Vuelos de deportados

Conduzco –en el día 100 de una invasión que iba a durar tres días–, escuchando a Tommy Iommi darle vida a uno de los riffs más exquisitos de Black Sabbath, hablando de un amor que nunca muere, mientras cruzó miradas con la figura habitual de un deportado asomándose a la avenida Hincapié, un hombre de alrededor de unos 40 años, que aprieta contra sí una bolsa de plástico con sus escasas pertenencias entre las manos.

El hombre es parte del grupo que acababa de aterrizar en el aeropuerto de la Aurora en la tarde del miércoles. Los vuelos nunca han dejado de aterrizar en Guatemala, Tegucigalpa o San Salvador. De hecho, las cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) dicen que han aumentado un 451% en los dos primeros meses de 2022 en comparación al mismo período en 2021. Y que al menos 25,000 centroamericanos han sido deportados en lo que va de este año, gracias al procedimiento de deportaciones rápidas reactivado por el gobierno demócrata.

Centroamérica depende cada vez más de las remesas familiares, que no es otra cosa sino el resultado más visible de la migración.  Las estadísticas de 2022 en Guatemala dicen que su peso supera ya al de las exportaciones y  al monto de la inversión extranjera directa.

Cada deportado es en sí una contradicción: son personas doblemente expulsadas de sociedades que les hacen claro que no tienen espacio, mientras los sistemas bancarios sonríen frente a los recursos económicos que generan.

En cada vuelo, esperanzas, frustración, demonios personales y sobre todo deudas, forman parte del bagaje de cada pasajero, que no cabe precisamente dentro de la bolsa de plástico que estrujan entre sus manos.

[frasepzp1]

Mientras, en Los Ángeles, en la Cumbre de las Américas, se anuncia el enésimo plan de Washington para contener la migración. La «Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas» se presenta como una nueva fórmula que, en el fondo, busca más o menos lo mismo que no ha pasado de los diseños iniciales en otras ocasiones: detener las olas de migrantes a través de inyectar inversión en los países de mayores flujos migratorios. Un desafío que requiere de los consensos políticos que ahora mismo Washington no es capaz de crear, con su atención centrada en Ucrania y en las elecciones de medio término.

Dejo atrás al grupo de deportados que se pierden entre las calles de la zona 13 de la ciudad. Sus caras de tristeza y bronca me recuerdan las de los nicaragüenses durmiendo en las calles de los Yoses, en San José. El futuro, como en el Baile de los que sobran, no parece prometer grandes cosas para ambos grupos. 

Al terminar estas líneas veo un vídeo que relata la cruda historia de una familia deportada de Coatepeque que vendió su casa para financiar la aventura. Sin embargo, nada desalienta la migración: el cóctel de pobreza, exclusión e inseguridad del istmo centroamericano es más fuerte que los encuentros con ICE. La lógica de los Molotov con Frijolero está más viva que nunca.