramos frente a varios edificios de gobierno. En la marcha iban cientos de familias con sus hijos de todas las edades, incluyendo bebés. Trotando con apenas una cantimplora de agua, el despiadado sol a mis espaldas y mis sandalias, me imaginaba a cada paso la peligrosísima y extenuante travesía de cada una de las familias centroamericanas que se ven forzadas a abandonarlo todo sin garantía de nada.
Pero ¿cómo podría saberlo Pence si su abuelo inmigró legalmente, según él, del lado de la isla Ellis?
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