Como todo erudito, Bobbio se ampara en citas y juicios de diversos autores en su libro La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político (Fondo de Cultura Económica, México, 2000).
En vista de los últimos acontecimientos electorales en América, tal parece que hemos caído en un estado de oclocracia en el cual nada tienen que ver las ideologías de derechas o de izquierdas porque estas igual acometen a uno y otro lado. Las reelecciones de Daniel Ortega en Nicaragua y de Nicolás Maduro en Venezuela, así como las elecciones de Mauricio Macri en Argentina, de Peña Nieto en México, de Jimmy Morales en Guatemala y de Donald Trump en Estados Unidos, lo atestiguan.
Las causas son diversas, pero, en lo que a Guatemala concierne, hay dos a la vista y una difuminada entre los procesos comunicacionales. Las dos primeras corresponden al uso masivo de las redes sociales y a la velocidad de la comunicación. La tercera atañe al manejo de masas. Las tres son atinentes a la misma categoría cognitiva, mas, en orden a resultados y consecuencias, nos interesa la tercera.
Gustave Le Bon fue un psicólogo especializado en psicología social. Sus mejores trabajos versaron acerca de la psicología de masas. En una de sus obras torales expone: «La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada».
He aquí el meollo del asunto, ya que el uso masivo de las redes sociales ha provocado una especie de institucionalización del aprendizaje representacional, un aprendizaje significativo muy elemental y no por ello inocuo. En el proceso se aplican significados a ciertos símbolos y palabras que pasan a influir directamente en el individuo y también en las masas, que, una vez influidos, se mueven al ritmo de quienes perversamente los manipulan y se convierten así en hombres masa, mujeres masa, no pensantes.
Como si lo anterior fuera poco, las redes sociales permiten llevar a velocidades increíbles las opiniones de personajes que se erigen en maestros. No hay base, no hay cimiento, pero son pico de oro que impresionan con palabras rebuscadas. Y las masas son muy dispuestas a escuchar cualquier carajada.
El obispo José Piñol y Batres (1878-1970) dijo de esas personas: «… al externar su opinión sin fundamento, expresan ideas aborrecibles completamente equivocadas y lo hacen en tono tal que los hace aparecer como censores de doctrina y maestros […] erigiendo sus opiniones en dogmas que distan mucho de la verdadera doctrina»[1].
Y como llovido sobre mojado, frasecitas como «¡no te toca!», «¡sí te toca!» o «¡sí se puede!» se vuelven verdaderos tsunamis que aplastan cualquier intento de bonhomía, si bien también pueden servir para frenar algún ímpetu malsano.
Cuando yo era adolescente, había en un pueblo que visitaba con alguna frecuencia dos personajes característicos. A uno se le decía doctor y se contaban de él anécdotas increíbles realizadas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Puebla. A otro se le decía ingeniero, y la verdad es que pinta tenía. Ya graduado como médico, supe que ni el primero había estado en Puebla ni el segundo había conocido la universidad. Pero, que los saludé como doctor e ingeniero, vaya si lo hice durante muchos años. A mi juicio, se trataba de esa necesidad de héroes que tienen los pueblos ante un estado de bulimia emocional o académica.
Ahora —incluso en mi ciudad— se repite la misma historia ante la necesidad de estadistas. A cualquier pendejo se le llama político y se le erige en candidato. Y esos candidatos llegan a importantes puestos solo para decir y hacer torpezas. Una por venir es el trastrocamiento de la mismísima Constitución. De ello nos dice el abogado Juan Gerardo Guerrero, docente universitario y constitucionalista: «Cabe argüir respecto a la estabilidad de las Constituciones que manifiesta Polibio. […] nos demuestra que una Constitución que perdura en el tiempo es más estable, mientras que una Constitución que sufra varias reformas será poco estable. Por ende, la forma de gobierno puede ser modificada por intereses espurios»[2].
¿Lo entiende el gobierno de la muchedumbre? Vaya usted a saber. Polibio fue el historiador griego que logró «estructurar el primer vestigio de lo que se entiende por forma mixta de gobierno».
Qué duda cabe: la oclocracia ha sentado reales en nuestro país.
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[1] Estrada Monroy, Agustín (1979). Datos para la historia de la Iglesia en Guatemala. Guatemala: Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Pág. 373.
[2] Entrevista hecha el 11 de noviembre de 2016.
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