Desde la época de la independencia, Guatemala fue forjada como una sociedad profundamente autoritaria y conservadora, en la cual la exclusión por parte de una pequeña élite configuró un país que, lejos de avanzar hacia la modernidad, parece que quedó suspendido en el tiempo, de manera que en muchos aspectos tenemos rezagos culturales, sociales y políticos muy evidentes para cualquier observador externo. La crisis política que Guatemala vive desde agosto del 2017 es solamente un fiel reflejo de esa característica autoritaria y conservadora de la que hablábamos al inicio: los reiterados intentos de un presidente por detener cualquier intento de investigar los posibles delitos en que incurrió debido al financiamiento electoral ilícito que supuestamente pudo haber recibido.
Pero, volviendo atrás, la clave para entender ese arraigado comportamiento antidemocrático en Guatemala empieza con el Acta de Independencia de 1821, ya que esta fue una estrategia política para evitar las luchas de independencia que caracterizaron a los países de América en el siglo XIX. En su artículo 1, el acta reconoce que ese acto político se realiza para «prevenir las consecuencias, que serían temibles en el caso de que la proclamase [la independencia] de hecho el mismo pueblo».
Marta Elena Casaús y otros autores relevantes demostraron igualmente la base racista, discriminadora y autoritaria con la que los fundadores de este país construyeron el Estado, profundamente anclado en una conciencia colectiva que puede caracterizarse como pretoriana, en la que muchos civiles se sienten profundamente atraídos por los símbolos del poder militar, de tintes clasistas muy fuertes y con características profundamente machistas y discriminadoras. Paradójicamente, el actual presidente, Jimmy Morales, personifica en sí mismo todas estas características pretorianas: «Un militarismo hacia el interior, propio de las naciones de orden menor, que no pretende hacer ni ganar guerras, sino mantener su influencia en el sistema político, controlar las decisiones que afecten a sus intereses o apoyar a una facción política» (Daniel R. Headrick).
[frasepzp1]
Jimmy, como líder pretoriano, se ha valido de los símbolos militares y religiosos para imponer sus caprichos y ha hecho un reiterado uso de la amenaza de la fuerza para contener las múltiples expresiones de rechazo ciudadano a las desafortunadas decisiones presidenciales, con lo cual ha intentado revivir los fantasmas del pasado: provocar miedo y desánimo que finalmente neutralicen el descontento popular.
La buena noticia es que en el 2015 la sociedad empezó a romper ese legado autoritario gracias a la fuerza con la cual las plazas empezaron a servir como catalizador del descontento, la desilusión acumulada y la profunda desesperación de una sociedad acostumbrada al silencio cómplice, a la indiferencia, a la resignación. Por supuesto, tres años de construcción de virtudes cívicas y de ciudadanía aún dejan un balance precario, ya que las manifestaciones siguen siendo un gran balbuceo que aún no se acompaña de una acción coordinada de la sociedad civil. Pero el germen del cambio ya se ve y siente por doquier.
La situación política de Guatemala, sin embargo, sigue siendo compleja, ya que el resurgimiento de la amenaza autoritaria y regresiva ha ido escalando en cámara lenta, lo cual puede provocar que muchos minimicen la amenaza que se cierne sobre el país. ¡Alerta, Guatemala, que esto apenas empieza!
Más de este autor