Ir
Hombres mexicanos refugiados en Guatemala reclaman por su seguridad al Ejército de su país, mientras se cubren los rostros con camisas y mascarillas por miedo a represalias.

Desplazados por narco hacia Guatemala temen al Ejército mexicano

Tipo de Nota: 
Información
Palabras clave

Desplazados por narco hacia Guatemala temen al Ejército mexicano

Historia completa Temas clave

En el borde de la línea fronteriza con México, una escuela en Huehuetenango se transformó en un espacio de resguardo y atención para cientos de mexicanos. Desde Chiapas huyen de un conflicto entre dos organizaciones criminales dedicadas al tráfico ilícito de sustancias y personas. El Ejército mexicano, lejos de darles paz les causa desconfianza. Se resisten a volver mientras no existan condiciones seguras para sus familias. Por esa razón, todos los testimonios en esta crónica son anónimos.

«Aquí no estamos sufriendo de alojamiento ni de comida, gracias a Dios. Aquí lo que estamos sufriendo es por sentir que no tenemos ley en nuestro país». Quien vociferaba cubría su rostro con una suerte de burka a base de una playera. Detrás de él, un grupo asentía y apoyaba sus reclamos. Todos ellos eran parte de más de 300 mexicanos refugiados en Guatemala, que el 22 de julio salieron de su casa con más prisa que equipaje en busca resguardo.  

La Escuela Oficial Rural Mixta del Caserío Ampliación Nueva Reforma, en Cuilco, Huehuetenango, fue el escenario de aquella discusión. Escucharon los reclamos dos miembros del Ejército mexicano, el teniente coronel Valentín Morales Cámara y el mayor Jesús Alberto Córdova. La mañana del 6 de agosto, los militares llegaron para ofrecer la instalación de una cocina comunitaria «por órdenes del gobierno mexicano» para uso de las familias albergadas en Guatemala. Las que huyeron de sus barrios temerosos de ser atacados por grupos criminales enfrentados en una guerra prolongada, en Chiapas.

Una cocina no era la ayuda que el grupo de familias esperaba a 15 días de haberse desplazado de forma forzada y buscar alojamiento en otro país. Allá, a 350 km de Ciudad de Guatemala.

«Gracias a Dios aquí la gente de Guatemala nos está apoyando. Alimentación no queremos, señor, lo que queremos es seguridad, lo que queremos es regresar a nuestras casas, ya llevamos más de 15 días aquí», alegó otro de ellos, los demás los respaldaron. Y los reclamos seguían. Media hora después, el grupo de militares de infantería se retiró del lugar con la promesa de volver ese mismo día para aclarar que su Ejército ya tiene en marcha un plan para recuperar el control en Chiapas y devolverles la tranquilidad a sus habitantes. Volvieron, al día siguiente los militares regresaron con víveres y equipo para instalar la cocina, pero de nuevo la población los rechazó. Ellos quieren regresar a casa con la garantía de encontrar paz.

Después de la incursión de los enviados militares, las familias estaban tan asustadas como el día que salieron de México y atravesaron la línea fronteriza entre matorrales y milpas. La presencia de esa brigada de infantería removió los temores y los recuerdos de dos semanas atrás. Esto contaron.

«Escondí a mis hijos debajo de la cama», contó una mujer, madre de dos niños. Y no fue la única.

El lunes 22 de julio los pobladores del barrio San José, México Nuevo, El Caracol y otras colonias de Chiapas, que se alcanzan a observar desde la frontera con Guatemala, notaron un silencio inusual en el sector. Alrededor de las 11:00 de la mañana la calma se quebró con la detonación y disparos durante 40 minutos. Las familias se tiraron al suelo, se escondieron debajo de las mesas, muebles, camas y se quedaron ahí mientras el ruido seguía. «Mi hijo temblaba de miedo», recuerda una madre.

Tras el retumbo de los disparos, oyeron el ruido de motosierras que talaban árboles y caían sobre la carretera. La idea, creen, era bloquear el paso. Cuando ya no escucharon ni detonaciones ni vehículos afuera  comenzaron a salir para refugiarse entre los cultivos, y adentrarse en los senderos camino a Cuilco, el municipio fronterizo de Huehuetenango. Hombres, mujeres, ancianos y, en su mayoría, adolescentes y niños, caminaron cuesta arriba entre el monte de la montaña. Como pudieron se acompañaron de sus mascotas.  Algunos tardaron más de cuatro horas para llegar a su destino. Muchos tenían a donde llegar, la casa de un familiar, un amigo, un socio guatemalteco. Otros no, pero sin más opción que cruzar la frontera y pedir refugio. El primer día llegaron 260 personas, 117 provenientes del Barrio San José, el epicentro de la balacera. Los siguientes días más personas se acercaron a la frontera por las mismas razones. Se estima alrededor de 600 mexicanos desplazados.

