“La desnudez es hermosa”, dice la protagonista del Pergamino de la Seducción ante el gesto de su amante que la invita a cubrirse. ¿Qué ha implicado para la mujer poder desnudar su cuerpo, su deseo, su sexualidad? ¿Y el compromiso político? El país bajo mi piel, encierra una memoria retrospectiva de su experiencia revolucionaria. De eso y más habla Gioconda Belli en esta entrevista.
Eres una de las escritoras latinoamericanas más galardonadas. ¿Cómo te sientes en esta etapa de tu carrera?
Yo creo que es más fácil ver las etapas en la vida de los demás que en la propia. Experimento mi vida como un continuum, de un libro al otro, con el temor de fallar pero también con la ilusión de ese acierto que le dé sentido a todo.
A raíz de tu visita a Guatemala, algunas de tus lectoras coincidieron en comentarme que les fascinaba la fuerza erótica de tu poesía. Yo añadiría que el erotismo es un poderoso motor de tu narrativa también. ¿Qué me puedes decir de la irrupción del erotismo en la literatura escrita por mujeres? ¿Fue en su momento un acto subversivo?
Creo que lo que pasó es que fue siempre aceptable que la mujer fuera "objeto" sexual y mientras uno jugara ese rol de la seductora, la que provocaba al hombre, la coqueta, la fruta prohibida, no había problema. A mí me llamó mucho la atención la reacción que hubo ante lo que yo escribía, pues el erotismo en la literatura es muy antiguo, y no vi la razón de que se escandalizaran tanto. Bueno, la conclusión a la que he llegado es que yo empecé a escribir no como objeto, sino como protagonista, como sujeto, como dueña y señora de mi cuerpo y mi sensualidad, y también hablé del cuerpo del hombre desde el amor, el deseo. Al hacerlo, reté el estatus quo de la mujer como la pasiva en el amor, en la sexualidad. Eso fue subversivo. Me asombra que aún lo siga siendo. Tantos hombres escriben pasajes eróticos, poemas eróticos y nadie los califica como “poetas o novelistas eróticos” A mí me pusieron la etiqueta.
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En la FILGUA estuviste dialogando con Ana María Rodas. Comentaste lo importante que fue su obra La izquierda erótica, publicada en los años 70. ¿Qué implica para una escritora una influencia literaria como esa?
Para mí lo de la Ana María implicó validación, gozo. Me dio gusto que hubiese otra escritora que se atrevía a decir esas cosas con esa desfachatez y desafío y desde la izquierda y bien. Desde Nicaragua y el somocismo de los 70, a nosotros Ana María nos sonaba más libre políticamente. Yo sigo pensando que su libro es un gran libro, de lo mejor que se escribió en Centroamérica en esos años.
Mujeres habitadas... parece que esta metáfora ha sido importante en tu obra. En tu primera novela, La Mujer habitada, la protagonista se siente poseída por la presencia poderosa de una mujer indígena guerrera; en El pergamino de la seducción, Lucía se deja “habitar” por Juana de Castilla. ¿Nos habitan a las mujeres las voces de otras mujeres, sus historias? ¿Cómo operan en nosotras que estas genealogías?
Quizás es eso que te decía al principio, de que veo mi vida como un continuum. Estoy muy consciente de que lo que traigo dentro viene de atrás, es el producto de muchas otras mujeres, muchas otras historias. No soy religiosa pero si creyera en algo, me gustaría creer en la reencarnación. También supongo que tiene que ver con la apertura que uno tiene al espíritu de los demás, lo que se nos transmite en las conversaciones, las lecturas. Todo eso nos habita; es parte, pienso yo, de nuestra genealogía.
Judy Chicago la famosa artista visual de los años 70, realizo una obra que se llama Dinner Party donde celebra un banquete con 39 mujeres que han forjado el imaginario femenino de las mujeres anglófonas. Sentó allí a personajes como Emily Dickinson, Virginia Woolf y Georgia O´Keefe. ¿Si te pidieran tres nombres para un banquete semejante de mujeres forjadoras del imaginario femenino latinoamericano, que nombres colocarías?
La Malinche, Sor Juana Inés de la Cruz, Frida Kahlo, Rosario Castellanos, Flora Tristán… me haría falta una mesa grande.
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Literatura “femenina”. ¿Qué reacción te provoca esta frase?
