Sin embargo, el vocablo también se utiliza para definir un acto ridículo o banal. Con esta última acepción han sido calificadas muchas (si no la totalidad) de las acciones realizadas por quien ostenta la presidencia del Ejecutivo, Jimmy Morales Cabrera.
Aunque este intenta darles el matiz de la diversión o de un acto de comicidad, como cuando se burló de las fuerzas armadas marchando con estridencia durante el desfile del 30 de junio en las instalaciones de un cuartel, realmente suelen entrar en la segunda definición. Lo mismo cuando, según él, hace chiste o comentario cómico de algo que, para su desgracia, es una situación relacionada con tragedia.
En ese sentido, que el gobernante haga el ridículo es casi el pan nuestro de cada día. De ahí que, cuando apareció disfrazado de generalísimo, la reacción ciudadana fuera de un enojo motivado por considerar la acción una nueva payasada. Sin embargo, en realidad, más que llamar a la risa o al enojo por la ridiculez, la actuación del mandatario debe preocuparnos profundamente.
Por mandato constitucional, según lo estipula el artículo 246, el jefe del Ejecutivo es «el comandante general del Ejército e impartirá sus órdenes por conducto del oficial general, coronel o su equivalente en la Marina de Guerra que desempeñe el cargo de ministro de la Defensa Nacional». El líder nato de un ejército suele ser su jefe o comandante de Estado Mayor. Este se supedita a la persona titular en la cartera de Defensa, quien en la mayoría de los casos es también una persona civil. De hecho, uno de los indicadores de fortaleza de la democracia es si en las reuniones de gabinete participan o no ciudadanas o ciudadanos en uniforme militar, es decir, si hay o no una persona titular de la Defensa con rango castrense en activo.
La designación que realiza el artículo 246 constitucional surge precisamente de la aspiración de consolidar una base democrática de la conducción del Estado. Para ello es vital la supeditación del estamento armado a la autoridad civil. El último gobernante que utilizó uniforme militar fue también el último jefe de una asonada militar, Óscar Humberto Mejía Víctores, quien derrocó a su antecesor, José Efraín Ríos Montt, ambos sindicados por genocidio, aunque Mejía no alcanzó a ser imputado por haber fallecido, en tanto Ríos Montt murió con una condena vigente y un segundo juicio en proceso. Después de ellos, ni Otto Pérez Molina, que alcanzó el rango de general de brigada del Ejército, se vistió con uniforme castrense durante su gobierno.
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Más allá de si Jimmy Morales tiene o no los méritos para lucir el uniforme militar, que obviamente no los tiene porque quizá ni siquiera prestó servicio militar, la discusión ha de centrarse en lo que esta acción representa. Morales aparece con traje de tela de camuflaje, una vestimenta que indica que la persona está en tareas de fatiga o de campaña. En la camisa luce cinco estrellas. Las insignias de general incluyen cuatro. De esa manera, se erige en un rango que no existe en el Ejército nacional: generalísimo.
La historia próxima hace recordar a un generalísimo, Francisco Franco en España, tristemente célebre por sus actos de represión contra la oposición democrática y contra quienes pugnaban a favor de la república española y en contra de la monarquía. Franco apagó a sangre y fuego la intención republicana y se adscribió a las acciones del fascismo de Adolfo Hitler y Benito Mussolini.
Hoy, en Guatemala, que el presidente se vista de generalísimo cuando se han producido más de diez asesinatos de personas defensoras de derechos humanos, entre ellas ocho defensores de la tierra y del territorio, más que llamar a la risa, debe alertarnos sobre los riesgos, máxime cuando hay fuertes indicios de que las instituciones de seguridad e inteligencia gestan una articulación extralegal para llevar a cabo operaciones de control social. No podemos reírnos de lo que no es una bufonada de un gobernante acostumbrado al ridículo. Más bien necesitamos unificar esfuerzos y acciones para salirles al paso a las intentonas de represión indiscriminada que intentan hacer retroceder los débiles avances democráticos alcanzados. Tenemos que mostrarle al liderazgo social que no está solo, que hay una fuerza ciudadana capaz de enfrentar con la acción social a quien intenta servirse de la violencia para garantizarse impunidad.
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