Ayer, Guatemala parecía estar dividida entre fervientes correistas y opositores acérrimos, recreando lo que el Ecuador vive en lo cotidiano. La figura del presidente Correa no pasa inadvertida y despierta pasiones. Sus detractores suelen achacarle las maneras dictatoriales de su gobierno, y sus admiradores resaltan su carisma y su visión para la construcción de un Estado inclusivo, que se respalda en cifras de crecimiento económico y reducción de la pobreza.
Muchas de las expresiones de Correa en su intervención del martes dejaron muy clara su concepción de la política, del bolivarianismo y de América Latina, pero también sus grandes contradicciones. Por ejemplo, afirmó, una vez más, que Ecuador no discute sus asuntos en Washington. En efecto, no lo hace en las dependencias del Departamento de Estado o del Banco Mundial. Lo hace en Carondelet con los emisarios de los bancos chinos, que compran por adelantado la producción de crudo y explotan otros recursos naturales, al amparo de una política extractivista, que al igual que otras latitudes de la región, no le importa obviar las consultas previas, con la diferencia que las mineras y las petroleras, pagan impuestos.
Ecuador se gobierna desde el socialismo del siglo XXI, con un crecimiento económico envidiable del 5%, y un alto índice de desarrollo humano, producto del aumento del gasto público en salud y educación. Las cifras de la CEPAL hablan de una reducción de la pobreza y la expansión de la clase media. Este panorama puede llevarnos a afirmar, como lo hizo Karin Slowing en un programa de radio, que Correa ha hecho el capitalismo funcional para los seres humanos.
En la otra cara de la moneda, El Ecuador de la Revolución Ciudadana, tiene en la oposición al movimiento indígena, las organizaciones sociales de todo tipo y los partidos de izquierda y derecha. La respuesta estatal frente a la CIDH y el Sistema Interamericano es casi de un desprecio absoluto. La Fundación Konrad Adenauer anunció ayer que abandonaba Ecuador, dado el control casi absoluto del Estado sobre sus actividades. Los defensores de derechos humanos que alaban al presidente Correa se enfrentarían a un sistema estatal que obstaculizaría sistemáticamente sus actividades, como lo dicen las alertas de Amnistía Internacional.
La masiva afluencia para escuchar la intervención del presidente Correa, sirve como una muestra de esa avidez sobre un líder diferente, sobre una oferta que Guatemala no encuentra en su clase política. Y el carisma de Correa constituye un imán casi irresistible para aquellos que buscan esa diferencia que no encuentran en el liderazgo nacional. Sin embargo, no hay que olvidar que el proceso que llevó hasta la revolución ciudadana ecuatoriana dio inicio con un tocar fondo, gracias al ex presidente Abdalá Bucaram, y la quiebra brutal del sistema financiero, léase perderlo todo, obra de otro ex presidente, Jamil Mahuad, ahora profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard.
Acontecimientos como estos prepararon el camino de las transformaciones que ahora vemos. Y uno de los méritos de Correa es haber abordado este pasado reciente a través de la justicia, que aún persigue a aquellos que propiciaron y se beneficiaron del feriado bancario. Pero es mejor no hablar de independencia judicial en Ecuador. El informe de la Fundación para el Debido Proceso, lanzado recientemente, ha sido fuertemente rechazado por el gobierno ecuatoriano.
Todavía faltan algunos capítulos en la historia de Rafael Correa. La reforma de la Constitución ecuatoriana está a la vuelta de la esquina, para permitir la reelección presidencial. Será entonces que veremos si existe un doble estándar, entre sus ahora partidarios, para medir el ánimo de permanecer en el poder.
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