No miente quien dice que la historia juzga de manera clara e implacable y que ahora no es la discusión entre revolucionarios y liberacionistas la que ocupa espacios, sino qué habría pasado si la forma de implementar políticas y de administrar el Estado del período 1944-1954 no se hubiera alterado o, mejor dicho en este caso, si luego de un abrupto cambio de poder político no se hubiese entrado en una etapa de lento pero inexorable deterioro de las instituciones, la economía, la política y la misma sociedad.
Ya no creo que queden herederos de la gesta de 1944. Por ahí deambulan descendientes de quienes participaron en el movimiento o en la política y la administración pública de la década revolucionaria, así como los que se han informado sobre esta, los que la han estudiado y los que la admiran y por ello añoran. Cada 20 de octubre estos mismos personajes se limitan a contar cómo llegaron por estudio o consanguinidad a considerarse revolucionarios. Y, además de manifestar su nostalgia, algunos o la mayoría tienen el buen gusto de hacer un brindis grupal.
Alegra que estas personas mantengan esa década viva en la memoria colectiva, por reducida que esta sea. Este recién pasado 20 de octubre me tocó pasear por los museos del cerro de Santo Domingo, en Antigua Guatemala. Las exposiciones sobre Miguel Ángel Asturias y sobre los personajes de la pintura guatemalteca lo llevan a uno inmediatamente a volver en el tiempo a esa década, al florecimiento de la literatura, la pintura, la escultura, el deporte: aquello que hace humano al humano y lo convierte en miembro de una sociedad que durante un par de décadas cosechó los beneficios de esta y pudo ocupar un lugar digno en el concierto de las naciones, lugar del que cada momento nos alejamos más y más.
Durante mucho tiempo el análisis causal de cómo finalizó ese período feliz de la historia se reduce al tema de la reforma agraria promulgada en el Decreto 900 y los intereses ampliados de la bananera. Pero ¿saben algo? En esa época se hizo el único mapa de taxonomía de suelos que se ha hecho y concluido en el país. Y se hizo cuando menos sabían qué tipo de tierra estaban expropiando y por cuál estaban reaccionando. Ahora, setenta y tantos años después y con todos los avances tecnológicos, ni siquiera eso se ha podido hacer. Es decir, ahora ni siquiera saben a qué tipo de tierra se está exigiendo o negando acceso. Asimismo, de los logros materializados en modelos autonómicos para el deporte, la academia y la seguridad social solo nos quedan monumentos a la ineficiencia y a la corrupción. Las oportunidades para formar maestros rurales y urbanos llevándolos de empíricos a profesionales gracias a la histórica Escuela de la Alameda no han podido ser superadas con las sonadas y fracasadas reformas curriculares para el magisterio.
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En los párrafos anteriores se dejan de muestra temas que caracterizan un bien hacer por parte del Estado. El período revolucionario, entendido como el movimiento que pone fin a las dictaduras de los primeros años del siglo XX más los gobiernos de Arévalo y Árbenz, en su momento pudo haber sido atacado por diversas causas y con diversos argumentos extremistas, desde aquellos que lo tildan de fruto de una revolución burguesa hasta los que lo tildan de conspiración comunista.
Me inclino a verlo (y me agrada hacerlo así) como un esfuerzo por modernizar la economía de Guatemala, por mejorar los índices de bienestar de la población, por invertir en lo importante (el capital humano, natural y social). Por eso sería interesante que los personajes amigos que celebran esta fecha con nostalgia y con un brindis grupal se sintieran repentinamente atrapados por un túnel del tiempo y se plantearan qué habría que hacer hoy si quisiéramos ser como nuestros ejemplos de hace 70 años. Que, aunque sea en pláticas de bolos, se pusieran a conversar sobre cómo hacer, por ejemplo, un nuevo mapa de taxonomía de suelos, a explorar por qué los tres modelos de reforma agraria implementados han fracasado, cuáles podrían ser los nuevos modelos de seguridad social, de academia pública, de formación de maestros, etc. El dolor de cabeza de su goma puede ser más fuerte que de costumbre, pero puede que valga la pena. Así pues, ¿por qué no atreverse?
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