Al llegar, los vecinos guatemaltecos se organizaron para montar un albergue en la Escuela Oficial del caserío Ampliación Nueva Reforma, para aquellos sin donde pasar la noche. Desde entonces, ese establecimiento se convirtió en el punto de resguardo para las familias refugiadas. Ahí duermen, comen los tres tiempos sin ningún costo, se reúnen, reciben víveres y donaciones; y participan en actividades recreativas para los niños, organizadas por comunidades vecinas.

La guerra por un territorio

En Chiapas, la población convive con grupos criminales vinculados al narcotráfico, lo sabe; y que en 2021 empezó una escalada de violencia en todo el estado.
El estado sureño es el escenario de una disputa entre dos organizaciones criminales conocidas en México: el Cártel de Sinaloa y el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG). La cercanía de Chiapas con la frontera de Guatemala, lo convierte en un punto clave para el tráfico ilícito de bienes y personas. Ambos grupos pelean el control de rutas de migrantes y de narcotráfico que vienen de Guatemala, explica una publicación realizada por Insight Crime. Este enfrentamiento prolongado ya cobró decenas de muertos en Chiapas y miles de desplazamientos forzados.

«Nunca nos imaginamos que a nosotros nos iba llegar esto, que nos iba pasar, solamente escuchábamos que en otros lugares estaba pasando, pero nunca nos imaginamos que a nosotros también», dijo una de las personas desplazadas. A través de las noticias nacionales escuchaban relatos de familias desplazadas por la violencia de estos grupos, parecía un problema lejano, a pesar de la cotidianeidad de escuchar en sus casas el estruendo de enfrentamientos armados. Lo normal. Se acostumbraron a convivir (de lejos) con eso hasta que el conflicto los alcanzó.

El día que representantes del Ejército mexicano llegaron a territorio guatemalteco, en Cuilco, a buscar a las familias refugiadas para entregarles una cocina comunitaria, la reacción de los mexicanos no fue de alivio. «¿Sabe por qué nos tapamos la cara? –dijo uno de los desplazados mientras se envolvía el rostro con una camisa– Porque si uno habla de más, allá en México nos están esperando. Miedo les tenemos a todos los que usted trae aquí. Me cae que mañana vamos a pedir que nos trasladen a otro lado. Me tapo la cara porque tenemos miedo a represalias».

Las familias afectadas coinciden al describir complicidad del Ejército (su ejército) en cubrir las espaldas a los grupos criminales. En redes sociales, cuentan, circulan publicaciones que acusan a las autoridades locales de Chiapas y militares de proteger a los cárteles enfrentados.

El mayor Córdova niega estos extremos. «Muchas personas suben noticias amarillistas y tratan de desprestigiar al ejército mexicano y autoridades, por lo que vemos lo están logrando», dice después de escuchar los señalamientos de las familias. Por su parte, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, se niega a reconocer los síntomas de ingobernabilidad y el fracaso de su gestión en garantizar paz y seguridad a su población.

«No es un fracaso, son circunstancias. México es un país muy grande, somos más de 130 millones de mexicanos. Hay conflictos en todas partes, pero no es un asunto (como lo quieren ver nuestros adversarios) de que haya ingobernabilidad, que predomine la violencia, que sea un caos, que se esté sometiendo al país» (Sic), dijo el 26 de julio, en su mañanera, la conferencia de prensa de todos los días, en un intento por minimizar la situación.

Las declaraciones del mandatario llegaron a oídos de las personas refugiadas. «Nos enoja mucho, nos da mucho coraje, qué importa cuántos somos, aunque fuéramos solo dos personas el gobierno debería hacer algo por nosotros, para que volvamos a nuestra casa. Por eso no queremos que traiga una cocina ni comida, para que después diga que con eso ya cumplió y se quede tranquilo», externó uno de ellos.

Una frontera difusa: La relación entre México y Guatemala

La mañana de las detonaciones una madre tomó a sus hijos, sus documentos personales y todo el dinero en efectivo que tenía en su casa y caminó hacia la línea fronteriza para refugiarse donde su familia en Guatemala. Desde Cuilco, la línea divisoria entre ambos países es visible. En el lado de Guatemala, decenas de soldados resguardan la brecha de unos diez metros desde hace dos semanas.

La mayoría de refugiados pensó en llegar a Guatemala para reunirse con familiares y amigos. En esa parte la frontera entre ambos países es difusa y los habitantes están vinculados por relaciones de compadrazgo, nexos familiares y comerciales. Estas comunidades tienen un tránsito común y las movilidades se dan desde Guatemala a México, y viceversa. Muchas familias guatemaltecas cruzan la línea para buscar servicios, proveerse de abarrotes e insumos a un mejor precio. Otros lo hacen en busca de oportunidades laborales y mejores salarios. Este ir y venir ha tejido vínculos familiares en la frontera. En la década de los ochenta, durante la época del conflicto armado en Guatemala, además, guatemaltecos llegaron a Chiapas en busca de refugio y optaron por no volver.

