Guatemala. Qué difícil explicarla. ¿Qué Guatemala presento? ¿La de los volcanes majestuosos o la de los linchamientos? ¿La cuna de los mayas o la tierra de las extorsiones? Una nación con dos mundos paralelos. ¿Cómo se le hace?
Unos días atrás, el jueves 21, me disponía a tomar mi almuerzo mientras veía el noticiero de mediodía. El primero de los titulares contaba cómo un grupo de taxistas había quemado vivos a dos presuntos delincuentes por haber atacado a balazos a uno de sus compañeros, que se había negado a recibir un teléfono para extorsionarlo. Todo esto, en el bulevar El Naranjo, a media ciudad de Guatemala. Es una escena común en el Triángulo Norte de Centroamérica, pero a mí me impacta porque me niego a normalizar la violencia aunque esta sociedad me quiera obligar a hacerlo.
Bien dice Edgar Bodenheimer que el derecho es el punto medio entre la anarquía y el despotismo. En Venezuela tienen un déspota y Guatemala se encamina cada día más a la anarquía. En ambos casos el ausente es el Estado de derecho y los resultados son similares.
En mi experiencia fuera de Guatemala, una de las cosas que más extrañeza les causa a mis compañeros o colegas es que, conforme me van conociendo, identifican en mí a alguien que predica el liberalismo político, pese a que, cuando me preguntan sobre Guatemala, mi diagnóstico es que el principal problema de mi país es la ausencia de Estado. Vivimos en un país con un Estado de derecho raquítico, paupérrimo, que ha generado una desigualdad estructural compleja. La violencia generalizada no permite que una buena parte de la población pueda trabajar tranquila para ganarse la vida y llevar un pan a la mesa.
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Y esta desigualdad marca barreras en el acceso a la justicia, en la certeza de poder caminar tranquilamente mientras llevas a tus hijos a la escuela, en la libertad de trabajar sin que te extorsionen. Esta es la desigualdad verdaderamente nociva. No se trata del igualitarismo socialista, que propugna una igualdad material como un ideal imposible en la práctica, sino de la igualdad en la tranquilidad, en la potestad de prescindir del miedo.
Sobre esta materia, el legado que nos deja el último año de esta administración es nefasto: no se amplió de manera considerable la capacidad financiera del Organismo Judicial y del Ministerio Público, las instituciones fundamentales para que se viva en paz en cualquier nación civilizada. Además, la carrera policial se desmanteló paulatinamente debido a los cambios abruptos realizados en la Policía para garantizar la lealtad de los mandos medios al señor ministro de Gobernación. Para atrás como el cangrejo.
Tanto cariño por la nación de la ciudad colonial, del lago más bello del mundo, de la gastronomía espectacular, pero todo esto contrasta con la cruda realidad. Sin embargo, se vale soñar con una Guatemala sin condominios, sin garitas, sin policías de seguridad privada en cada esquina; con una Guatemala en la que todos los que nacimos en ella podamos llevar una vida tranquila. Esa es la Guatemala que se debe construir con gallardía mientras se sobrevive a la anarquía.
Hombre, que ya no haya necesidad de presentar las dos Guatemalas, sino solo una, la de la belleza majestuosa que se empequeñece a la par del nivel de civilidad de quienes la habitan.
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