Por otro lado, si creemos que todo ser humano tiene una esencia noble capaz de tender la mano a otros, como nos explican los monjes budistas, entonces pensaremos en instituciones que incentiven el desarrollo de nuestras capacidades innatas para la compasión.
En esta aparente dualidad, entre el bien y el mal —pero no concebidas como entidades con vida propia, sino como cualidades de la naturaleza humana— se han basado famosas obras literarias que la aplican al individuo, como en Dr. Jekyll & Mr. Hyde (1886), de Robert Louis Stevenson, o en referencia a distintas sociedades, como en Facundo: civilización y barbarie (1845), de Domingo Faustino Sarmiento. También existen numerosos mitos y ritos religiosos que intentan dar cuenta de las contradicciones humanas, de nuestras luces y sombras, de nuestro potencial creativo y destructivo. Pero, en la actualidad, ¿qué nos dicen las ciencias al respecto?
El primatólogo Frans de Waal (2005) nos describe como el «simio bipolar», ya que oscilamos entre dos polos: paz y guerra, cooperación y competencia. Y nos ubica entre los bonobos y los chimpancés, de quienes nos separamos biológicamente hace apenas unas 250 000 generaciones. Los primeros se distinguen por su comportamiento sexual desenfrenado. En cautiverio tienen relaciones cada hora y media, en promedio, y con gran diversidad de parejas. Mientras tanto, los chimpancés tienen una vida sexual relativamente aburrida. Los bonobos son generalmente pacíficos y cuando surge algún conflicto entre ellos lo resuelven con favores sexuales y mutuo acicalamiento. En contraste, los chimpancés son bastante agresivos en defensa de su territorio y valoran menos la vida de quienes no pertenecen a su grupo. Los chimpancés machos de comunidades diferentes pueden matarse entre sí por medio de acciones altamente coordinadas, pues salen regularmente en patrullas para vigilar y proteger las fronteras de su territorio contra extraños. Para De Waal, no hay duda de que los chimpancés son xenofóbicos. Así que las dos especies, las más cercanas a nosotros genéticamente, se caracterizan por comportamientos notoriamente opuestos. El Homo sapiens se ubica y oscila entre ambos extremos, por lo que debemos aprender a reconocerlos e integrarlos en el análisis de nuestro comportamiento en lugar de negar uno a expensas del otro de manera poco realista. Por ello, lo atractivo que me parece la noción china del yin-yang. Generalmente tendemos a ser cooperativos con nuestros semejantes y competitivos con los otros, los extranjeros.
La primatología comparada no solo nos ayuda a superar el antropocentrismo de las ciencias sociales, sino que además nos facilita intuir y comprender qué comportamientos tienen una base biológica para diferenciarlos de los que son mayormente condicionados por el medio ambiente. Claro está que la distinción clásica entre natura (genes) y cultura no necesariamente requiere de la mutua exclusión, sino que también permite la interacción entre ambas. Por cierto, los estudios de diversas especies animales también nos enseñan a superar el prejuicio según el cual todo lo biológico, o instintivo, del ser humano es considerado salvaje o primitivo —con connotación negativa—, mientras que todo lo que es producto de la cultura se asume como civilizado y moderno. Como explica también De Waal, la comparación de los hombres con los lobos para reflejar que algunos a veces se aprovechan de otros sin piedad no solo es falsa respecto de la forma de ser de los lobos, sino que los insulta, pues ellos son unos de los animales más gregarios y leales cooperadores —por eso fuimos capaces de domesticarlos—. Los lobos cazan en grupo para poder atrapar presas grandes que luego redistribuyen entre las madres que crían a recién nacidos, los más jóvenes e incluso los enfermos y viejos que ya no pueden contribuir al grupo.
Seguramente habrá quienes cuestionen la comparabilidad entre los humanos y otros simios o los demás primates. Sin embargo, me parece que el primatólogo William McGrew (2004) hace una persuasiva defensa sobre la existencia no solo de una cultura material —como la fabricación de ciertas herramientas—, sino también de una cultura no-material entre los primates, pues muchas de las diferencias entre ellos y nosotros, que siempre hemos considerado como demostración de la singularidad humana, no son más que diferencias de grado (cuantitativas), y no de clase (cualitativas), incluso en habilidades matemáticas y de comunicación, al punto de que él sugiere una integración entre la primatología y la antropología cultural.
Claro que la aparición del lenguaje y la invención posterior de la escritura —hace apenas unos 5 500 años— nos permitieron acumular y transferir conocimientos en el tiempo y el espacio a tal punto que nuestra evolución cultural se disparó exponencialmente. Sin embargo, no debemos perder de vista que nuestro cerebro sigue siendo el mismo de cuando el Homo sapiens apareció en el planeta hace unos 200 000 años. Para ilustrar lo reciente de nuestros logros culturales, aprovechando el imaginario judeocristiano colectivamente compartido de la creación en una semana, la historia sería así: un domingo por la mañana nos separamos de nuestros primos homínidos más cercanos, los neandertales; después de poblar todos los continentes adaptándonos a muy diversos climas, nos volvimos sedentarios hasta el domingo a las 2 de la tarde; y aprendimos a escribir como a las 7 de la noche…
Seguramente estas ideas resultarán extrañas para politólogos y economistas, pero deberíamos tomarlas con seriedad si queremos comprender mejor al ser humano. No se trata de antropomorfismos aplicados al estudio de los primates, como los que usamos para imaginar la trascendencia. Por el contrario, se trata de desmitificar nuestra condición para analizarla en su justa dimensión. Parafraseando a Carl Sagan, nuestra imaginada importancia o ilusión de tener una posición privilegiada en el universo se ve cuestionada cuando nos entendemos como una especie más entre millones que han existido en este pequeño planeta azul, que es un píxel más en el vasto universo.
Cleveland, Ohio, 6 de marzo de 2011
- McGrew, William (2004). The Cultured Chimpanzee: Reflections on Cultural Primatology. Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press.
- De Waal, Frans (2005). Our Inner Ape: A Leading Primatologist Explains Why We Are Who We Are. Nueva York: Riverhead Books.
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