Por eso, en Cuilco la población comparte muchas características con sus vecinos. Desde la forma de hablar hasta normalizar los constantes disparos o explosiones que generan retumbos en las montañas cuando los grupos armados se enfrentan. «Desde aquí escuchamos las balaceras, hasta hemos encontrado casquillos de balas perdidas», contó un vecino. 

[embedpzp1]

A Cuilco también lo abandonaron

Cuando los pobladores de la aldea La Laguna, en Cuilco, vieron llegar a cientos de mexicanos a su lado de la línea entendieron que se trataba de una crisis humanitaria. «Lo primero fue organizarnos para montar un albergue en la escuela», explica uno de los líderes locales. La Laguna está ubicada a más de diez horas de Ciudad de Guatemala. Llegar a la comunidad es posible solo en vehículos todo camino en un trayecto cuesta arriba y terracería.  

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en Cuilco nueve de cada diez personas viven en condiciones de pobreza. Y casi un 25 por ciento de la población lo hace en pobreza extrema. La Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SESAN) señala que en Cuilco la vulnerabilidad por desnutrición en niños es alta. Factores como la baja producción de alimentos en productores que viven en pobreza, el agotamiento de suelos y de fuentes de agua, sequías y limitado acceso a alimentos afectan a su población.

La educación también es limitada. En Cuilco, en promedio, hay un maestro por cada 22 estudiantes. En la escuela del caserío Ampliación Nueva Reforma, que hoy funciona como albergue, solo hay dos maestros y dos pizarrones para atender a los estudiantes de primero a sexto primaria.

«El departamento de Huehuetenango, se ubica en una zona post conflicto, donde los efectos de la guerra interna no han sido atendidos de forma integral. La falta de presencia y atención del Gobierno central y la debilidad de los gobiernos municipales se refleja en el bajo acceso a servicios básicos (salud, habitación, agua, saneamiento, etc.) y las pocas oportunidades productivas-económicas», resume un diagnóstico realizado por la SESAN.  

Una de las vecinas lo expresa de otra forma: «Nosotros estamos olvidados, estamos abandonados. Si no pasa esto, no se recuerdan de nosotros».

A pesar de las limitaciones, los pobladores y líderes locales les han garantizado a las más de 200 personas refugiadas un techo, alimentación, vestimenta y acceso a agua. «Gracias a la gente de Guatemala, a nosotros no nos falta comida», reconocen los mexicanos. La escuela funciona como cocina y comedor para las personas desplazadas, y para los agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) y elementos del Ejército de Guatemala que vigilan la frontera. La comunidad también se encarga de la alimentación de estos servidores públicos. «Es una forma de agradecerles que nos están cuidando a nosotros y también a las personas refugiadas», dicen.

El menú: frijoles, pasta, arroz y café no faltan. Sin embargo, cuando una comunidad vecina llega con un donativo, las mujeres a cargo de la comida preparan caldos y sopas. Para que las labores no se recarguen en las lideresas locales, las personas se organizaron por grupos para preparar la comida y cumplir labores de limpieza.

Ante la llegada de los vecinos mexicanos, en el caserío Ampliación Nueva Reforma hay clases. Los maestros consideran reanudarlas a través de un sistema de burbujas similar al que emplearon durante la pandemia, para no afectar a los niños. Sin embargo, una de las preocupaciones ante la persistencia del conflicto entre grupos criminales, los alcance un tiroteo. Los maestros solicitaron la construcción de una escuela de dos niveles con terraza para evitar que las balas perdidas atraviesen el techo de lámina y puedan herir a los estudiantes.

En Cuilco, la hospitalidad continuará mientras existan donaciones y recursos para atender a las familias. En Chiapas, las viviendas quedaron abandonadas y fueron saqueadas. «Fuimos a ver nuestra casa hace unos días y encontramos todo tirado, entraron a robar lo que encontraron y a tirar todo lo que teníamos, la ropa, los muebles están rotos, hay vidrios, se pararon encima de la ropa, toda la alacena la sacaron», cuenta una de las mujeres que hace unos días regresó a buscar unos documentos personales olvidados al huir de México. 
Quienes dejaron sus cultivos en proceso dan por pérdida su cosecha. Sus gallinas o cerdos también los dan por perdidos. Los niños preguntan a sus padres cuándo van a volver, dicen que extrañan su escuela y su casa.

«No vengan aquí, mejor vayan a revisar cómo dejaron nuestras casas. Se llevaron todas nuestras cosas, nos dejaron sin nada», le dijo uno de ellos al mayor Córdova, en el albergue. Los militares escuchaban queja tras queja, pero no respondieron. 

Desde México, las autoridades comienzan a implementar un plan de recuperación para estas comunidades. Sin embargo, Córdova reconoce que aún no pueden garantizar condiciones seguras para que las familias vuelvan a su país.

A pesar de eso, más de 70 personas retornaron a México en busca de refugio con familiares en otros estados. El resto se resiste a volver, prefieren resguardarse en Guatemala, mientras encuentran una alternativa segura en su país con una convicción… o resignación: «El día que regresemos, vamos a tener que empezar desde cero».

Autor
Edición
Autor
Edición