En aquel momento, sendas cédulas reales habían otorgado a los habitantes de aquel país autónomo, de facto pero autónomo, prerrogativas que en ninguna otra parte de Abya-Yala, Tewantisuyo o Anahuac, legítimos nombres maya, quechua y nahua del continente americano, los privilegios suficientes para obviar la cadena de mando que España tenía para “sus Indias Occidentales”: Los Ayuntamientos o Cabildos Municipales, Las Audiencias, para los asuntos judiciales, y Los Virreinatos, para regir en nombre del Rey. De suyo, Aj Pop O’ Batz, mal llamado posteriormente Juan de Matalbatz, el Cacique de caciques elegido en 1511 como tal para hacer frente a la invasión peninsular en Tezulutlán, no tenía que regirse por ese enlace. Se entendía únicamente con el Rey. Además, fue proclamado Gobernador de la Provincia parangonado a Pedro de Alvarado, Alonso de Maldonado y otros gobernadores y adelantados para quienes, tal exención, fue peor que una bofetada.
Desafortunadamente, el Proyecto dominico tuvo un ocaso más rápido en Tezulutlán-Verapaz que el de los jesuitas en el territorio guaraní. A mi juicio, el excesivo protagonismo de los miembros de cada Orden dio al traste con el fundamento de su creación. Como sea, el territorio, si no estaba sujeto a la cadena de mando menos lo estaba en orden a la protección civil y militar. Al dejar los dominicos el territorio, Tezulutlán-Verapaz entró en un silencio de 300 años donde parecieron ingresar, completamente sueltos, todos los demonios imaginables: procesos de ocupación y arrebatamiento de tierras a “los indios salvajes”; la excesiva secularización del territorio; la apropiación indebida de los bienes bajo la figura del derecho a la propiedad privada; la militarización del Estado cafetalero desde la época de Justo Rufino Barrios (razón tuvieron quienes colocaron su estatua al inicio de la Avenida Reforma encabezando una fila de animales) y como si fuera poco, para mejor darme a entender, cito un fragmento de la I Carta Pastoral (1985) del obispo Gerardo Flores Reyes, Cuarto Obispo de la Segunda Época de la Diócesis de Verapaz que dice: “En ese periodo acontecieron injusticias tan grandes como la ‘colonización alemana’, cuando el gobierno de la República regaló a un grupo de alemanes las tierras de Verapaz para el cultivo del café. El acto de injusticia consistió en que los territorios fueron entregados con sus bosques, sus fieras y sus indios...”. Ni hablar entonces del acendramiento del sufrimiento de estos hermanos nuestros durante el conflicto armado interno cuando, so pretexto de salvar a Guatemala de las garras del comunismo internacional, se les sometió a un verdadero estado de esclavitud. Yo, personalmente, conocí fincas que tenían su propia moneda y su propia cárcel, y hablo de los años 60 del siglo XX.
De tal manera, entender el problema de la palma africana y la caña de azúcar en el Polochic, es poco menos que imposible si se ignora la historia real, tangible, objetiva y desprovista de sesgos políticos. Lo cierto es que, así como cientos de q’eqchíes anduvieron errantes entre dos fuegos en la Sierra durante la guerra interna, hoy por hoy, miles de ellos caminan hambrientos y empobrecidos entre palmas y cañas, sembradas en territorios que desde mucho antes del XVI fueron de sus ancestros y hoy, “legalmente” pertenecen a otras personas. Legalmente quizás, pero no justa ni moralmente.
En ese periodo del gran silencio de Verapaz, después que los dominicos abandonaron el Proyecto (Lascasiano), ciertamente, se dio en alguna parte del territorio una similitud del fraude que el obispo Pedro Casaldáliga denuncia en la Misa de los Quilombos: “En nombre de un Dios supuestamente blanco y colonizador, que naciones cristianas han adorado como si fuese el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesús Cristo, millones de Negros han sido sometidos, durante siglos, a la esclavitud, a la desesperación y a la muerte. En Brasil, en América, en la África madre, en el mundo”… Pero también es cierto que, en la Segunda Época de la Diócesis de Verapaz (1932/1936 a la actualidad), la Iglesia retomó las fuentes y muchos de sus ministros pagaron con su sangre la osadía de defender a los q’eqchíes de “los blancos”.
Así que, entre palmas y cañas, ¡qué lejos estaba fray Domingo de Vico de imaginar el futuro de los q’eqchíes en el valle del Polochic!
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