Thelma A.
A Thelma Aldana la conocí allá a finales de los años 80, cuando tomaba cursos de italiano en la Dante Alighieri, que en aquellos tiempos colindaba con la Alianza Francesa, sobre la cuarta avenida de la zona 1, en uno de esos edificios históricos del centro donde se entraba por largos zaguanes de losa.
Éramos un grupo pequeño en el curso de la Professoressa, la signora Primorose Barone. Recuerdo que Thelma era muy aplicada y constante. Me gustaba su compañía y la de otros compañeros porque eran mayores que yo y me inspiraban. Además, yo en aquellos tiempos quería estudiar leyes y creo que ella, para entonces, ya se había graduado de abogada. Recuerdo que algunas tardes, después de clases, nos daba por ir a comer antojitos cerca del Tribunal Supremo Electoral, donde había una venta de atol, tostadas y otras chucherías. Al año siguiente empecé la carrera de derecho y luego fui cambiando paulatinamente mi interés profesional, mientras que a ella le perdí la pista.
De eso hace más de 30 años. Y este fin de semana, después de figurar como una de las fiscales generales más reconocidas, queridas, eficientes, repudiadas y odiadas en la reciente lucha contra la corrupción, ha sido proclamada candidata a presidenta por un partido político novedoso, Movimiento Semilla, donde curiosamente también participan muchos colegas y referentes de mi generación comprometidos con una nueva política ciudadana.
Thelma y su compañero de fórmula, el destacado economista Jonathan Menkos, consolidan así una propuesta electoral urbana, mestiza y de clase media, que representa así a un sector importante de capas profesionales nuevas con un concepto amplio de país. Es el rostro capitalino que desea cambiar el pensamiento anacrónico criollo de las élites económicas y la ineficiencia del sector público carcomido por la corrupción por un perfil tecnocrático, probo e incluyente, sobre todo de las nuevas generaciones, las que participaron de lleno en las jornadas cívicas del 2015. A juzgar por encuestas recientes, Thelma y Semilla pueden tener un buen asidero en la capital y en las áreas urbanas en cuestión de rendimiento electoral.
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Thelma C.
A Thelma Cabrera, la lideresa campesina maya mam que el jueves pasado fue proclamada candidata a presidenta por el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP), brazo político del Codeca, no la conozco. Pero, por lo que leo sobre su relevante vida y trayectoria, tenemos casi la misma edad. Pudimos haber sido vecinas. O compañeras de clase también. De haber nacido en su municipio, quizá habríamos compartido espacios similares.
Pero no fue así. Yo no sé «lo que es nacer mujer indígena, pobre, en medio del latifundio», como ella ha relatado. Pero su vida es referente para muchos campesinos e indígenas, que representan la cuasi mayoría de la población guatemalteca: un sector poblacional vital que, amén de ser constantemente diagnosticado con lupa y de habérsele recetado soluciones de forma generalmente condescendiente y sin que haya habido mejorías, ha sido históricamente excluido del bienestar y del desarrollo, cuando no tratado de ser exterminado por un Estado racista y violento.
No crecimos en las mismas circunstancias ni con las mismas oportunidades, pero vivencias reales como las de Thelma y de otras mujeres indígenas —incluyendo la de Rigoberta Menchú, quien también fue postulada a candidata presidencial en su momento— tejen una historia de los pueblos que hoy ningún guatemalteco y ninguna guatemalteca pueden ignorar y que es tan válida y legítima como la de cualquiera. Máxime cuando Thelma, quien solo ha cursado hasta sexto grado de primaria, es capaz de articular una plataforma política, fomentar un movimiento desde las bases y delinear un plan de trabajo de forma más coherente que cualquier político lambiscón tradicional. Estemos o no de acuerdo con sus postulados, claramente es una disrupción necesaria en la narrativa política.
Así pues, la historia de las dos Thelmas es la historia dual de un país con múltiples rostros de mujer y con serias fracturas político-sociales. Sin embargo, pese al odio injustificado que ambas suscitan, es de celebrar su valentía, coraje y servicio público en este anhelo democrático, pues, parafraseando a Dickens en el famoso inicio de su Historia de dos ciudades, es este un tiempo tan diferente que, «en opinión de autoridades muy respetables, solo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal».
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