Los ingredientes indispensables para crear ciudadanía son los derechos y obligaciones. El ingrediente indispensable para crear nación es la historia compartida. Por eso se creó la educación pública estatal, para que todos los niños y niñas aprendieran un mismo idioma (o varios mismos idiomas) y todos tuvieran el mismo libro de historia. En Guatemala, 191 años después de la creación de la República, todavía no tienen los niños en primaria un curso de historia y ni siquiera un libro de historia del Ministerio de Educación.
La nación, aunque en muchas ocasiones ha sido utilizada como herramienta racista para discriminar a extranjeros y minorías, en otras ocasiones ha sido utilizada para cohesionar a sociedades diversas, y en otras últimas ocasiones, como debería ser la de Guatemala en el siglo XXI, debería ser un instrumento para cohesionar y valorar la diversidad y para producir identidad con el Estado y con el resto de nuestra sociedad.
Es que no se puede cohesionar a sociedades diversas y a ciudadanos que no se conocen, y que probablemente no se conocerán en persona a profundidad, sino más bien por encuentros fortuitos, sin un conocimiento de la historia colectiva y de lo que nos identifica. Como dice Benedict Anderson en su aporte más conocido: “La nación es una comunidad política imaginada, e imaginada como inherente y limitada (…). (Los ciudadanos) no van a conocer a la mayoría de sus connacionales, pero en la cabeza de cada uno vive la imagen de su comunidad”.
Ernest Renan, el otro gran referente sobre la nación, afirmaba que la nación es “un alma” constituida por la posesión común de un rico legado de recuerdos (y de olvidos) y el consentimiento actual. “Es una gran solidaridad (..) el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una nación es (perdónenme esta metáfora) un plebiscito cotidiano, como la existencia del individuo es una afirmación perpetua de vida”.
Pero no se puede construir identidades colectivas ni solidaridades entre grupos diversos que habitan un mismo país y un mismo istmo sin un rico legado de recuerdos de la vida en común. Un legado de quiénes deberíamos incluir en nuestro panteón de héroes y heroínas. Desde los reyes mayas que resistieron la colonización, algunos colonizadores civilizados, los independentistas y sus ideas de vanguardia, las resistencias femeninas, los conservadores decimonónicos que permitían que un mestizo o indígena se pusiera al frente del movimiento, de alguna parte de la reforma liberal, los unionistas de hace un siglo, los revolucionarios, los rebeldes durante la segunda mitad del siglo XX y los que desde dentro del Estado o del status quo trabajaron para moverlo hacia la democracia.
Los Acuerdos de Paz y la Comisión de Esclarecimiento Histórico ya dan luces sobre el siglo XX y la historia que las niñas y los niños guatemaltecos deben aprender en la escuela, pero si quince años después de la firma de la paz todavía no contamos con un curso de historia ni un libro ni un capítulo de historia, como lo demuestra el reportaje de Oswaldo Hernández, tenemos que empezar de cero.
Es inaudito que sean editoriales privadas las que venden los libros de texto a los profesores y que sean libros de historia que cuentan la historia gubernamental sin ningún cuestionamiento a la luz de las evidencias.
“Nosotros describimos la historia dominante, contrastando algunas de sus aristas, sin tocar la historia alternativa... Por ejemplo, describimos la reforma liberal de 1871, la revolución industrial que sobrevino, y como ésta modificó la estructura del Estado de Guatemala y las leyes que se crearon en relación a pueblos indígenas. Pero no podemos inclinarnos a satanizar esta coyuntura y plantear que hubo expropiación y explotación”, fue la respuesta de uno de los personeros de Santillana.
Es una aberración histórica enseñar a los niños que en la reforma liberal de 1871 no hubo expropiación de las tierras indígenas –sólo los blancos y mestizos podían inscribir sus tierras o las tierras de otros en el registro general de la propiedad– y que no hubo explotación laboral, cuando los indígenas tenían que trabajar en condiciones de esclavitud en las fincas de todo el país.
En los libros de historia de Guatemala tiene que estar obligadamente esa explicación en el capítulo del siglo XIX, cuando sólo se daba la ciudadanía a quienes fueran ladinos y hubieran renunciado a la cultura indígena. O que en este país hubo genocidio y que en 2011 y 2012 se ha sentenciado a los responsables de masacres y que se ha demostrado que habían documentos oficiales, gubernamentales, que registraron cómo se desaparecía, torturaba y echaba en fosas comunes a los sospechosos de comunistas o guerrilleros.
Y esto no es una cuestión marginal para la discusión nacional. Sin una historia compartida, con recuerdos claros de nuestros héroes y heroínas y recuerdos claro de las peores barbaridades que cometimos en este suelo, será imposible construir una identidad nacional que respeta las diferencias y una autoestima colectiva en Guatemala.