Moría así luego de semanas o quizá meses luchando contra la muerte, esa anfitriona inevitable. Con él muere, creo yo, un bastión de reserva moral de la sociedad guatemalteca, pero particularmente de la izquierda. Se ha perdido, pues, a un testigo de nuestro tumultuoso siglo XX.
Aunque la distancia generacional no me permitió conocerlo en el sentido preciso del término, sí pude percibir en él rasgos indudables de integridad, sin mencionar esa aureola casi legendaria que le acompañaba, a...
Moría así luego de semanas o quizá meses luchando contra la muerte, esa anfitriona inevitable. Con él muere, creo yo, un bastión de reserva moral de la sociedad guatemalteca, pero particularmente de la izquierda. Se ha perdido, pues, a un testigo de nuestro tumultuoso siglo XX.
Aunque la distancia generacional no me permitió conocerlo en el sentido preciso del término, sí pude percibir en él rasgos indudables de integridad, sin mencionar esa aureola casi legendaria que le acompañaba, alimentado de anécdotas de quienes le conocieron de primera mano. Para empezar, está toda su trayectoria política como destacado miembro del gabinete del gobierno revolucionario del presidente Arbenz quien, como ya es sabido públicamente y aceptado por los Estados Unidos, fue víctima de uno de los primeros operativos de la CIA en Latinoamérica, inaugurando con ello acaso el capítulo más oscuro que vivió la región en el pasado siglo. Luego, Bauer mismo fue víctima en carne propia de un atentado durante el gobierno de Arana Osorio. Orillado al exilio, Bauer Paiz no renunció a sus ideales y compromiso político; más bien los fortaleció y fue así que colaboró con otros gobiernos que consideró afines a sus convicciones políticas.
Luego, con el retorno a la democracia formal a Guatemala, don Poncho Bauer no duda en sumarse al esfuerzo de apoyar a las poblaciones más azotadas por el terrorismo de Estado. Es así como, en su calidad de abogado, contribuye al retorno de las poblaciones que habían buscado refugio en las montañas del sureste de México en la década de los 80. Más adelante, vemos como don Poncho Bauer se involucra de nuevo en la política partidista del país, esta vez como diputado de la Alianza Nueva Nación (ANN).
Sin embargo, lo que en mi opinión destacó más en don Poncho no fue tanto su notable trayectoria política (que ya es mucho decir) sino esa ética personal y esa coherencia entre su ideología y su comportamiento que pudo mantener hasta el último día de su existencia. Él pudo conservar incólume, me parece, su coherencia a pesar del costo que ello le acarreó. Pudo haber optado por la comodidad del silencio o el cambio en su estilo de vida; tampoco se supo de escándalos de enriquecimiento ilícito o de oportunismos de momento. Ajeno a las manifestaciones grandilocuentes, supo mostrar en las pequeñas cosas la grandeza como persona. Así, andaba en camioneta como el común de los ciudadanos, siguió viviendo en su casa de siempre en el centro de la ciudad y, aun ya de avanzada edad, mantuvo esa rutina espartana, casi temeraria para su edad, de nadar por las mañanas en las piscinas públicas de la zona 5. Ya enfermo de gravedad, don Poncho fue hospitalizado en el IGSS, institución creada en el Gobierno para el cual él colaboró.
En una época donde la falta de escrúpulos y la ausencia de definiciones ideológicas caracterizan a gran parte de la clase política, la partida de don Poncho Bauer deja un gran vacío en nuestra reserva moral como país. Al mismo tiempo, nos hereda un legado ejemplar y el reto es cómo seguir esos pasos, en particular para quienes tienen aspiraciones políticas, independientemente de su signo ideológico. Como lo dijo su señora viuda durante el sepelio, el llamado es a seguir sus pasos, no con discursos sino con acciones. El país perdió a uno de sus mejores hijos y la izquierda a un revolucionario ejemplar.
Post scríptum. Me uno a las manifestaciones de indignación, estupor y vergüenza por el terrible asesinato del trovador argentino Facundo Cabral, mensajero de paz y esperanza.
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