Igual que literatura “erótica” es un intento masculino –muchas veces bien intencionado– de nombrar y clasificar como fenómeno nuevo algo que las mujeres hacemos. Ya no tiene caso, realmente. Me parece bien provinciano seguir hablando de literatura femenina o erótica en la descripción del trabajo de mujeres escritoras.
En la FILGUA hablaste de la ética del cuidado. ¿Podrías explicarnos a qué te refieres con esta propuesta? ¿Es éste el fundamento de tu novela El país de las mujeres?
En El país de las mujeres las protagonistas hacen un manifiesto donde hablan de que los hombres no han sabido cuidar al país y que el país necesita unas mamacitas que lo barran, lo limpien y le saquen brillo, o sea un enfoque político donde quienes ejerzan el poder “cuiden” amorosamente el país y sus ciudadanos y se preocupen por las “pequeñas cosas”, por la vida privada tanto como la pública, que piensen que la felicidad de la población y no tanto el crecimiento del Producto Interno Bruto tendría que ser la aspiración de los que gobiernan. A esa filosofía le llamo: “felicismo” en la novela y se dice que los ciudadanos son ciudadanos, o sea que la función de la ciudadanía es cuidar ese país que les pertenece. Creo que es una idea importante ésta de una ética más femenina en la política. Ese es el libro más divertido pero también el más serio que he escrito.
El pergamino de la seducción es una novela histórica que pretende hacer un comentario crítico sobre la “historia oficial” que disminuye e invisibiliza a mujeres con poder. ¿Qué te llevó a escribir esta historia? ¿Por qué la fascinación con Juana La loca?
No fue una voluntad premeditada la que me hizo escribir esa novela. Creí que escribiría una novela ambientada en el internado en Madrid donde hice la secundaria. Era un lugar muy lúgubre, un buen escenario. En los tanteos iniciales recordé haber ido con mi madre al Escorial y oír la historia de Juana de Castilla. Empecé a investigar la historia de Juana y me fascinó el personaje y la enorme injusticia cometida contra ella por su familia y por la historia. Fue como que el destino me la puso en el camino. Revelar quién fue, lo que le pasó me pareció una reivindicación de tantas otras mujeres…
Con frecuencia se dice que las mujeres que escribimos nos dedicamos a la petite histoire, pero estamos marginadas de escribir acerca de la Historia (con mayúsculas) pues es un territorio masculino. ¿Qué aporta la mirada femenina sobre la Historia (con mayúsculas)?
No estoy de acuerdo con eso. Mirá a Antonia Fraser y sus biografías de María Estuardo y de María Antonieta; Hilary Mantel que ha ganado el Booker con sus fabulosas novelas sobre Thomas Cromwell, Stacy Schiff ha escrito una biografía de Cleopatra que es espectacular; Elena Poniatowska sobre la Masacre de Tlatelolco. A la mirada de la mujer no se le escapa, pienso, la íntima relación entre los eventos públicos y los privados.
En la FILGUA mencionaste que el compromiso político es una decisión personal de cada escritor o escritora. Es conocida tu participación política en el proceso revolucionario en Nicaragua. Pero, en tu quehacer literario, ¿qué papel juega el compromiso político?
Es parte de quien soy; una suerte de “marca” de la que no huyo.
¿Qué importancia tiene una feria del libro para los escritores que participan?
Fue una sorpresa gratísima encontrarme con que me leen tantas personas en Guatemala. Estas ferias en Centroamérica han cumplido una función clave en acercarnos a los escritores de la región y en ponernos en contacto con una realidad cultural que se parece en cada país. Me he sentido, a raíz de participar en la feria del Salvador y ahora en la de Guatemala, mucho más conectada con Centroamérica. He tomado conciencia de lo importante que puede ser la cultura para crear esos puentes que necesitamos hacer entre nuestros países.
¿Qué podemos esperar en el futuro próximo de Gioconda Belli?
Tengo una nueva novela que sale en estos meses. Se llama El Intenso Calor de la Luna. Es muy provocadora porque es la historia de una mujer mayor que se enamora de un hombre más joven. Ese es otro tabú que cargamos: mientras en el hombre se valora la experiencia, en la mujer lo que se valora es la belleza que es pasajera por naturaleza. Mi protagonista es bella aunque ya no sea jovencita. Ya vivió su vida de esposa fiel por más de veinticinco años y está empezando a sentir que la vida se le va y que, una vez idos los hijos, ya no tiene nada por qué vivir, pero como verán quienes lean la novela, su vida toma un giro muy interesante.