Él, de visita, no podía darle su atención desde el principio. Había que saludar al resto de la familia, responder algunas preguntas de rigor y esperar a que los adultos regresaran a lo suyo. Rafita, el segundo hijo, se levantaba del sillón y se apostaba al final de la sala para vigilar. ¡Dale, pues! Y el amigo visitante se llevaba la mano a la bolsa. Natasha rompía su solemne y mostraba abiertamente su excitación.
Siempre era lo mismo. Actuaban como autómatas.
Al sacar el pequeño dispositivo láser de la bolsa, lo apuntaba a la pared y una pequeña estrella roja aparecía. La gata Natasha comenzaba a mover la cabeza. Los músculos de los hombros se sacudían nerviosamente y sin dar aviso se lanzaba contra la pared para atrapar la estrella. Los amigos se divertían. Natasha daba saltos acrobáticos, corría de un lado al otro y solo se detenía para descansar un poco. Mientras, la estrella roja se agitaba en el muro para romper la pausa de Natasha. Rafita alternaba la vista entre la sala y el interior de la casa. A los dos amigos ya los habían reprendido varias veces por engañar a la gata y cansarla casi hasta el desmayo. Decía la madre que así la gata nunca atraparía ratones porque, aparte de la excitación momentánea, no obtenía ninguna otra recompensa. Cazar se convertiría en algo sin ninguna utilidad práctica. Solo ganaban los instigadores. Sentían el poder que tenían sobre Natasha.
Lo anterior vino a mi memoria cuando intentaba hacer una síntesis de mis sensaciones al revisar por rutina algunos medios de comunicación.
La revista internacional de deportivas la tiene muy mal. ¿Cómo vender, cómo llenar el espacio, si todos los deportes están suspendidos? La desesperación les hizo encontrar una fórmula. Cansona, pero fórmula al fin.
[frasepzp1]
Lo local hace lo que puede. Columnistas, reporteros, la nueva oleada de blogueras visuales. Todo el mundo hace lo que puede. Pero yo no consigo dejar de sentir que somos Natashas siguiendo puntos, estrellas, cuadrados, pelotitas rojas en la pared.
Como la marea, estamos dominados por una fuerza de gravedad sobre la que no tenemos control. Es el trending topic, los temas que unos pocos deciden poner en portada. Siempre es lo mismo para quienes creamos contenidos: o aprovechamos para decir algo que consideramos de valor sobre los temas de cartelera o buscamos algo de utilidad aunque no esté de moda. Desde enero he eludido el tema de la pandemia, con excepción de un artículo. Aún así me sigo sintiendo un gato que arremete contra una carnada insustancial que decide mostrarme alguien sin nombre (él o ella, qué más da). Nuestra victoria, si conseguimos alguna, podría estar en haber sido capaces de posicionar fugazmente algún tema en el muro simbólico.
Trending topic o no, mañana aparecerá otra cosa. Volveremos a empezar la persecución. Para algunas personas esto es un trabajo, así que van tras el tema del día o tras un tema de todos los días. Y yo temo convertirme en repetitivo, en un cocinero de frijoles en caldo, parados fritos, licuados ralos, licuados espesos y volteados, hasta que aparezca alguien y me diga: «Solo frijoles cocinás». Podría dolerme el ego, pero tendría que terminar aceptándolo.
Esta no es ninguna crítica hacia afuera. No hay necesidad de erizar lomos metafóricos.
Estas reflexiones vienen del hastío noticioso, de la tele, de las charlas. De nuestra locura colectiva, de la hiperpoblación de opiniones en un mundo deforestado de conocimiento de causa, de nuestras limitaciones para dibujar la incidencia que queremos crear y de la incapacidad para medirla.
El muro, el láser, los gatos, los Rafitas y los anónimos manejadores de la luz. La monotonía programada con disfraz de novedad. Esta no puede ser la vida. Sigamos buscando algo más.
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