La cuestión es bíblica, presidente. Usted, que se dice muy cristiano y muy evangélico, revise concienzudamente lo dicho en Apocalipsis 20, 13. Porque una cosa es vivir la esencia del cristianismo y otra presumir de tal.
Esa esencia usted y su gobierno terminaron de perderla durante el desastre que provocó la última erupción de dicho coloso. Y con ella también perdieron lo poco que les quedaba de cordura y decencia.
Analicemos algunos de esos vergonzosos momentos.
El primero fue cuando usted sembró la desesperanza. Recién acontecida la catástrofe, usted dijo sin la mínima expresión de pena: «Me da vergüenza volver a decirlo, pero, según nuestra ley de presupuesto, no podemos contar con ni un solo centavo. La ley de presupuesto no contempla que el Estado pueda gastar un centavo en emergencias».
El segundo aconteció cuando quisieron minimizar el número de fallecidos. Pero los muertos han emergido del soterramiento para decirles: «Aquí estamos». Todos los días, señor presidente, todos los días aparecen restos humanos. Esos respetables restos de los cuales el mandamás de la Conred dijo: «No son cuerpos. Son pedazos de gente».
El tercero, terrible e innombrable, el haber arrojado restos humanos en un área conocida como El Jute mientras se realizaban trabajos en la ruta nacional 14. Transcribo la noticia tal cual: «Antigua al Rescate aseguró que el domingo, mientras la maquinaria de Covial se abría paso “ilegalmente” entre las viviendas para ampliar la carretera, fueron encontrados múltiples restos humanos, los cuales depositaron en bolsas y tiraron en el área conocida como El Jute».
Don Jimmy, con relación al primer momento, le recuerdo que el presidente de una nación debe tener la capacidad de luchar contra la desesperanza y jamás habrá de fomentar el desaliento de su pueblo durante una calamidad. Con relación al segundo, le traigo a la memoria que no hay nada ni nadie que pueda esconderse del calor de la verdad. Y con relación al tercero, porfío en apelar a su conciencia para decirle, como bien tituló la doctora Karin Slowing su artículo del 25 de julio recién pasado, que «hasta los neandertales enterraban a sus muertos».
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Estos tres espantosos traspiés (suyos y de sus colaboradores cercanos) solo nos confirman lo que ya todos habíamos intuido: que usted y sus adláteres tienen una enorme capacidad de autoengaño, que usted y sus adláteres tienen una incomparable capacidad para mentir, que usted y sus adláteres tienen el corazón partido en dos o tres pedazos. Y no se han dado cuenta, presidente, que un corazón dividido no es un corazón fiel.
A estas alturas, don Jimmy, es mejor que les haga caso a quienes no lo quieren bien. Porque sus asesores y supuestos amigos lo están sumiendo en la desventura. Y fíjese que digo «a quienes no lo quieren bien» porque ya ni como enemigo lo toman. Así de mínimo se ve. Sucede, don Jimmy, que un viejo dicho oriental reza: «Tu enemigo, tu mejor maestro». Porque ese le va a decir sus verdades. Porque ese lo va a retratar tal cual es. Porque ese no lo va a adular. Y porque ese constantemente le recordará: «Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Recuerde que el eslogan de su campaña política fue: «Ni corrupto ni ladrón».
Presidente Morales, esos supuestos asesores y esos sus amigos hipócritas que lo mantienen alejado de la realidad debieron haberle aconsejado que la zona cero del desastre y los lugares aledaños fuesen considerados y declarados (en su momento) como camposantos. De haber sido así, la honra de los muertos y la suya no se habría perdido.
Recuerde, presidente: hasta el mar devolverá a sus muertos.
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