El lenguaje utilizado (gestual, visual, articulado) no debería dejar de causar cierta preocupación, ya que puede generar discordia en comentarios como el emitido en España por la exdiputada Carla Sierra, quien expresa: «¿Por qué es importante el vídeo de Bad Bunny? Porque habla de tías que se lo pasan bien solas y defiende, desde una música asociada a la masculinidad hegemónica y a la cultura machista, el derecho de las mujeres a perrear sin aguantar a babosos»; o el publicado por una guatemalteca que no se identifica como feminista, pero que le agradece al feminismo las libertades de las cuales goza y que le permite expresar: «Amigas, amigos, sigamos buscando el machismo inconsciente en prácticas diarias, en los abusos del sistema patriarcal, en la manera en la que nos relacionamos. Pero no en la música que nos gusta. No en nuestros placeres. No en nuestras contradicciones».
Me resulta complicado ver la reivindicación de una nueva masculinidad o algo radicalmente disruptivo en la performance de marras. O que la letra transmita un mensaje que reivindique a las mujeres y ponga en tela de duda ciertas relaciones de poder. Vestirse con prendas de mujer o intentar imitar a una sin ningún compromiso político crítico no es nada nuevo en el mundo artístico, como tampoco lo es abusar de lo que representa y significa ser mujer para fines comerciales, sin un trasfondo que busque cambiar la estructura, las relaciones de poder, o siquiera cuestionar alguna problemática de algún colectivo representado en la performance.
No hay mayor disruptividad en reproducir la imagen femenina socialmente aceptada y cosificada, en agitar unos grandes senos falsos que ni siquiera reivindican una estética de la mujer trans. Más bien hay un tono de bufonería. No es necesario escuchar dos veces la letra para saber de qué va, para comprender que decir «ta bien dura, como Natti» es muestra de las relaciones de poder del machismo inconsciente y que esta letra no representa políticamente a ninguna mujer que se considere feminista o que busque cambiar una estructura que nos agrede constantemente.
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En esta interpretación, que parece ser un bum en su género, coexisten una mezcla de distintos lenguajes que no solo nos muestran lo que ya se reproduce en un sistema que cosifica y sexualiza a la mujer, sino que también la violentan a través de lo que expresa en la letra y en la gestualidad de los intérpretes. Muestra de ello es la contradicción de afirmar «yo perreo sola» y la imagen del intérprete bailando con quien realiza el dúo con un gesto de placer y de dominio sobre la imagen femenina que representa el cantante principal: más cerca de la ridiculización blackface que de un guiño feminista.
La importante consigna política del feminismo «ni una menos» aparece caricaturizada como parte del decorado mientras acompaña los versos «tiene una amiga problemática / y otra que casi ni habla, / pero las tres son una diabla», lo cual sigue poniendo bajo dominio masculino el marco de la moral y de la buena mujer cuando critica la conducta o personalidad de las mujeres.
Al final, el intérprete llenó la expectativa del estereotipo en la industria musical. Una vez más se posicionó mediáticamente a través de la cosificación y sexualización de la imagen femenina como parodia, lo cual no es raro en la industria del entretenimiento y en un sistema que reproduce y violenta a las mujeres. Quien disfrute de bailar y escuchar estos géneros musicales sin duda está en su derecho, pero considerar aquello una performance en la cual no debamos reparar en el machismo implícito, incluso una performance rupturista o que el feminismo le deba agradecer algo a este tipo de propuestas audiovisuales o perdió la brújula o quizá nunca la ha tenido.
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